
Hegel decía que la filosofía era retrospectiva y utilizaba la clásica imagen del búho de Minerva, que “tomaba vuelo al anochecer” para mostrar lo histórico de su disciplina. Se le puede decir a Hegel: la filosofía puede ser retrospectiva, pero hay pensadores que logran atrapar el presente vertiginoso. Y Alexandra Kohan -psicoanalista, docente y escritora- logra captar en sus textos el espíritu de nuestra época. “Captar”, no sé si utilizaría esa palabra, quizás “escuchar” (psicoanalíticamente) y “sospechar” (nietzscheanamente) el tiempo que nos toca. Pero no porque su pensamiento esté fuera de tiempo, eso es imposible, sino porque habitar la época es también pensar contra ella.
El de Alexandra Kohan es un pensamiento atonal, que no descansa en las conveniencias que ofrece cierto discurso público. Esa atonalidad, verdadera incomodidad para los que buscan mantras y consignas que repetir, es el esfuerzo por pensar una y otra vez la singularidad. Un discurrir que se mueve en el claroscuro y en el vacilar, pero no por un mero ir a contracorriente. Se trata de un pensamiento que busca cada vez, porque su supuesto es no tener supuestos; de allí que muchas veces es un pensamiento que encuentra su forma en la interrogación. Bien lo dice la autora en Y sin embargo el amor: “Hacer preguntas, entonces, cobra la forma de un acto”.
Un pensamiento sin supuestos no es un pensamiento “sin teoría”, sino su opuesto: desde una posición asumida ir a pensar el amor, el Otro, los vínculos contemporáneos. Es una práctica que tiene una exasperada conciencia de su formación, de esa “rejilla invisible” como diría Foucault, que pone su saber entre paréntesis (la famosa epojé) para ir a enfrentarse a los fenómenos. Desde lo personal, en mis primeras lecturas no podía dejar de asociar sus textos al existencialismo de Sartre y al método de Husserl. Pero no por los temas de estos filósofos, sino por la forma que asumía el pensamiento. Se tejía sin supuestos, es decir, sin juicios previos. No parecía ser esencialista, sino la búsqueda de algo que se escapa, que no se podía definir con atributos fijos. La misma autora lo dice: “me cuesta pensar cosas a priori porque van a funcionar como un prejuicio a la hora de escuchar”. Bourdieu lo llamaba “vigilancia epistemológica”, como una alerta contra el sentido común. Sartre recomendaba pensar contra sí mismo. Freud, no hacía otra cosa que reescribirse, es decir, no hacía otra cosa que (re)pensarse.
El Otro no es algo que aparezca solamente en el contenido de sus textos, no es solo un tema, sino que aparece en la misma escritura. Por una sencilla razón: Alexandra Kohan nunca deja afuera al lector y a quienes está leyendo para construir sus textos
Luego de la forma del pensamiento, que aquí también es su contenido, aparecía una y otra vez el tema del Otro. Todo giraba sobre aquello que esta época insiste en borronear en favor de un bienestar individual (y monádico). Aquí el pensar de Alexandra Kohan comienza a ser un pensamiento que podemos nominar “del riesgo”. Porque lo primero que hace es asumir la presencia irrenunciable del Otro, del prójimo, de lo que existe como nosotros en el mundo y nos informa, como decía Sartre, que no hay privilegios para mi Yo. El otro no es algo que cierre ni es algo cerrado. Está aquí para mi, como yo lo estoy para él. Como dice la autora sobre el amor: “es un problema que no está para ser resuelto”. Son temas en fuga, que el pensar no los puede terminar (por fortuna) de clausurar.

El Otro no es algo que aparezca solamente en el contenido de sus textos, no es solo un tema, sino que aparece en la misma escritura. Por una sencilla razón: Alexandra Kohan nunca deja afuera al lector y a quienes está leyendo para construir sus textos. La invitación no es a creer en lo que se enuncia, sino a participar del vacilar de las cosas, de la duda, de la opacidad propia del pensar. Porque un pensar auténtico es aquel que no se traiciona, no por fidelidad, sino porque no sabe a dónde va a ir a parar. De allí que pensar se parezca mucho a errar, a perderse en uno mismo.
Parece ser un pensamiento del temblor, como dice Mónica Cranoglini sobre Derrida, porque se tiembla, en definitiva, “ante el otro”. Porque en su propia oscilación siempre hay un espacio para el Otro. Y eso lo da la escritura. Ya lo decía Blanchot: la escritura es una forma de autoexilio, de estallido hacia afuera, donde “el Yo se pierde”. Escribimos con pasión lo que ya es fuga y pura apropiación por parte de un Otro.
Esa atonalidad, verdadera incomodidad para los que buscan mantras y consignas que repetir, es el esfuerzo por pensar una y otra vez la singularidad
En ese sentido, la importancia del Otro hace que se comprenda el esfuerzo de la autora por el desarme de los discursos que intentan protocolizar, definir y controlar a las personas y sus relaciones. Por eso mismo, tal vez, Kohan plantea al Otro como enigma, porque uno mismo es un enigma: “Uno se analiza para desconocerse”, dice. Pero porque vivimos en la ilusión de un conocimiento cabal de nosotros mismos, explica la autora.
Ahora bien, podemos decir que los textos y las intervenciones de Alexandra Kohan pueden funcionar como una “Ética del Otro”. Primero: huye de las definiciones del prójimo y no intenta congelarlo. El Otro siempre es el Otro. No hay síntesis, ni unidad… entre Yo y el Otro, siempre se interpone una “y”… Y sin embargo, el Otro. Segundo, hay una apuesta contra toda esa máquina social que tritura las relaciones (siempre conflictivas) y las lleva a una suerte de burocratización. La “responsabilidad afectiva”, la empatía y expresiones por el estilo que anulan más que invitan, que evitan as que encuentran.
Por último, hay que decir que todo lo que se dijo no es Alexandra Kohan y sus textos. O al menos lo es en una lectura parcial, sesgada de quién escribe. Me gusta pensar que es una evocación y tipos de relaciones que permiten una escritura y un nombre. Porque es una escritura del acaso, de la situación, pero sobre todo del saber que no sabe. “Escribo, no para saber del amor, sino para mantenerlo insabido”, escribe. O como diría Sartre: Alexandra Kohan es lo que no es y no es lo que es.