
“Dado que cada uno de nosotros era varios, resultaba ya mucha gente.”
Deleuze y Guattari
Las verdades más evidentes son las que olvidamos. Funcionan tan bien que logran la invisibilidad de la práctica. Althusser lo había dicho clarito: no se empieza por creer en Dios, sino por hacer la señal de cruz. Con eso que llamamos las “redes sociales” sucede lo mismo. Ya son un paisaje naturalizado y olvidamos algunas de sus leyes de funcionamiento. Por ejemplo: si la red no tiene contenido, el contenido sos vos.
Ahora bien, el contenido somos nosotros pero el marco lo pone otro. Y ahí reside un poco el chiste de todo esto (o de Todo, si hacemos caso a esa suerte de máxima sartreana que decía que la libertad es eso que hacemos con lo que hicieron con nosotros). Vivimos en formas que siempre nos resultan ajenas. Tan es así que no toda red social permite decir cualquier cosa. O al menos lo que digamos no va a tener el mismo sentido. Las mismas personas que usan Twitter usan Instagram, pero su discurso pasa de la intensidad al life style. Parafraseando a Ingrid Sarchman: de alguna manera respondemos al verosímil que cada red pide. Y eso es lo que les damos día a día.
El marco de Twitter está construido para que ejercitemos una escritura un poco automática. “Es lo que está pasando”, nos anuncia antes de iniciar sesión. Quizás debería decir: “Es lo que estamos conversando”. O: “Es de lo que creemos que estamos conversando”. O: “Es lo que creemos que queremos estar conversando”. La cosa es que uno va y dice. Es el verosímil de Twitter: ir y decir. En Instagram: ir y mostrar.
Althusser lo había dicho clarito: no se empieza por creer en Dios, sino por hacer la señal de cruz
La posibilidad de expresión ha crecido como nunca. Pero esta expresión es más que nada una socialización, una puesta en común. Es una palabra que nace compartida. No hay “nada” en el medio (salvo las mediaciones culturales y sociales) porque la palabra es su mismo compartir. Pero agreguemos un rasgo: además de compartida es una palabra “disponible”. Las redes hacen que esa palabra se pueda likear, compartir, capturar, comentar, copiar, refutar…
Si el lenguaje era la casa del ser, como quería Heidegger, hoy esa casa aparece un poco estallada de sentidos. Ajena a toda quietud, la palabra tiene su nacimiento en la tensión. Hay un temblor que habita a la palabra de nuestra época por nuestro constante compartir. Porque más que una palabra, se trata de una posibilidad de conexión. Porque está ahí para que se haga algo con ella.
Leer y compartir, ver y compartir, vivir (?) y compartir ya no son cosas que se puedan separar. Todos nuestros actos pertenecen a una larga cadena y uno de esos eslabones, en algún momento, es remitir a una red social. No importa a lo que uno se dedique realmente, lo que importa es la expresión compartida. Pero al compartir la expresión el que es compartido es uno, que ya deja de ser uno -uno que nunca fue- y pasamos a ser como una música que va en otros, como cualquier otra cosa.
(Ilustración: @elchara)