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11 de marzo 2018

Alejandro Sehtman

REPUBBLICA ZERO

Tiempo de lectura: 9 minutos

partiti italiani

En su poema “Familia Real”, el poeta francés Jacques Prèvert se reía de la accidentada sucesión de los Borbones franceses resaltando que no habían sido capaces de contar hasta veinte. Las mismas dificultades para el cálculo las sufrió en el Reino de Italia la familia real Saboya: inauguraron la corona con Vittorio Emanuele II, la siguieron con el asesinado Umberto I y la abandonaron con Vittorio Emanuele III. Pero el contador imperfecto no parece ser patrimonio exclusivo de la realeza: la Segunda República Italiana está siendo remplazada por una especie de precuela: la Repubblica Zero.

La Segunda República Italiana está siendo remplazada por una especie de precuela: la Repubblica Zero.

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En los capítulos anteriores… Comunistas, Socialistas, Democristianos

En 1946 la mayoría del pueblo italiano salido de dos guerras una adentro de la otra (la segunda guerra mundial y la guerra civil que se desató luego del armisticio del 8 de septiembre de 1943 en el que Italia cambió de bando) decidió por medio de un plebiscito deshacerse de una monarquía deslegitimada por su rol durante el fascismo e inaugurar una incierta república. La mayoría no fue aplastante pero fue clara (54 a 45%) y su distribución geográfica (Norte republicano, Sur monárquico) contribuyó a vincularla a una idea de progreso.

Luego de 20 años de fascismo y 2 más con el país partido a mitad entre el Eje y los Aliados el escenario político sólo podía ser un hervidero. La naciente República fue el tablero donde se enfrentaron tres pesos pesados de la política de masas: un renovado Partido Socialista (léase Partito Sochalista), una joven Democrazia Cristiana (léase Democrazzía Cristiana) y un sólido Partito Comunista. A estos partidos se sumaban los laicos de centro (entre los que destacaba el vigoroso Partito Radicale) y el posfascista Movimento Sociale (Sochale) Italiano (cuyas siglas algunos sospechaban de ser el acrónimo de “Mussolini Sei Inmortale”).

El Partito Comunista estaba a priori excluido de integrar coaliciones de gobierno a pesar de tener un rendimiento electoral constante de entre el 25 y el 30%. La Guerra Fría no era chiste e Italia estaba demasiado cerca de Yugoslavia, Albania y de la tambaleante Grecia. Con los comunistas fuera del Estado (a nivel nacional, porque en los municipios hubo muchos y muy salientes intendentes rojos) los socialistas y los democristianos se repartieron el gobierno de la Primera República con una vertiginosidad espectacular: entre 1946 y 1994 se sucedieron nada menos que 50 gobiernos, lo que da un promedio de menos de un año por gobierno.

los socialistas y los democristianos se repartieron el gobierno de la Primera República con una vertiginosidad espectacular

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Todos esos gobiernos fueron encabezados por la Democrazia Cristiana en sociedad con distintos partidos. Cuando hacía falta el Partito Socialista corría en auxilio de su socio porque la verdadera grieta no era el laicismo sino la cortina de hierro. Durante 46 años esta democracia bloqueada que le cerraba las puertas del Consejo de Ministros al 30% de electores comunistas mientras metía por la ventana al posfascismo funcionó bastante bien. La DC y el PSI superaron tanto las diferencias entre sí (agudas en la discusión de lo que Enrico Berlinguer llamó la “cuestión moral”, como por ejemplo el divorcio o el aborto) como sus luchas internas (que no eran para nada un juego de niños).

En 1990 el Partito Comunista perecía bajo los escombros del derrumbe de la Unión Soviética. No hay que pensarlo como un partido marginal: en 1987 y 1989 había obtenido casi el 30% de los votos como en todo el período previo. En 1992 la hora le llegaba a los otros dos grandes de la Primera República: la Democrazia Cristiana y el Partito Socialista estaban profundamente implicados en un sistema de corrupción orientado a recuperar de manera privada un porcentaje de las compras públicas y los fiscales. no tuvieron que dar muchas vuelta para demostrarlo. Ambos partidos murieron de pie: la DC con casi 30% de los votos en su última elección y el socialismo con 13,5% (superior a su promedio republicano)

 

 

gif italia

La Segunda República: de Tangentopoli a Berlusconopoli

Si bien la caída de la Unión Soviética y el proceso judicial conocido como Mani Pulite terminaron con los principales partidos de la primera experiencia democrática italiana, es necesario entender el derrumbe del sistema de partidos en la perspectiva más amplia de la transformación de Italia, Europa y el mundo: sin comunismo tampoco hacía falta socialcristianismo que lo contuviera, y mucho menos una opción progresista no filosoviética. El nuevo mundo político italiano no iba a parecerse en nada al anterior.

En 1994 el empresario publicitario y televisivo Silvio Berlusconi puso en escena su “salida al campo”. Justo cuando el comunismo había desaparecido como fantasía y como realidad efectiva, Berlusconi dijo que venía a salvar a Italia de la hoz y el martillo. Una especie de bombero que apaga las brasas. O un inteligente jugador que previó que, liberados del peso muerto del estalinismo, los ex comunistas podían romper el techo de cristal que acompañaba a la cortina de acero y construir una mayoría de gobierno progresista con los ex socialistas. De uno u otro modo lo cierto es que Berlusconi, que en su juventud había sido animador en un crucero, pasó de la empresa a la política y derrotó a la “alegre máquina de guerra” progresista comandada por Achille Occhetto (dirigente sobresaliente a quién se le aplicó, precisamente por esa derrota, la damnatio memoriae).

Berlusconi y su innovador partido político, Forza Italia, llegaron al gobierno en 1994 de la mano de un renovado pos fascismo (Alleanza Nazionale), de la autonimista Lega Nord (nacida en 1989) y del Centro Cristiano Democratico (1994). Lo que la DC había unido estaba separado entre un norte liberal (berlusconiano) y autonomista (leghista) y un sur pos fascista. El empresario de Milán era el único capaz de liderar a estas tres fuerzas, o al menos de ser su apoderado en el gobierno.

La primera experiencia de estos bastardos sin gloria de la Primera República duró poco: los autonomistas encabezados por Bossi consideraron que Berlusconi no les estaba cumpliendo en tiempo y forma las promesas de más federalismo e hicieron caer su gobierno. En las elecciones siguientes la mayoría fue al centro izquierda que gobernó entre 1996 y 2001 con Prodi y D’Alema a la cabeza alternándose con Berlusconi que hizo lo propio entre 2001 y 2006 cuando nuevamente le tocó el turno al centroizquierda encabezado por Romano Prodi.

El sueño de la superación del multipartidismo de la Primera República parecía alcanzado: un polo de centroderecha liderado por Berlusconi se alternaba con un polo de centroizquierda liderado por Prodi. Claro que el sistema electoral querido por Berlusconi en 2005 daba una no menor ayudita al bipolarismo: otorgaba la mitad más uno de los diputados a la coalición que obtuviera la primera pluralidad de sufragios a nivel nacional y la mitad más uno de los senadores de cada región a la coalición ganadora a nivel regional sin importar por cuántos votos ni a qué distancia del segundo. El premio de mayoría regionalizado del Senado favorecía particularmente a Berlusconi, dado que su aliada Lega Nord, tenía bajo porcentaje nacional pero era primera en varias regiones del Norte.  El politólogo Giovanni Sartori definió a este sistema con el nombre de “Porcellum”…

En 2006 el sueño de la superación del multipartidismo de la Primera República parecía alcanzado: un polo de centroderecha liderado por Berlusconi se alternaba con un polo de centroizquierda liderado por Prodi.

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A pesar de la ley electoral que lo sostenía, el bipolarismo no tuvo larga vida. La Historia (en su versión de farsa) se coló por la ventana: la situación judicial de la mujer de uno de los aliados democristianos del gobierno hizo perder un voto de confianza en el Senado que provocó su renuncia. Berlusconi olió sangre y volvió a ser Premier, pero la crisis global de 2008 le sopló su viento en la cara: ese año el PBI italiano cayó junto con el europeo pero no logró recuperarse. En ese contexto de Berlusconismo en tiempos del cólera, en 2009 se fundaba el Movimiento 5 Estrellas

En 2011, cuando promediaba el mandato de los diputados que lo habían elegido, Berlusconi se volvió poco confiable para quienes financiaban a Italia comprándole sus bonos a diez años a una tasa sensiblemente mayor a la alemana (lo que en el 2001 argentino era el “riesgo país” en Italia 2008 era el “spread” con los bonos alemanes). El hombre que podía domar a los leones del norte y del sur no era el adecuado para encarar el ajuste estructural que Italia necesitaba para no seguir los pasos de Grecia.

 

La larga agonía

En el fondo y en la superficie, como Menem, Berlusconi era un hombre de la democracia, un hombre de los votos. Y, se sabe, la reducción del déficit público para darle sostenibilidad a la deuda pública no es una cosa alegre. Entonces ahí vino desde la Unión Europea el Profesor Mario Monti, en su tren bindado, pero en vez de Zúrich-San Petersburgo, Bruselas-Roma. Su gobierno técnico apoyado por el centro izquierda y el centroderecha fue el principio del fin del republicanismo de posguerra porque inauguró en la Italia republicana la idea de que los partidos no podían resolver los problemas ni juntos ni separados. Como en la “Confesión” de Discépolo los partidos parecían decirle a los ciudadanos que los abandonaban no a pesar sino por amor.

En 2013 cuando estaba por llegar a su término la legislatura que había nacido con el gobierno Berlusconi y seguido con el técnico Monti, Il Cavaliere decidió quitarle su apoyo al primer ministro para buscar capitalizar su oposición al gobierno técnico. Esto provocó el anticipo del llamado a las elecciones que traían una novedad: el debut electoral del Movimento 5 Stelle en elecciones políticas (que es como llaman en Italia a las que eligen diputados y senadores nacionales). El resultado fue de fotofinish: con un 0,37% más de votos, el centroizquierda ganó la mitad más uno de los diputados (premio de mayoría del Porcellum mediante) pero no logró la mitad más uno de los senadores, controlados por la centroderecha. Los 5 stelle quedaron a menos de cuatro puntos de distancia a pesar de haber corrido solos. El empate catastrófico se resolvió en un escritorio: Italia sería gobernada por una gran coalición centroderecha-centroizquierda encabezada por el centroizquierdista (?), Enrico Letta, sobrino de Giovanni Letta, un importante asesor de Berlusconi y miembro de Goldman Sachs.

El empate catastrófico de 2013 se resolvió en un escritorio: Italia sería gobernada por una gran coalición centroderecha-centroizquierda hecha a medida de la antipolítica

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: un gobierno de la clase política a espaldas del pueblo capitaneado por un hombre gris con terminales en todos los enchufes del poder. En 2014 pocos meses de iniciado el gobierno el hiperactivo intendente de Florencia Matteo Renzi logró arrebatarle a Letta el cargo de primer ministro manteniendo la coalición de centroderecha. Su principal objetivo era cambiar la Constitución para reformar el Senado (quitándole su participación en la conformación de gobiernos, lo que claramente buscaba eliminar el empate de 2013). También quería cambiar la ley electoral, declarada inconstitucional en 2013 por el funcionamiento del premio de mayoría. A fines de 2016 Renzi perdió el referendum para la reforma constitucional y tuvo que renunciar: la idea de renovar la política desde adentro había resultado poco creíble para los italianos.

A fines de 2016 Renzi perdió el referendum para la reforma constitucional y tuvo que renunciar: la idea de renovar la política desde adentro había resultado poco creíble para los italianos.

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A Renzi lo sucedió, siempre sin que se llamara a elecciones, el ultragris Paolo Gentiloni, cuyo único objetivo fue aprobar el Rosatelum, tal el nombre de la nueva ley electoral según la cual un tercio de diputados y senadores se elegirían por distrito uninominal en una sola vuelta y dos tercios de manera proporcional. A diferencia de la anterior la ley no incentivaba las alianzas electorales y moderaba el peso político de los partidos “territoriales” al limitar el efecto mayoritario en el senado.

 

Revoluciones fallidas

Los resultados de las elecciones de 2018 fueron elocuentes: los 5 Stelle fueron la primera minoría, superando a un centroizquierda devastado y quedando apenas atrás de una centroderecha en la que por primera vez la Lega tenía más votos que el berlusconismo puro (en esta ocasión sin Berlusconi en las listas por su situación judicial). Las interpretaciones sobre el ascenso del grillismo han sido muchas: algunos dicen que ganó la antipolítica, otros que ganó en todos lados menos en las dos capitales que gobernaba, otros que su voto es mayor en las regiones más pobres, otros aún señalan su preponderancia en el Sur y así sucesivamente.

Lo cierto es que mientras la clase política tenía las manos manchadas de compromisos de elite, el M5S logró capturar los votos que se caían de todos lados. Junto a ellos, los únicos que ganaron votos fueron los antiinmigrantes y antieuropeos de la Lega, que abandonaron el “Nord” (literalmente lo sacaron del nombre de su partido) para ser una fuerza nacional a imagen y semejanza del Front de Marine Le Pen. La falta de una mayoría clara en las cámaras hace difícil conformar un gobierno y algunos soñaron con un gobierno que coaligara a estas dos fuerzas “antisistema”. Pero la Lega, aún con su demagogia punitivista al palo, es demasiado partido, demasiado clásica, para ser parte de la fronda contra la política de políticos.

Mientras la clase política tenía las manos manchadas de compromisos de elite, el M5S logró capturar los votos que se caían de todos lados.

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Si el pasaje de la primera a la segunda República vio el cambio de un sistema de partidos por otro, la actual crisis nos muestra que entre los escombros del centroizquierda y centroderecha clásicos no emerge un nuevo mapa de actores sino un partido mutante que no puede conjugarse con ninguna otra fuerza política. Si en la primera República las “convergencias paralelas” hacían girar a todos los partidos en torno al gobierno (incluso al excluído PCI) y en la segunda el bipolarismo era tan centrípeto que terminó siendo cogobierno, en la República Zero, la no-República nadie puede estar más que consigo mismo. No hay un mecanismo de representaciones sino un partido que se considera superior al resto. Adiós al pluralismo inocente pero efectivo de Don Camillo y Peppone. Buendía a la tiranía del pronombre de la primera persona del singular: yo, mi, me, conmigo. Ni Europa, ni inmigrantes, ni partidos tradicionales. En la antropología 5 stelle los ciudadanos son víctimas que no quieren justicia sino venganza.

La tiranía del pronombre de la primera persona del singular está en auge: yo, mi, me, conmigo. Ni Europa, ni inmigrantes, ni partidos tradicionales.

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Al fin y al cabo cada era tiene sus figuras y esta tiene la suya: un cómico gritón que conduce una fuerza donde el liderazgo está negado por el propio líder, un mago de Oz que sale sólo de atrás de la cortina. En casa de herrero cuchillo de palo y en tierra de Maquiavelo, Príncipe huidizo y svogliato.

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