
Somos la provincia de los signos y el síntoma. Cargamos en nuestra espalda una mochila de clichés de la que es difícil zafar. Salimos de nuestro territorio -que resiste incendios, sequías y sojización- y sabemos qué nos tocará. Explicar estados políticos y cívicos de una provincia que aparenta ser un festival pero que está en un permanente rulo de sentidos. Recibimos los ataques, hacemos frente al dedo que nos señala como conservadora y de derecha a pesar de tener la foto de Agustín Tosco reproducida por mil en diferentes edificios públicos. También nos llegan los halagos y ese es nuestro momento de inflar el pecho. La Reforma Universitaria, la pelea Laica-Libre, el puje democrático de los ochenta y aquella idílica renovación peronista que, para los que pisamos los cuarenta años, nos da algo de risa. Somos eso, sí, con un crucifijo que apunta sobre nuestras cabezas y aún pesa más que los tres poderes del Estado para boicotear la educación sexual integral en las escuelas.
Nos gusta que digan que funcionamos como una gran familia pero, renegamos de sentarnos a la mesa con todos los integrantes. Marcamos en la frente a los comensales; quién vive en capital (nacido en Müller o Arguello), o en las ciudades doradas de la provincia, Villa María o Rio Cuarto; identificamos a quienes llegaron desde afuera y acá consiguieron el título universitario, ese que les dio el pase para sentirse “elegidos”, lejos de la prole que sepulta las grandes ciudades con edificios de mil quinientos pisos aunque revienten las pocas cloacas que tenemos.
Desconfiamos, somos expertos en dudar sobre el origen económico y familiar de las personas. Lo primero que indagamos es sobre el doble apellido, si es puro o figurado –no es lo mismo un Pérez Martínez que un Novillo combinado con Nores, Orgaz o Márquez-. El dato histórico de los setenta nos importa, siempre. En algunos círculos para idolatrar e idealizar y en otros, para cobijarse en la “pena de aquella gente que vivió las consecuencias de la guerra”. Es que acá cuesta posicionarse, decir lo que se condena o festeja. El pronunciamiento público se paga y por eso se valora la tendencia, el trendit topic de sonar gris, tenue, conciliador.
"Nos gusta que digan que funcionamos como una gran familia pero, renegamos de sentarnos a la mesa con todos los integrantes. Marcamos en la frente a los comensales; quién vive en capital (nacido en Müller o Arguello), o en las ciudades doradas de la provincia, Villa María o Rio Cuarto"
Y de ahí surge, nuestro peronismo. Ese que tiene sello propio y por el que tanto nos preguntan afuera. Un partido que lleva más de veinte años gobernando y ha sabido captar -y conjugar- este sinsentido de estímulos chocados. Su gracia responde a la capacidad de emparejar, camuflar y entregar una batería de símbolos que suenan comedidos, como si quienes habitamos esta provincia necesitáramos más templanza en lugar de pasiones.
Y ese estilo se fue pujando y perfeccionando con los años hasta transformarse en una mancha de lavandina que tiñe y empareja. Una suerte de guardapolvos blancos para quienes tarde o temprano terminan en sus filas. Y así empieza la escuela: la materia uno, que aplana el lenguaje; la materia dos, que toman los símbolos de época pero se los suaviza y la materia tres, donde se cuestiona a la memoria porque siempre es tendenciosa. Es una fuerza política inteligente que opera de manera efectiva. Disecciona las partes de un animal para que rinda y alimente con falsa ilusión a más personas, para que cualquier comensal sienta que ha participado de un gran banquete cuando apenas le tocó una tirita de falda.
No entramos en la misma bolsa
Nos define la abundancia. La proliferación de guetos a las que volvemos cuando la otredad amenaza. Ese lugar donde nos sentimos seguros porque circula el aval de los nuestros. El universitario-académico, el universitario-militante, el universitario-gremialista, el universitario-nodocente, el universitario-docente; el del club de barrio –de rugby, fútbol, básquet, vóley o golf (que se multiplica al ritmo de los countrys); el del progresismo-elitista; el del progresismo-trosko; el de la izquierda-centro; el de la izquierda-derecha; el de la izquierda-izquierda y las mil maneras de ser de izquierda en esta provincia, que quizás, a futuro, nos plantee mejores salidas. La esperanza en este movimiento ya tiene un hito, la batalla que le ganó a Monsanto junto a la fuerza tenaz de diferentes organizaciones sociales. Se supieron parar y lo lograron.
Pero que nadie se atreva, a levantar la voz contra nuestra provincia. Podemos criticarla nosotros, los nacidos, pero nunca los llegados, menos los de afuera que creen conocernos por el rally, el fernet, las sierras y el cuarteto, y ¡encima nos tiran a Macri como si fuera SOLO un muerto nuestro!; mucho menos si el dedito acusador viene de un señor porteño. Habitantes nuevos de las sierras que izan banderas de bosque nativo pero insisten en plantar pinos ganar sombra y construir piletas de natación en pueblos que se desangran por emergencia hídrica.

Los que podemos enjuiciar somos nosotros. Los que arrastramos las palabras con “el cantito” y que nos esforzamos para limarlo del habla para evitar que nos traten de inferiores usando de excusa la ternura. No estamos preparados para ser parte de la masa “del interior” que los conductores de Buenos Aires se esmeran en remarcar cuando una noticia trasciende la Avenida General Paz. Que a nosotros no nos comparen con Salta, La Rioja, o Catamarca; si quieren hermanarnos con alguien, que sea con Chile, ese país limítrofe con el que compartimos algunos accidentes de la historia pero que puja por ser el más sobresaliente de América Latina en materia de esfuerzo, superación de trauma histórico-político y con mercados repletos de opciones.
La herida nacional
Córdoba fue una de las cuatro provincias en que los afiliados peronistas apostaron a la fórmula Cafiero-De la Sota cuando, por primera y única vez en su historia, el peronismo definiría su fórmula presidencial a partir de internas (1988).
La idea de una renovación peronista aliada a la democracia cristiana excitaba a los cordobeses. Un dirigente local, De la Sota y un académico líder porteño, Cafiero fue una utopía de la que nos bajaron de un hondazo. Esta herida nos perseguiría como sombra en una provincia que sigue insistiendo con un pasado radical pero cuando vota arrasa con las bases fundacionales de aquella fórmula de finales de los años ochenta.
Fue (y es) un peronismo hábil, católico y un poco resentido por perder contra un “negro”, “patilludo”, “del norte”. Nada más injusto para quien ya representaba, entonces, los porcentajes justos de progresismo que el pueblo de la provincia puede tolerar. Esa figura ilustrada que seducía con el ejercicio diario de ir y venir entre empresarios, cúpulas sindicales y barrios populares para tejer una bufanda que abrigaba pero que también podía cortar cabezas.
"Y de ahí surge, nuestro peronismo. Ese que tiene sello propio y por el que tanto nos preguntan afuera. Un partido que lleva más de veinte años gobernando y ha sabido captar -y conjugar- este sinsentido de estímulos chocados."
La noche que murió José Manuel De la Sota nos quedamos en mute. Lloraron los cercanos al riñón político del caudillo y los opositores. No había posibilidad de pensar un futuro frente al hombre que manejaba los hilos de la política. Atrás, siempre por detrás, quedaba el matrimonio Schiaretti-Vigo. Una unidad que se venía potenciando en la provincia gracias a la imponente obra pública y otro movimiento de bricolaje, la marca registrada de Unión por Córdoba.
Vigo impulsó políticas de género con un corte más conservador que vanguardista, una filosofía con más cercanía al accionar del Banco de la Mujer del 2000 que amadrinaba la princesa de Holanda Máxima Zorreguieta que a la postura e impronta de Dora Barrancos y la efervescencia del movimiento feminista argentino.
Vigo molesta a la progresía porque alcanzó a instaurar políticas de cuidado, asistencia a la mujer embarazada y la creación de un Polo de la Mujer contra la violencia de género. Su norte son las mujeres madres (ni si quiera los cuerpos gestantes); no pasa el umbral que necesita la época, se queda flotando en el lago del Parque Sarmiento por miedo, prudencia o convicción. En el hito histórico más importante en materia de derechos para las mujeres ordenó mutismo a importantes referentas feministas que tiene el partido. Sólo se manifestó ella, la lideresa, que no sólo se negaría a la aprobación del aborto legal en Argentina sino que, al pedir la palabra en Diputados, desenrolló una idea de la maternidad anticuada, ilusa y tan alejada de la realidad -que ella sí conoce porque se mete en los barrios- que no hizo más que desilusionar a la militancia feminista peronista de Córdoba.
"La noche que murió José Manuel De la Sota nos quedamos en mute. Lloraron los cercanos al riñón político del caudillo y los opositores. No había posibilidad de pensar un futuro frente al hombre que manejaba los hilos de la política."
Unidos y desorganizados
El pasado 16 de junio la capital cordobesa amaneció blanca. La nieve había rodeado nuestros bosques después de 14 años. Durante una semana circularon más memes que advertencias contra el COVID-19 que golpeaba a la provincia con una segunda ola. Uno de ellos era la foto formal del Gobernador Juan Schiaretti con un zócalo que decía, “Nieva en Córdoba, no en Argentina”.
Así vivimos. Dislocados, enojados con lo que pasa en el centro (llámese Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y ansiosos por ocupar –alguna vez- ese terreno. Al menos, para probar, para ganar otra oportunidad histórica y que esta vez no sea un radical el que nos saque la revancha. Y si eso sucede, empezaremos a mirar a nuestra provincia de una manera nostálgica. Porque cuando nos alejamos, nos olvidamos. Y en ese espacio montamos un cuento de amor con sus campos sembrados, sus valles de diques, ríos y arroyos, sus ciudades chicas pero completas, su vida cultural activa pero medida, su fútbol histórico y aún barrial; los momentos que aún se respetan de la siesta y la polvareda que se levanta cuando se arma el baile en el festival del yuyo serrano o el festival del lechón. Pero cuando la caminamos, renegamos. Algunos porque no es lo demasiado pujante y otros, porque traicionó sus bases; ¿cuáles?, un poco de todas.
