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31 de octubre 2019

Ezequiel Meler

TODAVIA CANTAMOS

Tiempo de lectura: 3 minutos

En medio de una jornada jubilosa, de ribetes épicos, este domingo una alianza popular bastante amplia y heterogénea venció a una compacta coalición de derechas cuyas cabezas más visibles son un presidente saliente, una gobernadora saliente y un jefe de gobierno reelecto. Digo que hay ribetes épicos porque nunca, desde 1983, un mismo partido había concentrado en sus manos los tres estados principales del país: Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y la Nación en su conjunto. Tampoco habían concentrado el poder empresarial y mediático de este modo.

La UCR había ganado en los tres distritos en el momento fundacional, pero tan temprano como en 1987 había perdido la provincia de Buenos Aires, en una elección que anticipaba el regreso que dos años más tarde concretó un peronismo renovado. La Ciudad de Buenos Aires supo diferenciarse tempranamente de la experiencia menemista, aunque no de su modelo, con el triunfo de De la Rúa, que a su vez anticipaba el de la Alianza en 1999. Esa Alianza que no pudo ganar en provincia de Buenos Aires, de donde vendría el recambio. El kirchnerismo ascendió en soledad al plano nacional perdiendo en 2007 la Ciudad, nada menos que a manos de Macri. Más cerca en el tiempo, el triunfo de Cambiemos, hoy Juntos por el Cambio y mañana veremos, había depositado en una fuerza de derecha moderna con un tinte que excede el componente de clase, la suma del poder constitucional de los tres distritos, a los que se sumaban Mendoza y una Córdoba siempre ajena, alambrada contra las oleadas nacionales.

nunca, desde 1983, un mismo partido había concentrado en sus manos los tres estados principales del país: Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y la Nación en su conjunto. Tampoco habían concentrado el poder empresarial y mediático de este modo.

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El domingo eso cambió, en parte. JXEC retiene una base popular notable, de casi diez millones de votos en primera vuelta -cierto es que, con nuestras PASO funcionando como primera vuelta, lo de ayer fue prácticamente un balotaje-. Pero, con guarismos que se parecen bastante a los de 2017, un peronismo -a falta de mejor nombre- reunificado los ha superado por ocho puntos. A algunos les parecerá poco. La fuerza del aparato estatal, del poder económico y del blindaje mediático no debe ser desestimada tan fácilmente. Era una parada bravísima, y con un esfuerzo solo comparable al que habrá que hacer de ahora en más para controlar el caos que deja este gobierno, sólo comparable al de 1989 o al de 2001, se triunfó en donde se debía triunfar. ¿La prueba más simple? ¿Cuántos creían, hace dos años, o incluso hace un año y medio, que JXEC podía perder una elección, después de haber ganado convincentemente, con 42 puntos, el medio término? ¿Después de que Bullrich, nada menos, superase a Cristina Kirchner?

¿Volvimos? No tan rápido. Volvieron los que se fueron en 2015, pero también otros que se habían ido antes, leyendo mal la relación de fuerzas y sufriendo en carne propia un kirchnerismo que se había vuelto expulsivo, sectario y excluyente. No somos los mismos, y en parte ello debe servirnos para no repetir errores como los del pasado.

¿Qué clivaje predominó ayer? Toda sociedad se desenvuelve y se constituye a merced de diversos conflictos y diferencias: para el canadiense Ostiguy, esos clivajes rondaban la antinomia peronismo / antiperonismo, para otros, entre los que me cuento, reflejan más una polarización entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo, hoy más fuerte que ayer. Pero ¿y el viejo clivaje izquierda / derecha? ¿Se cumplió finalmente el sueño ditelliano de un espectro de disputa entre fuerzas, coaliciones de centro izquierda y de centro derecha? Hoy creo que todo eso se cruza un poco. Con un peronismo resignificado por la experiencia kirchnerista, que a su vez actualiza la disputa por los años 70, en la práctica ayer se opusieron dos coaliciones, una identificada con el kirchnerismo y la centro izquierda -si bien con aliados que no responden a ese patrón, como en todo país federal- y otra con fuerte ancla en la derecha, peronista y antiperonista en proporciones diversas, pero siempre antikirchnerista. Esos fueron, al fin y al cabo, los temas de la campaña.

Ninguna victoria es completa: toda mayoría es circunstancial. O, como lo dice el bueno de Pepe Mujica, “no hay derrota definitiva ni triunfo definitivo”. Ahora comienza una etapa complicada, donde el grueso de la crisis, a diferencia del pasado, está por delante. Necesitamos mantener y consolidar una herramienta de unidad en la defensa de los intereses populares, darle contenido. Hemos sido, entre todos, nuestra propia renovación, y eso es bueno y es malo, porque las responsabilidades con las que llegamos se suman con aquellas que heredamos de experiencias pasadas. Se vienen tiempos desafiantes para todos nosotros. Queda un imperativo, ser mejores.

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