
TIEMPO AL TIEMPO: LOS DESAFIOS DE LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL 2019
Las elecciones de 2015 dejaron dos aprendizajes. Por un lado, que la unidad de una fuerza política o un frente no radica solamente en reunir a todos los que sea posible, sino en mostrar eficazmente una imagen de unidad que resulte creíble para la ciudadanía. Por el otro, que esa fuerza política o frente debe ser capaz de trazar un horizonte comunitario claro, es decir, proyectar la idea de que “vamos hacia allá” (y, por tanto, “no vamos hacia acullá”). Lo primero no implica que el frente deba ser monolítico como un bloque de cemento. Lo segundo no supone la acumulación de promesas de campaña como una simple catarata de palabras. En las elecciones de 2015, Cambiemos pudo producir ambos efectos más eficazmente que el Frente para la Victoria; éste dejó entrever a lo largo de la campaña las fuertes disidencias internas y los “votos desgarrados” que el candidato presidencial suscitaba, a la vez que formuló una estrategia mucho más anclada en el pasado (en la reivindicación de los logros pretéritos) que proyectada hacia el futuro. La cuestión es, en resumen, cómo los discursos políticos se proyectan, respecto del pasado, en el presente y hacia el futuro. En fin, cómo construyen el tiempo de lo político.
¿Cómo construyen el tiempo las principales fuerzas políticas en pugna actualmente? ¿Cómo se proyectan hacia adelante? ¿Qué vínculo establecen con el pasado? Aunque de modo oficial la campaña recién comienza, podemos ofrecer algunas líneas de análisis para responder este interrogante a partir de las declaraciones públicas de las/os candidatas/os en las últimas semanas.
El desafío de “Todos” es precisamente no “volver” a quedar presos del pasado como en 2015 y proponer un escenario de posibilidades que sea más o menos novedoso
En la campaña de 2015, Cambiemos se presentó -como su nombre bien logró condensar- como la fuerza política que garantizaba -hacia futuro- un horizonte que dejaría atrás la denostada “grieta”. Sin embargo, desde el comienzo de su gestión, definió el presente como un tiempo excepcionalmente crítico, amenazado por un pasado demonizado que se necesitaba dejar definitivamente atrás (“la pesada herencia”). Adicionalmente, en el discurso de esta coalición, las políticas públicas decididas fueron presentadas como “inevitables”. Se definió un tiempo estático, único y sin alternativas, de modo tal, que las posibilidades de debate sobre los destinos comunes del país se veían drásticamente reducidas. No dejó atrás “la grieta” sino que se consolidó sobre ella, y a la vez, redujo los márgenes de la polémica política característica de la democracia. Hoy, afirman las voces de esta fuerza política, el fantasma del pasado vuelve a rondar y pretende borrar los cambios logrados. A diferencia del 2015, Juntos por el Cambio (el nombre que se acuñó para la lista encabezada por el presidente Mauricio Macri y el peronista Miguel Ángel Pichetto) corre el riesgo de quedar preso de su propia trampa: un presente marcado por las falencias de su propia gestión, un pasado amenazante y un futuro sin ninguna perspectiva de “cambio”.
El Frente Consenso Federal 2030, con Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey a la cabeza, propone otros horizontes. Antes de la concreción de esta coalición electoral, el ex ministro de economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner se había perfilado como el candidato de “la transición”. Retomando la estrategia de aquel bonaerense en su paso por el poder ejecutivo -allá por 2002-, Lavagna se presentó como el candidato “ni-ni”, como aquel que podía dejar atrás dos pasados, uno de mediano plazo y otro de corto plazo: ni kirchnerista, ni “cambiemita”. Amparándose en su avanzada edad (que le dificultaría renovar el cargo, en caso de ganarlo) y también en su perfil técnico (pero sin renegar de su veta más política), construyó discursivamente un ethos asociado a la entrega desinteresada, al sacrificio: él puede hacerse cargo del país en esta coyuntura crítica porque el suyo puede erigirse como un interregno entre dos Argentinas diferentes, una actual y problemática, y otra prometedora, potencialmente en ciernes. La idea de transición configura un tiempo futuro más incierto y menos (pre)determinado que aquel que pregona la inevitabilidad; designa para su gobierno un plazo limitado y deja indeterminado el curso posterior. Sin embargo, la fuente de su potencialidad puede ser la misma que la de su debilidad: un horizonte de posibilidades demasiado abierto corre el riesgo de convertirse en un horizonte de pura indefinición. Su desafío es el de dar forma y llenar de contenido a su posición “ni-ni” y, para ello, es clave el marco de alianzas que construya (y en esta dimensión el impacto de la coalición con Urtubey puede poner en riesgo el delicado equilibrio que aquella posición demanda).
A diferencia del 2015, Juntos por el Cambio corre el riesgo de quedar preso de su propia trampa: un presente marcado por las falencias de su propia gestión, un pasado amenazante y un futuro sin ninguna perspectiva de “cambio”
Por su parte, el Frente de Todos presenta otras particularidades: le pesa la reivindicación del “vamos a volver”, pero tampoco puede mostrarse como completamente nuevo. ¿A dónde se pretende “volver”? Argentina no es la misma de 2015, pero tampoco la del 2003 y aunque para algunas/algunos/algunes la idea funciona como un mantra seductor (más potente en las militancias, pero al cual las dirigencias no han podido re-conducir en un nuevo sentido), parecen perder de vista que el retorno al pasado que ya no existe es una quimera; su perfecta reproducción no es posible en tanto las condiciones y los actores han cambiado. Además, y como ha quedado en evidencia en 2015 y, más acá en el tiempo, en 2017, muchos (propios, ajenos e indecisos) no desean “volver” a ese tiempo pretérito, a pesar de que tampoco el presente les resulte para nada grato. El desafío de “Todos” es precisamente no “volver” a quedar presos del pasado como en 2015 y proponer un escenario de posibilidades que sea más o menos novedoso. Por ello, deben tener en claro que que el armado de la fórmula Fernández-Fernández (y no Fernández-Kirchner) no alcanza para constituir lo nuevo, que dependerá más de cómo los varios actores involucrados logren construir una imagen de unidad en la diversidad (con primacía de la primera sobre la segunda) y de unidad hacia el futuro (sin desentenderse del pasado).
El escenario actual se presenta marcado por jugadas estratégicas y de gran impacto, pero que por sí solas no garantizan nada; como con todo lo que ocurre en política (y no sólo en política), el resultado depende del sentido que se le dé a los hechos. Las tres fuerzas deben lidiar, competir y gestionar la relación con sus adversarios, pero muy especialmente, el vínculo con sus propios fantasmas. Y este escenario, desentenderse de esa dimensión, pretender ignorarla, puede ser la estrategia que les garantice el fracaso.

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