
Sólo faltan unas horas. Pero bueno, la cabeza no para nunca, viste cómo es. Es como si uno jugara el partido. Con los años dejás atrás la idea de que el fútbol refleja lo que somos los argentinos. Pero aparece una idea que es como una sombra gigante que nos desborda: el fútbol no dice lo que somos, pero nos enfrenta a todos nuestros fantasmas. Es la metafísica súbita de los argentinos. A la gloria o al barro, la pendiente o el desbarranque. Parecemos no habitar el justo medio en ningún ámbito de la vida.
Quizás le pase a muchos países, pero a los argentinos nos parece que en los resultados deportivos se nos va el Ser. En el rodar de la pelota se juega eso que somos, no un marcador, un torneo, es algo más, un plus. Martín Fierro era Bilardo. El que dice lo que somos. Ahí está, el Mundial nos hace pomada, mierda: porque estamos viviendo un momento delicado (un diciembre que sí va a ser diciembre, esperemos que no) que lo tenemos que llenar con la gloria, que no se acabará nunca. Las jornadas de junio del 86 sobreviven a todo por eso: es el punto donde nos encontramos todos a festejar, a ser mejores, a la trampa y a la belleza inconmensurable.
Con los años dejás atrás la idea de que el fútbol refleja lo que somos los argentinos. Pero aparece una idea que es como una sombra gigante que nos desborda: el fútbol no dice lo que somos, pero nos enfrenta a todos nuestros fantasmas
Pero tenemos tanto miedo de lo que pase con México. No tiene que ver con el equipo. Confiamos, tenemos fe, pero sobre todo tenemos miedo de creer. Estamos desesperados por la creencia. Como Simón del desierto estamos abandonados a nosotros mismos en el desierto de lo real. Ahí parados le prendemos velas a lo único que nos queda en común: el fútbol, el lenguaje que derrumba todas las torres de Babel. En el fútbol no hay dialectos porque todos se entienden.
El viernes santo antes de jugar contra México, como una premonición, muere Diego de nuevo. Pero cruza el umbral y se multiplica en mil imágenes. Es imparable. No hay titular de derechos que pueda reclamar por algún dinero por lo que se siente. No podemos dejar de verlo. El Dios inmanente de los argentinos no trae ningún mensaje pero nos susurra al oído: en la cancha somos todos iguales. No hay poderosos.
Lo que nos queda es la religión en sentido estricto: religar, juntarse, agruparse, estar acompañado. Porque como decía Jack en Lost: “Vivimos juntos, morimos solos”. Porque escribir antes de un partido límite nos lleva al absurdo mismo de la existencia. La víspera es un vacío, es elucubración, sueño, penumbra. Cualquier cosa que digamos puede ser una genialidad o la tontería más grande. No hay mucho por hacer. Hay que recordar lo que decía Panzeri en el Fútbol, dinámica de lo impensado: “Este libro no sirve para jugar al fútbol. Sirve para saber que, para jugar al fútbol, no sirven los libros. Sirven solamente los jugadores… y a veces ni ellos, si las circunstancias no los ayudan”.