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08 de diciembre 2017

Gabriel Puricelli

TRUMP Y LA ERA DE LAS DEMOCRACIAS DE SUMA CERO

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Yo mudo la embajada a Jerusalén, ¡y que sea lo que Dios quiera!” Si esto no es lo que pasó hoy por la cabeza de Donald J. Trump cuando decidió dar su bendición a la pretensión de la derecha israelí de que la Ciudad Santa sea la capital exclusiva de su estado, la imagen mental que precedió a este acto de gobierno seguro está bien representada por esa frase. Como ante todo lo que hace el 45° presidente de los EE.UU., estamos llamados a reaccionar con la misma contundencia con la que él actúa. Dos opciones son las que aparecen más a mano: alarmarnos frente a una nueva excepción, una nueva ruptura de los usos y costumbres o tomarlo con la naturalidad que se toma una nueva normalidad. Una tercera posibilidad es pensar a Trump como el canario en el socavón de la mina, que anticipa con su muerte el enrarecimiento del aire y advierte a los mineros que hay que subir de inmediato a por aire para no correr la misma suerte. Este Trump que se ha sacado los guantes para pegar con los nudillos desnudos en la cara de los tabúes de la política estadounidense nos advierte de un enrarecimiento de la democracia, donde toman el mando los deseos de las minorías intensas y donde los gobernantes se despojan de toda virtud que pueda mediar la satisfacción orgásmica de esos deseos.

La ética de la responsabilidad queda para los timoratos, el consenso para los pusilánimes, la cortesía para los cobardes, la ley escrita para los impotentes. Bienvenidos a la democracia de suma cero. Gobernar no es más evolucionar, no es más una trabajosa y trabada combinación de rupturas y continuidades. Gobernar es afirmación omnipotente del yo, es destrucción creativa de todo lo que el predecesor consideraba su legado. Gobernar es hacer lo que nunca se hizo y hacerlo con la furia de la restauración. Gobernar es dominar más que dirigir. Gobernar es “shock and awe”. Gobernar es desechar por completo las razones del otro, es velar para que no haya un mestizaje impuro entre las ideas propias y las ideas del otro.

Este Trump que se ha sacado los guantes para pegar con los nudillos desnudos en la cara de los tabúes de la política estadounidense nos advierte de un enrarecimiento de la democracia

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La política se vuelve puro presente y la única variable que cuenta es la potencia, la capacidad de hacer que las cosas sucedan. Si la política está en tensión hacia el futuro, lo está hacia un futuro que no presenta dudas ni incertidumbres, porque tiene la imagen tranquilizadora del pasado, de las cosas como eran antes. El minuto a minuto lo marca la intensidad de las redes sociales, no los estériles promedios de las encuestas que pretenden auscultar a una muestra representativa de todos los ciudadanos. Lo que importa es escuchar rugir a los propios, a los que son propios aquí y ahora. El zumbido del disgusto de los ajenos es un ruido que se puede cancelar, no es un voto a conquistar en el futuro.

Hacer lo que hay que hacer supone dicotomizar, simplificar, y cualquier causa que sirva para ejecutar esa operación es un colectivo que al líder lo deja bien.

Lo que importa es escuchar rugir a los propios, a los que son propios aquí y ahora. El zumbido del disgusto de los ajenos es un ruido que se puede cancelar, no es un voto a conquistar en el futuro.

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Trump y sólo Trump puede acercar una tea al pastizal reseco del Medio Oriente y jugar con la idea de que arda definitivamente de una buena vez: en eso es excepcional. Juega al límite con una ética de los fines últimos que contraviene todos los saberes convencionales y no se estrella contra las consecuencias: en eso es una nueva normalidad. Pero también es el tipo ideal de un nuevo líder de la democracia contemporánea y, como tal, es el canario que nos advierte de un tiempo iliberal que viene hacia nosotros una explosión de grisú. Líderes que invocan con obsesión cursi el diálogo, pero sólo le hablan al espejo, hombres de negocios que venden libros con “el arte del acuerdo” pero que nunca han pensado en ponerse de acuerdo más que consigo mismos.

Podemos elegir ver en Trump sólo un anciano anaranjado y grotesco o comprender que sobre su figura se recorta un tipo ideal de político que estamos viendo manifestarse en muchas de las democracias de este último tiempo. Una vez comprendido esto, recordemos que sea el presidente de EE.UU. con Jerusalén u otro líder pasando por alto consensos que nuestra voluntad creía sólidos, juegan con cosas que no tienen repuesto.

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