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26 de abril 2020

Mariana Cané

“¿SE ENTIENDE?” ALBERTO DOCENTE Y LA GESTIÓN DE LA CRISIS

Tiempo de lectura: 6 minutos

En quince días asistimos a dos conferencias de prensa de Alberto Fernández sobre el avance de la pandemia de COVID-19: el 10 de abril, se anunció el inicio del “aislamiento administrado” y ayer, el comienzo de la etapa de “segmentación geográfica”. En ambos casos, a pocos minutos de comenzada la transmisión, el presidente abandonó su silla para acercarse a la pantalla dispuesta atrás y a la izquierda de la mesa en la que estaba dispuesto parte del equipo ejecutivo del gobierno (el Jefe de Gabinete y los ministros del Interior y de Salud, a quienes ayer se sumó la Secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizotti) para exponer los principales datos del desarrollo del coronavirus en Argentina y las medidas para contenerlo. Ayer pudimos registrar, sin embargo, dos novedades en torno a los anuncios: la comunicación fue grabada (y no en vivo, como la de principios de mes) y, esta vez, Twitter no esperó a que la conferencia empezara para llenarse de referencias al modo en que el presidente presenta la información y, por ende, también a sí mismo: como un docente.

Sabemos que Fernández es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Sabemos –también– que siguió dictando clases frente a algunos de sus cursos después de comenzar su mandato, allá por el ya lejanísimo 10 de diciembre de 2019. Sin embargo, ello no tendría –o, al menos, no necesariamente– por qué traducirse en esto que denominaremos ethos  docente.

Esta noción de ethos  proviene del análisis del discurso (sus principales referentes son Oswald Ducrot y Ruth Amossy), pero se nutre del diálogo de esa disciplina tanto con el interaccionismo simbólico (Erving Goffman), como con la sociología clásica (Max Weber) y la contemporánea (Pierre Bourdieu). Es un concepto que permite dar cuenta de los modos en que un locutor se presenta a sí mismo en su discurso, pero también de la escena que construye en el momento en que profiere ese discurso. Desde esta perspectiva, el ethos  no es estudiado como un mero resultado de la intención del locutor que, buscando lograr un cierto efecto, podría proyectar voluntariamente una cierta imagen (y, así, “manipular” a su auditorio). El modo en que el locutor se presenta a sí mismo excede su intención porque es el producto del entrelazamiento, del cruce de ciertas instituciones, discursos y prácticas (propias y ajenas) que lo preexisten y que lo atraviesan. Es decir, Alberto Fernández no aprendió a usar el puntero digital para cambiar las diapositivas en estas conferencias de prensa: conoce el correcto manejo de esa herramienta, tiene su uso incorporado y la utiliza como si fuera una prolongación de su mano, de un modo que resulta “natural”, tanto para él como para su auditorio. La denominación “filmina” aparece como otra huella de sus años como docente, en los que seguramente pasó de utilizar un dispositivo óptico-mecánico para proyectar piezas de acetato –un retroproyector– a exponer con un archivo de Power Point (o Prezi) en una pizarra digital. Algunos elementos más revelan cómo Alberto Fernández estructuró y enmarcó su discurso en un ethos  docente: una presentación plagada de datos y cifras ilustrados con gráficos, el “dedito acusador”, el recurso a la expresión metadiscursiva “¿se entiende?” y el manejo de los tiempos, pausas y silencios después de ciertas frases que abren espacio/tiempo para la reflexión de quienes escuchan. Estas huellas permiten constatar, por un lado, cierta distancia jerárquica del locutor respecto de su auditorio y, por el otro, que esa distancia se basa en un saber que el primero detenta y el segundo –aparentemente–, no (o, al menos, no del mismo modo).

Eduardo Duhalde había hecho del molde didáctico un aspecto central de su discurso de asunción como presidente provisional en enero del 2002. Esa modalidad “didáctica” se materializaba en una enunciación inundada por datos cuantitativos sobre la situación crítica de aquella coyuntura

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Todos estos aspectos fueron resaltados en redes sociales y en los medios de comunicación tradicionales (que, en cierto modo, lo hicieron “levantando” lo que aquellas marcaban como el pulso de las audiencias). De modo que, hasta aquí, no hemos hecho más que sistematizar y proponer una clave de lectura sobre algo que parece evidente, esto es, que Alberto Fernández tiende a llevar a cabo sus conferencias de prensa como si fueran una exposición o una clase dictada por un docente universitario. Pero lo que, en realidad, nos interesa proponer es una línea de reflexión sobre las implicancias de este ethospara el modo de gestionar la crisis del COVID-19 por parte del gobierno argentino. Y, para ello, tenemos que reconocer que este modo “didáctico” no es nuevo en las enunciaciones presidenciales vernáculas en coyunturas de grandes crisis. Como señaló la lingüista Elvira Narvaja de Arnoux (en su trabajo “El discurso peronista frente a la crisis institucional de 2001”), Eduardo Duhalde había hecho del molde didáctico un aspecto central de su discurso de asunción como presidente provisional en enero del 2002. Esa modalidad “didáctica” se materializaba en una enunciación inundada por datos cuantitativos sobre la situación crítica de aquella coyuntura y rica en ilustraciones que se fundaban en la experiencia del locutor en sus gestiones públicas previas. Duhalde mantuvo (y profundizó) este modo de presentación de sí a lo largo de toda su gestión y lo plasmó, muy especialmente, en los diálogos que entablaba con el periodista Mario Giorgi en su programa radial semanal “Conversando con el presidente” (que estuvo al aire en Radio Nacional durante todo su mandato).

En las presentaciones de Fernández, este molde didáctico apareció reactualizado a la luz de las herramientas tecnológicas (la proyección de las “filminas”) y de las experiencias previas del locutor (no sólo en la gestión pública, sino también por su experticia en docencia), pero mantiene algunas líneas de continuidad con el que Arnoux señalara en los discursos de Duhalde. Lo que deja entrever este modo de presentación relativamente compartido por ambos locutores es una forma de lidiar con la crisis (allá, la del 2001, acá la pandemia mundial de coronavirus) también relativamente compartida, y que ancla en la búsqueda de una legitimidad fundada en el saber (en parte, propio, en parte, proveniente del conocimiento de “los expertos”) y la experiencia. Ciertamente, la figura del docente remite a un vínculo jerárquico respecto de su auditorio, que se basa no sólo en el dispositivo institucional que lo respalda (la escuela, la universidad, el aula), sino también en la posesión diferencial de un cierto cúmulo de saberes, tanto teóricos como prácticos (derivados estos, tanto de la experiencia como del estudio o de la investigación). Este ethos docente proyectado, construido y escenificado por Alberto Fernández resulta, además, un llamativo complemento (y reafirmación del estatuto) de este que se ha dado en llamar (incluso por sus propios actores) un “gobierno de científicos”.

La del 2001 y la resultante del COVID-19 son, evidentemente, crisis de distinto tipo (además de que aun no conocemos los alcances globales y locales de la segunda porque se encuentra en proceso). Los pilares fundacionales de los gobiernos de Duhalde y Fernández son –también– de distinto tipo, fundamentalmente porque mientras éste fue elegido por el voto de los ciudadanos y ciudadanas, aquel fue presidente de modo provisional (designado por una Asamblea Legislativa extra-ordinaria) y ello implicó que debiera dar forma a una legitimidad basada más en el ejercicio de su rol, que en su origen. Y el tono didáctico al que referimos líneas atrás fue un aspecto clave en la construcción de esa legitimidad.

Sin embargo, las líneas de continuidad resaltadas nos permiten llamar la atención sobre un cierto modo de gestionar las crisis relativamente común a ambos dirigentes y que toma forma en un ethos  docente, que parece otorgar al locutor la legitimidad del conocimiento, del saber y del saber-hacer. Alberto nos pregunta si entendemos, porque él sí entiende cómo conjurar la crisis. Y nos lo hace saber, nos explica cómo debemos proceder y da cuenta de por qué “sirvió” la cuarentena (con números y con gráficos que enmarcan el suyo en un discurso científico). Construye sentido(s) y deja en claro que lo está haciendo.

Ciertamente, la figura del docente remite a un vínculo jerárquico respecto de su auditorio, que se basa no sólo en el dispositivo institucional que lo respalda (la escuela, la universidad, el aula), sino también en la posesión diferencial de un cierto cúmulo de saberes, tanto teóricos, como prácticos

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Resta, entonces, continuar estas indagaciones por dos senderos que no necesariamente se bifurcan. Por un lado, ¿es posible pensar que estos dirigentes proyectan un modo de concebir “la política” común?; para ensayar respuestas a esta pregunta, sin embargo, sería conveniente incorporar el estudio de otras voces que, como la de Cristina Fernández de Kirchner –aunque en una coyuntura bastante diferente–, han sido asociadas por investigaciones especializadas a construcciones ethicas similares. Por el otro, y dada la magnitud que –parece– tendrá la crisis global por el coronavirus, nos preguntamos ¿detentará, en el gobierno de Fernández, tanta centralidad como tuvo en el de Duhalde, el sintagma “transición”? Para ello, es preciso tener en cuenta que en el anuncio de ayer, a diferencia del anterior, se dejó entrever una proyección futura más allá de los quince días que comprende la etapa que se inicia hoy (la “nueva normalidad”). Sin embargo, estas preguntas requieren ejercitar un distanciamiento que la contemporaneidad dificulta. Por ahora, el único distanciamiento que podemos practicar es el social, preventivo y obligatorio.

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