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21 de julio 2015

Hernán Vanoli

¿SOCIOLOGÍA Y/O LITERATURA?

Tiempo de lectura: 6 minutos

Existen una serie de malentendidos a la hora de pensar las relaciones entre sociología y literatura. Se habla de “literatura sociológica” como si alguna literatura pudiera estar por afuera de condiciones de producción, de condiciones de lectura, de circulación, por fuera del sistema de relaciones sociales que componen a la literatura. En otro nivel, se piensa a la literatura como un sistema autónomo cuya materialidad, el trabajo sobre el lenguaje, funciona como una credencial de diferenciación que la colocaría por fuera de un espectro de discusiones y tomas de posición sobre lo político y los modos de ser en común. La literatura como una entelequia que sobrevive en una temporalidad otra, ligada antes que nada a la tradición literaria y a la forma. Habría entonces una literatura refinada, opuesta al mercado y a la coyuntura, opuesta a la lengua dominante, distinguible por su esencia, su literaturiedad, y otra literatura entre comillas, más sociológica, en algunos casos más intimista, siempre menos literaria, colocada en un limbo extraño entre el periodismo, la divulgación y el oportunismo mercantil. A continuación vienen las preguntas: ¿sociología y literatura? ¿sociología o literatura? ¿sociología y/o literatura? ¿escritores sociólogos? ¿tradición de literatura sociológica? ¿el ensayismo va a salvarnos?

Creo que la discusión es bastante inútil y para comenzar a despejarla lo primero que uno debería hacer es poner en claro algunos términos. El primero y principal sería una definición más plena de lo literario, su especificidad, su relación con la imaginación pública, el sistema de tensiones que lo literario establece con las máquinas de producción de narraciones sociales. Arte y literatura, literatura y modos de reproducción técnica del discurso, lenguaje y sociedad. Kirchnerismo y sociedad, literatura y política, series de tele y literatura. Todo esto resulta en extremo engorroso. Antes que nada y para dejar de chamuyar, habría que discutir formas de producción de las categorías de saber, por un lado, y modalidades de apropiación de los textos, por otro. Por eso voy a referirme a la sociología no como una disciplina, sino como un modo de aproximarse a los textos que funcionan socialmente como literatura. La sociología como una forma de leer.

Una premisa básica para una lectura sociológica de un texto podría ser “no sociologices”. No leas a los textos como información, no leas sólo el contenido, preguntate por las formas de contar, por el lenguaje, claro, preguntate por el lenguaje. Pero esta máxima vendría acompañada por un “no mistifiques”. No creas que se escribe para el lenguaje; para una esotérica comunidad de lectores sin cuerpo. No creas que el escritor es el medium de fuerzas indecibles. Puede serlo y esto siempre ocurre a su pesar, pero además es otra cosa, además está diciendo otras cosas, aunque no lo quiera. Para leer sociológicamente es necesario preguntarse por el poder. Por los cruces entre el poder, la moral y las formas. La literatura puede encontrar nuevas maneras de decir las relaciones complejas entre los sujetos, las instituciones y la historia. Es más: leída desde la sociología, la literatura tiene que intentar establecer dispositivos complejos de enunciación que densifiquen la experiencia social sobre los dispositivos de poder, que muestren sus ambivalencias, que desnaturalicen su funcionamiento. Y que se opongan a los modos dominantes de contar manteniendo al mismo tiempo una tensión flotante con los modos contemporáneos de leer; imaginar la percepción del futuro. Porque, para la sociología, eso es lo que va a permitir que la literatura sobreviva y no se resigne a convertirse en una religión minoritaria. Lo que sigue es una especie de lista con algunas premisas para leer sociológicamente.

El autor es una variable

Todo texto está escrito por alguien; pueden ser también un conjunto de personas. En todo caso, hablamos de individuos de carne y hueso, con intereses, con ideología, con posición en el espacio social. No reducir un texto al autor o al contexto no significa anularlos. Por el contrario, el conocimiento del autor resalta aún más lo específicamente literario y lo tensiona. Quiera o no, cada autor adscribe a un estilo de vida, sus prácticas enarbolan una profecía de redención a través de la literatura, y su obra entra en diálogo con esa doctrina y esas prácticas. Cada escritor es un profeta. Por otra parte, cada país tiene su estereotipo de autor, por ejemplo acá en la argentina se valora a los marginales; no es demasiado loco arriesgar que eso tiene una correlación con el desarrollo trunco de nuestra burguesía industrial. Y esto afecta sin lugar a dudas a las estéticas. Pero a no olvidarse: Bourdieu dijo que Flaubert pudo ser un gran escritor por su condición de rentista, pero no todos los rentistas son Flaubert.

Estado, catervas y marcas

La lectura sociológica no puede dejar de interrogarse por el Estado. Se quiera o no, el Estado es el personaje principal de nuestras vidas; en Argentina, por ejemplo, el Estado es también la principal empresa, y por largos lapsos no pudo detentar el monopolio legítimo de la violencia. Althusser tenía razón, toda institución es un aparato ideológico del Estado. Una lectura sociológica podría preguntarse cómo hablan el Estado y sus instituciones a través de los textos; cómo respira, cómo existe ese monstruo llamado Estado en los discursos que fluyen en un texto. Podemos amar al Estado o no amarlo, podemos llenarlo de globos o ponerle un sombrero de enfermera, pero el Estado siempre está. Esto podría extenderse a las familias. Preguntarse por el Estado es preguntarse por las comunidades posibles: toda literatura imagina un orden familiar. Pero al mismo tiempo reniega de ese orden e imagina comunidades desviadas, subrepticias, amistades peligrosas que pueden conformar catervas donde impera una sentimentalidad. Finalmente, hay que decir que de todas las artes, la literatura es una de las más libres a la hora de prescindir del apoyo económico de las corporaciones. Por eso, su posibilidad de mencionarlas, afectarlas, horadarlas, sentirlas, darles una voz, corroerlas, habitarlas o pervertirlas es todavía más notoria. Así como el Estado habla a través de los textos, los textos pueden habitar la lengua de las organizaciones del mercado y de las organizaciones de la política. El idioma de las corporaciones económicas es el de las marcas, el idioma de las corporaciones políticas es el posibilismo. Patria, familia y propiedad, o Estado, catervas y discursos marketineros.

La opacidad no es garantía de nada

Así como las buenas intenciones en general producen mala literatura, las malas no producen necesariamente una literatura interesante. El procedimentalismo, el regodeo en la incertidumbre, tampoco. En nuestra época, una provocación que acontezca en el plano de la pura forma es más didactista y anacrónica que innovadora y desafiante. Los textos más conocidos de Osvaldo Lamborghini envejecieron de una forma lamentable; de a momentos parece un señor mayor que escupe la papilla. Por otra parte, una literatura que exprese un mundo gobernado por fuerzas oscuras e inasibles, o que muestre las grietas existentes en la construcción ficticia de todo relato se coloca hoy en el plano de un sentido común liberal progresista e insufrible, equiparable a la autoficción o a la crónica. La opacidad, el fragmento, la interrogación no son garantía de nada. No nos dejemos engañar.

Sin teorías sobre la contemporaneidad no hay lectura

Una premisa básica para una lectura sociológica es que existe algo llamado sentido común, que ese sentido común se transforma históricamente a través del trabajo de las instituciones, y que esas instituciones operan bajo el prisma de teorías sobre la historia y la sociedad. Lo opuesto al sentido común sería la ciencia. Una lectura sociológica es capaz de cuestionar y poner a prueba sus propias teorías, que nunca son tan científicas pero sí ideológicas, en base a una lectura. Confía en la literatura como ejercicio de conocimiento sensible. Pero parte de teorías, y las refina. Interroga a esas teorías a través de la experiencia de lectura, con la dialéctica entre forma e historia narradas como herramientas. Por eso, leer a la literatura como simple “entretenimiento” o simplemente como “textos” es bastante pobre. Más allá de las intenciones del autor, toda obra literaria compone una relación entre los textos, los lectores, las instituciones y el poder social acumulado. También representa un grado de desarrollo de las fuerzas productivas. La literatura elabora dispositivos de lenguaje capaces de contener relaciones éticas y estéticas entre los sujetos, los objetos y las instituciones. ¿Qué tipo de recepción preanuncia este libro? ¿Cómo contribuyen a la misma sus paratextos, el proyecto editorial en el que se inscribe? ¿Qué régimen de circulación de los bienes culturales se imagina en los proyectos literarios? Esas preguntas también podrían estar presentes cuando se despliega una lectura sociológica.

La lectura sociológica necesita un canon propio

Este punto, el último, también podría haberse llamado “desconfiá de los que veneren a Borges”. Nadie va a negar la calidad de la prosa de Borges; ni siquiera su relevancia; tampoco su pertinencia. Pero se trata de un autor del siglo XIX que escribió en el siglo XX, donde vislumbró un estado de la lengua y sus mecanismos de proliferación en el siglo XXI. Más allá de su inscripción política, toda la intelectualidad internacional ya le chupó la sangre, y el esteticismo de derecha lo sigue haciendo. De hecho sus intuiciones tuvieron algo genial. No por eso hay que seguir repitiéndolo; quizás hace falta un buen balance crítico de su obra. El trabajo con las formas sociales presente en Gombrowicz, el problema de la técnica en Bioy Casares, las utopías en Arlt, la biopolítica en Puig, el marketing en Cortázar, la geografía en Viñas, la democracia en Fogwill. Incluso dentro del cánon oficial se pueden hacer otras lecturas más interesantes que las que ya vienen masticadas.

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Comentarios

  1. marina raw

    el 21/07/2015

    O sea: nada.
    Ni al esbozo de programa de lecturas críticas del final se les cae una idea.
    Los sociólogos sólo pueden hacer discurso sobre los jirones de la crítica literaria hecha por otros.

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