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27 de abril 2016

Martin Baña

Historiador

UN REQUIEM PARA EL FIN DE LA REVOLUCIÓN

Tiempo de lectura: 5 minutos

Para algunos miembros de mi generación el descubrimiento fue en la escena final de Rocky IV, antes de que Balboa y Drago se enfrentaran en el cuadrilátero. Otros tal vez lo encontraron mirando alguna ceremonia de premiación de algún Juego Olímpico o viendo oportunamente algún desfile por la televisión. Lo cierto es que, una vez revelado, poca gente pudo resistirse al magnetismo ejercido por la música del himno soviético. Se lo consideró uno de los más admirables y estimulantes de todas las canciones patrias posibles. Símbolo de vigor y pujanza para algunos; encarnación de un pueblo sufrido para otros, el himno de la Unión Soviética puede ser entendido más bien como el efecto y la expresión de una sociedad de una época dada. Al ser sedimentos sociales, su música y su letra exponen de modo explícito dos fenómenos entrelazados: la clausura del proceso revolucionario abierto en 1917 y el fomento de la identidad nacional (rusa).

Primero, un poco de historia. Desde el triunfo de la revolución, y hasta 1943, el himno de facto de la URSS fue la Internacional. Esta canción, nacida al calor de los episodios de París de 1871, era ideal para el momento ya que su mensaje condensaba el llamado musical a la revolución mundial. Sin embargo, no fue la única opción disponible en 1917. Debió competir con otras canciones que tenían más llegada a los obreros y militantes, como la Marsellesa de los Trabajadores, una adaptación al ruso del himno francés que había sido publicada en 1875 en el periódico que el grupo Vpered editaba en Londres. De hecho, cuando en abril Lenin regresó a Petrogrado no fue recibido con los acordes de la Internacional: sus camaradas amontonados en la estación Finlandia prefirieron cantar la Marsellesa. A la Internacional le costó consolidarse y todavía en 1917 era poco conocida, en parte porque la censura zarista había impedido su publicación: recién pudo ser editada -clandestinamente, claro- en 1906. Sin embargo, luego de octubre de 1917 la Internacional empezó a ser cantada en los actos del Partido y fue desplazando lentamente a la Marsellesa, a la cual comenzó a asociarse con la revolución democrático-burguesa del Gobierno Provisional. Por default, ya que ninguna ley la confirmó, la Internacional se convirtió en el himno de la URSS y se mantuvo como tal hasta 1943, año en que fue reemplazada por la música que hoy todos conocemos.

Un himno como la Internacional generaba incomodidades en una sociedad como la soviética de los años ’40, donde se consideraba que había llegado el momento de un nuevo orden, una nueva autoridad y una nueva tradición. Stalin había declarado el fin de la revolución y las aspiraciones que el himno proletario cantaba ya habían sido (supuestamente) alcanzadas. Además, como explica la historiadora Caroline Brooke, la Internacional era una canción compuesta por un francés, poseía una temática explícitamente internacionalista y no contaba con ninguna legislación que la confirmara como himno nacional. Nada más fuera de lugar. Como si esto fuera poco, la URSS se encontraba envuelta en una feroz guerra contra la Alemania nazi y la movilización de la ciudadanía se mostraba más efectiva cuando se la hacía más en el nombre de la Santa Madre Rusia y menos en el de la revolución proletaria.

En 1943 se eligió como himno soviético el ya existente el Himno del Partido bolchevique, compuesta por el director musical del Ejército Rojo

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De este modo, el abandono de la Internacional y la composición de un nuevo himno podían colaborar en ambos sentidos: remarcar el inicio de un nuevo orden y reforzar la identidad nacional durante la guerra. Los líderes del partido pusieron manos a la obra y organizaron en junio de 1943 un concurso para seleccionar la música y la letra, intercalando casi sin descanso reuniones políticas con audiciones en el Teatro Bolshoi. Más de 170 compositores, incluyendo a los consagrados Dmitri Shostakovich y Sergey Prokofiev, formaron parte del concurso donde Kliment Voroshilov  -miembro del Comité de Defensa del Estado- sugería posibles temas y cambios. El llamado apelaba al compromiso patriótico pero también al bolsillo: el Partido fijó un premio de 100.000 rublos para el compositor del tema elegido. En un país donde el sueldo promedio era de 400 rublos, era una oferta más que apetecible. Luego de varios meses de audiciones y ensayos fue finalmente consagrada una pieza ya existente, el Himno del Partido bolchevique, compuesta unos años antes por el director del ensamble musical del Ejército Rojo, Aleksandr Aleksandrov. Respecto de la letra, el jurado se volcó por un texto escrito por un poeta infantil, Sergey Mikhalkov (padre de Nikita, el director de cine), y un escritor armenio, Gabriel El-Registan, luego de que superaran a los otros 87 poemas presentados y después de que ambos autores aceptaran los cambios sugeridos por Voroshilov, el canciller Viacheslav Molotov y el propio Stalin. La canción que debía expresar el espíritu soviético surgió así como resultado de una minuciosa construcción institucional y fue estrenada en la medianoche del 31 de diciembre de 1943. Si la música articulaba al mismo tiempo solemnidad y vigor, la letra enunciaba el giro que había efectuado el estalinismo respecto de las nacionalidades, que rehabilitó la cultura nacional rusa y la colocó como primus inter pares respecto del resto. A pesar de que la letra sufrió algunas modificaciones durante el Deshielo -aquellas líneas que hacían referencia a Stalin- esta versión del himno se mantuvo incólume hasta la caída de la URSS y fue la que expresó, simultáneamente, el llamado al orden y el fomento de la identidad nacional (rusa).

Para finalizar, una reflexión sobre el curioso devenir del himno luego de 1991. En 1993 el presidente Boris Yeltsin decidió que Rusia debía contar con una nueva canción y propuso el Himno Patriótico, una melodía sin letra compuesta por el compositor monárquico Mikhail Glinka en el siglo XIX. El arraigo de la canción en la población fue escaso: los jugadores del club Spartak de Moscú, por ejemplo, llegaron a quejarse años más tarde de que en los partidos internacionales no tenían nada por qué cantar. De esta manera, en el año 2000 el nuevo presidente, Vladimir Putin, decidió reintroducir la melodía del himno soviético con una letra aggiornada que, paradójicamente, fue escrita por el mismo coautor de ese himno, Sergey Mikhalkov. Ahora el poeta no le escribía al “partido de Lenin” sino que refería, entre otras cosas, al modo en el cual “Dios vela por la Madre Rusia”.

En el año 2000 Putin reintrojo la melodía del himno soviético con una letra que ahora decía 'Dios vela por la Madre Rusia'

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Carl Dahlhaus nos enseña, respecto del nacionalismo musical, que el significado de una composición reside más en su función socio-psicológica que en la música misma. Lo que importa es el impacto de la forma y no tanto el contenido. La elección de la vieja melodía como nuevo himno de la Federación rusa confirma al musicólogo alemán y expone nuevamente dos problemas vinculados al presente de Rusia. Por un lado, una cuestión que todavía sigue preocupando al país: la crisis de identidad nacional post caída de la URSS. Aquí, el recurso a un elemento unificador (la melodía del viejo himno) pudo resultar exitoso a pesar de las transformaciones: el contexto cambió notablemente pero la música sigue siendo exactamente la misma. Los cambios históricos no suelen ser tan abruptos. Por otro lado, y esto tal vez sea lo más significativo, la restauración de la melodía de Aleksandrov significa el rescate del momento del orden y no el de la revolución. En este sentido, es coherente con las políticas conservadoras del presidente ruso. No por nada, la decisión de Putin fue celebrada por los comunistas (reconvertidos en un partido de derecha) y criticada por los liberales, quienes acusaban al presidente de honrar a un régimen represivo. Más allá de las continuidades y las críticas, ambas cuestiones expresan el significativo impacto de la forma musical en lo social y, al mismo tiempo, una amarga verdad: la elección musical de Putin apunta a reforzar el conservadurismo y reactualizar, cada vez que se canta el himno, ese réquiem para el fin la revolución.

 

 

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