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15 de octubre 2022

Juan Di Loreto

SOMOS NOVIOS

Tiempo de lectura: 2 minutos

“¿Quién los ve andar por la ciudad

Si todos están ciegos?”

El sol baja recto entre los edificios de la ciudad. A la mañana temprano ya se escuchan zorzales y de a poco el tránsito va callando los ruidos particulares. Los autos callan a los pájaros, las sirenas mutean a los autos y colectivos. Es la inercia de la metrópoli, una capa de silencios estruendosos, abusando del oxímoron fácil. Qué máquina perfecta nos engendra la ciudad: te da vida, charla, semblante, cultura, viveza, te quita todos los días un pedacito de cielo y seguimos viviendo acá.

Pero algo no está bien. Algo no responde a la máquina, al flujo incesante, a las costumbres bruscas de la masificación y el apuro. Lo podés ver en las entradas de los edificios, en alguna ochava, son ellos, los novios y los amantes. Manejan otro tiempo: la urgencia del fin del mundo, de todo es ahora, del nada es eterno, pongamos que hablo de noviazgo. Esas escenas de besos, de apretadas son lo que no hay o lo que falta. Si fue su primer encuentro no durmieron en toda la noche, pero ahí están, ese día sos el mejor del mundo, sos la campeona. Esos amores son siempre urgentes, cualquier especulación se pierde porque te entregás en bandeja, perdés el cálculo y le metés para adelante.

La urgencia se hace lejos, puede fugarse. En la ciudad se esconde a plena vista, prestá atención.

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“Amanece en los carros de basura,

empiezan a salir los ciegos,

el ministerio abre sus puertas.

Los amantes rendidos se miran y se tocan

una vez más antes de oler el día”.

Cortazar. La urbanización aniquila a los amantes: son vendedores, mozos, estudiantes, tuiteros diurnos, productores de seguros, bibliotecarios, oficinistas abstractos, policías de la ciudad, emprendedores, chorizos, choferes. Pero ahí van, el amor los desencaja, le gana la urgencia que les sube desde los talones hasta la punta de las narices. El resto, allá, cansados, hechos pelota, como todos, ahora, si no duerme ni el loro en esta ciudad. Ignoro los amores rurales y de pueblo. En mi obviedad, los intuyo bucólicos, pastoriles, descampados, en las plazas, en los caminos, de la mano del centro, urdidos en las extensas oscuridades que entregan los pueblos. La urgencia se hace lejos, puede fugarse. En la ciudad se esconde a plena vista, prestá atención.

Los autos callan a los pájaros, las sirenas mutean a los autos y colectivos. Es la inercia de la metrópoli, una capa de silencios estruendosos, abusando del oxímoron fácil

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Los expertos en márketing se han dado cuenta y ven al amor disruptivo. El amor es disruptivo, me río de Janeiro. Organizan una campaña en redes fenomenal. Las empresas ganarán muchísimo, obtendrán virales, likes, y se hablará socialmente del asunto. Pero omitirán, con el pudor que les produce el cálculo comercial, la verdadera imagen furtiva del amor, siempre juvenil, que encontramos en la ciudad. Mirá si van a poner una storie con semejante calentura.

Ya está. El sol se escondió. Los amantes de cartón se van a dormir. Mañana otro gallo cantará, pero como no hay gallos en la ciudad cantan los zorzales. Qué hermosas son las mañanas en Buenos Aires. Pero ahora es de noche. Zigzageamos por los racimos de sombra de los árboles para sentir, de nuevo, ahora, que volvemos a ser novios.

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