
Hace un año moría en estas tierras el hombre que supo encarnar el eterno retorno. Pero no aquel regreso que decía Nietzsche, donde lo que volvía era siempre lo mismo. Este camino de vuelta era la posibilidad, negada para casi todos, de caer y volver a levantarse. De morir la muerte y revivir días después. De equivocarse y pagar. Pero salvar la pelota. Un regreso de sí, pero para todos nosotros.
Pero murió. Y no solo murió él, sino que murió una esperanza colectiva: la de volver a ser. En el fin de la metáfora maradoniana de la eterna vuelta se suma otro drama: la lectura que hacen Touzon y Zapata sobre (lo que parece) el fin del ciclo crisis y rebote de Argentina. Todo indica una sentencia dramática: no hay vuelta atrás.
Lo que queda es conformarse y vivir estos tiempos de (¿sobre narración?) maradonianos. Con afán anticipatorio, Maradona previó su ausencia y dejó un sinfín de fotos para su pueblo. Sin futuro y sin proyecto de país, estamos acodados en un bar del fin de mundo donde solo podemos ver viejas películas, releer antiguos libros y recordar lo que nos hacía felices.
Maradona, el que recordaremos, el que les contaremos a los hijos que no lo vieron jugar, de cuando uno salía después de los partidos del mundial a jugar a la pelota y todos nos peleábamos por ser él. Hay que aprovechar esta cotidianeidad maradoniana, después todo se apaga. Queda, pero ahí en el rincón, para ir a buscarlo cuando necesitemos gritar un gol, que no son muchos, cada vez menos.
Con afán anticipatorio, Maradona previó su ausencia y dejó un sinfín de fotos para su pueblo
Con Maradona también desapareció cierto lugar de enunciación. Un lugar y una forma de decirque ya no está. Un centro ausente. Y peor: es un lugar que tampoco se puede inventar. No viene dado, pero tampoco se lo puede inventar. Es la mismísima Historia que lo parió. Porque era un desencaje, una pieza que quedaba suelta y no sabíamos bien dónde meter.
Ahora está en el panteón del destino argentino: Borges, Perón, Gardel, Maradona. Iguales pero distintos marcan nuestros horizontes para pensar, decir, metaforizar.
Descansa pero sigue significando. Cuando uno lee “Tres versiones de Judas”, de Jorge Luis Borges es inevitable no pensar en Maradona. La clave del texto de Borges es el concepto de encarnación, de la materialización de aquello que es inmutable y nunca es degradado por el tiempo. “Dios totalmente se hizo hombre”, escribe Borges, “hombre hasta la reprobación y el abismo”. Sigue Borges: “Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia: pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús…”. Fue Maradona.
