
“Una ciudad es una abstracción que nos concedemos para darle un nombre propio a una serie de lugares fragmentarios, inconexos, opacos y la mayor parte del tiempo imaginarios y desiertos de nosotros.”
La zona – Juan José Saer
DIVINA TV FÜHRER:
No es sencillo hablar de Rosario. Su constitución, su crecimiento, sus crisis, su lugar en la provincia, en el país y en el mundo. Si hay algo que la caracteriza es su diferencial a la hora de construir y hacer política. Luego del movimiento sísmico que dejaron las elecciones a nivel nacional, el despliegue tectónico denota silencioso aunque profundo. A pesar del camuflaje, las cosas también se movieron en la ciudad portuaria.
Entre las candidaturas a concejales, ganaron los outsiders. O al menos eso es lo que titularon los diarios al día siguiente: en Rosario ganó el periodismo. Entre líneas, el mensaje oculto: en la capital económica de la provincia perdió la política.
El martes previo a las elecciones hubo seis asesinatos, que se sumaron a un total de diecisiete asesinatos en diez días, las cinco caras más votadas, por izquierda, por centro y por derecha fueron las caras de la denuncia a este quilombo estructural. Paradójicamente, a la semana siguiente, como si nada pasara, el Monumento a la Bandera amaneció con una nueva estructura emplazada en su frente. Haciendo alusión a los cinco personaje caídos de La Casa de Papel, la serie de Netflix, instaló, en honor a los que nunca se rindieron, una serie de esculturas en clave publicitaria para la próxima temporada que se avecina. Un gesto que huele raro en una ciudad donde muchas veces la realidad le gana a la ficción por goleada.
Por otro lado, más allá de la plataforma de streaming, Los Cinco Triunfantes fueron otros. En primer lugar Ciro Seisas, proveniente del Canal 3 y apuesta del intendente Pablo Javkin. En segundo, Lisandro Cavatorta, oriundo de Canal 5 y ficha del gobernador Omar Perotti. Fueron los más votados.
Juan Monteverde, licenciado en Comunicación Social, candidato del partido Ciudad Futura, y explícito denunciante de la política como casta, quien en su tiempo sin cargo, creó el ciclo Diálogo Directo, alias, “Política sin intermediarios”, a fin de cuentas, otro estilo de periodismo, se quedó con el tercer lugar. Miguel Tessandori, periodista histórico de la sección deportiva del programa De 12 a 14, y candidato por Mejor, un partido on demand, fue la sorpresa quedándose con el cuarto puesto. Anita Martínez, ex conductora de programas de cable y candidata de Juntos, fue la última pata que conforma este gato de cinco patas, resultado de una boleta única de cincuenticinco candidaturas oficiales y más de medio metro cuadrado de superficie, que mareaba con tan solo verla.
Si uno hiciera el ejercicio típico de llamar a un extranjero para comentarle lo que ocurre, y le contase de la pelea por las bancas del Concejo rosarino, probablemente recibiría como duda si lo que se buscaba era un lugar en el Palacio Vasallo o un un minuto en el primetime televisivo. Ese espejo habla. En la ciudad de Rosario, la gestión estará en manos de aquellos que armaron su discurso por fuera de la política con mayúsculas. Así, la elección municipal de la tercera ciudad más importante del país, se muestra como el reflejo de un síntoma de época. A su vez, da cuenta de un discurso construido bajo una identidad espectral que devuelve rápida y crudamente esa realidad que pesa sobre nuestro país en su conjunto.
"Entre las candidaturas a concejales, ganaron los outsiders. O al menos eso es lo que titularon los diarios al día siguiente: en Rosario ganó el periodismo. Entre líneas, el mensaje oculto: en la capital económica de la provincia perdió la política."
1. La paradoja de mi tribu
En el capítulo Chicago, Barcelona, Buenos Aires, Rosario del libro Rastrear memorias: Rosario, historia y representaciones sociales de la Editorial UNR, la historiadora Agustina Prieto plantea: “para destacar virtudes o señalar vicios y defectos (Rosario) fue cotejada, entre otras, con ciudades tan disímiles como París, Barcelona, Pekín, Moscú, San Petersburgo, Varsovia, la Palmira bíblica, la Atenas del siglo de oro o la Roma decadente del último Imperio. No fue nunca, empero, la ciudad de Santa Fe y la proclamada pretensión de no serlo fungió de vara para medir la cuantía y el sentido del progreso rosarino”.
Si Rosario es Chicago, es decir, el ímpetu del desarrollo industrial del finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, esa ciudad está mayormente cercana a las caras visibles de Lisandro Cavatorta, quien en su spot de campaña se hizo llamar El concejal de la calle y a su vez, a la cara de Ciro Seisas, quien en sus spots de campaña se hizo llamar La voz de Rosario. Dos caras de una misma moneda que gira.
Por un lado, el conductor de Bótelos de Canal 5, candidato del perottismo, buscó mediante una videofilmadora y sus constantes preguntas, hablar con y para los barrios de la periferia. Fue en esos sectores que buscaban una nueva forma de decir peronismo, donde Cavatorta, calzado con una gorra al estilo militante 2001, vestido con remera negra y camisa de jean desabrochada, dispuso: no vengo a proponer, vengo a escuchar. No tengo proyectos, tengo soluciones.
Por el otro, el conductor del mediodía de Canal 3, la voz de “la gente”, el portador de la verdad de los taxistas que paran a comer en un boliche de Zona Sur y de les mapapis que vuelven de buscar a los chicos del colegio privado del centro y almuerzan con la tele prendida. Fue en esos sectores que buscaban una nueva forma de decir socialismo sin socialistas. Con la pinta de gentleman de un tipo entrador, elocuente y coherente, de esos que gustan en la clase media rosarina, dijo: soy el primer progresista pintón, de traje y zapatos en punta, que puede con una sonrisa devolverle a las peatonales vacías todo eso que brilla en mí.

El imaginario de la Chicago argentina es eso. La villa miserable y sin importancia que se convirtió en un salto en la tercera ciudad más importante del país, una ciudad que nació moderna antes de que se pudiera hablar de modernización. Allí, hay lugar para el aspiracionismo de Seisas de construir una paraíso socialdemócrata afín al mundo nuevo del viejo continente, son los sueños dorados de la burguesía fenicia de calle San Luis y Córdoba. Y al mismo tiempo uno se topa con el realismo light de Cavatorta, hijo de la clase trabajadora, rebelde y educadito, que busca resolver con gestos los estigmas de las zonas postergadas de una ciudad industrial que de industrias sólo guarda oficinas. En Chicago, hay periodistas “como uno” y hay periodistas rockeros, pero sobre todo un conventillo imposible de ordenar.
Si Rosario es Barcelona, es decir, el ímpetu de las ideas anarquistas, de Virginia Bolten y los fusilados de la protesta obrera del siglo XIX, la crítica pura al establishment desde los márgenes, ese imaginario emerge sobre la posición de Juan Monteverde, el candidato que no viene de ningún lado pero que viene a cambiarlo todo. Su slogan de campaña, El futuro viene, llega importado directamente de la España de Podemos a una sociedad en la que laten por lo bajo los sueños húmedos de ser una ciudad autónoma.
Amigo de Monedero, Monteverde buscó frenar el carro de la clase política siendo él parte de la misma. Movilizó el peligroso discurso del descreimiento generalizado para decir que él y su partido son los únicos que pueden resolver este clima desesperanzado. Tal vez, la novedad que fueron hace diez años, lo hacían mejores que quienes ya existían, pero a su vez, su relato se vino a sumar a ese lugar común que ellos mismos denuncian ahora: la antipolítica. De las mejores intenciones nacen las peores derrotas: su mayor problema está en que nunca le será negocio ser gestión. Cuando uno es quien gobierna tiene que ser otro quien denuncia, sino el futuro más que venir ya está trazado. Irse cantando Silvio Rodríguez como lo hizo hace unos meses Pablo Iglesias no es prometedor para ninguna fuerza política.
"En la ciudad de Rosario, la gestión estará en manos de aquellos que armaron su discurso por fuera de la política con mayúsculas. Así, la elección municipal de la tercera ciudad más importante del país, se muestra como el reflejo de un síntoma de época."
Si Rosario es Buenos Aires, es decir, el ímpetu de creerse una miniatura de la Capital Federal, o mejor dicho, un barrio más de la ciudad porteña, esa Rosario es la de Ana Laura Martínez. La candidata más amarilla y leal del primer proyecto llamado Propuesta Republicana. A su favor, ser la primera que tiró la piedra sobre el pantano del Concejo, la que dijo que llegaba con el Cambio para hacer de la política rosarina un mundo nuevo y maravilloso. En su contra, haberse convertido en Más de lo Mismo.
Al ya no poder ofrecer transparencia, no sólo porque su partido perdió ese tren, sino porque su intrascendente trayectoria sobre el Concejo lo reafirma, fue la gran cantidad de votos conseguidos, sustraídos de la polarización nacional, los que le dieron a Ana Laura a.k.a Anita la posibilidad de seguir peleando por ser otro eslabón de la contienda política. Su slogan de campaña, Que no nos roben las ganas, abre una hendija en el núcleo duro entre Av. Pellegrini, Bv. Oroño y el Río, un imaginario sobre el robo, en el que entran todos: los 12 años de kirchnerismo, los motochorros que te oportunan cuando volvés de guardar el auto a la madrugada, y esta ciudad que no da para más pero que nunca dio para Palermo Soho.
Si Rosario es Rosario, es decir, todas esas contradicciones que habita un humano nacido del crisol de razas migratorias, proyecto laico y progresista que termina transformándose en una ciudad que late bajo la sombra del conservadurismo cristiano en el apogeo de los años 20’, esa Rosario es la de Miguel Tessandori, el candidato más rosarino de todos, y tal vez, el más contradictorio para el análisis. Tessandori es el candidato que molesta como mosca en la oreja de las clases medias ilustradas y los círculos intelectuales y aspiracionistas de este pueblo asfaltado. Miguel es tan doloroso como cierto, su campaña de gigantografías sobre edificios venidos a menos lo reflejan: sobre una tipografía kitsch, marcaba su emblema, Rosario vuelve.
La pregunta nace sobre esa promesa, ¿A dónde vuelve? Pareciera ser una vuelta con olor naftalina, con los chistes de Olmedo y los cuentos de Fontanarrosa, con los clásicos entre Central y Newell’s en un triste empate perpetuo que le dicen no a la violencia pero sí al folklore. Con la ciudad tranquila de la Virgen del Rosario, en la que laten tantos pañuelos celeste como verdes, es decir, en la ciudad oculta que los discursos ideológicos han intentado, y en buena hora, combatir, pero que subsisten y reaparecen sobre el descontento de la clase política sobreideoligizada.
El eterno retorno de lo reprimido no sólo se figura en las caras de la buena política, Tessandori es el trigo de la ostia más cercana al circo laburante de este pueblo, esa Rosario que existe pero que los sobreinformados de Twitter no quieren ver, esa porción del mundo social que todavía sigue usando Facebook.

2. Los mitos que empiezan con barro terminan con fuego.
Hace al menos un mes, el blogger Nano Catalá, le sumó a su resumen semanal sobre la ciudad de Rosario, llamado A pedazos, un nuevo especial, en clave paródica, que lo postulaba como candidato a concejal. Sobre la gracia, un chiste que hablaba más que mil de libros de Historia. En su campaña ficticia, la condición de rosarino podía ser la de cualquiera, desde él, hasta Messi, pasando por cualquier trotamundos de la esfera globalizada. Sobre ese gesto, una verdad profunda.
Rosario es una ciudad mitológica. Y aunque duela, los mitos son antónimos de la política y si no saben conducirse lo más probable es que terminen con fuego. Esa identidad desconfigurada sobre la que está enraizada esta metrópolis fue fundada bajo el lema del esfuerzo propio, donde supuestamente convive una tradición cosmopolita y laica con una población mayormente construida bajo el lema del trabajo. Es este relato, el que dio lugar a una sociedad que siempre prefirió una mentira maravillosa que una verdad sin brillo, en un pueblo donde el progreso es sinónimo de futuro y sus mayores deseos son los de volver a su belle époque euroamericana de posguerra, todos los caminos conducen a quedarse a mitad de camino: I wanna be, luego existo.
"El imaginario de la Chicago argentina es eso. La villa miserable y sin importancia que se convirtió en un salto en la tercera ciudad más importante del país, una ciudad que nació moderna antes de que se pudiera hablar de modernización."
Tal vez, el chiste de este joven, que es, no podía ser de otra manera, estudiante de Comunicación Social, contenga en la gracia aquel espanto que no pudimos digerir: una ciudad de la que todos pueden ser parte pero que al mismo tiempo se cae a pedazos. Si cualquiera puede ser rosarino nadie puede serlo. Una Rosario que desde hace tiempo no puede resolver sus mayores problemas estructurales, y a la hora de mirarse en un espejo, las primeras ciudades que aparecen ya no son ni Chicago, ni Barcelona, ni Buenos Aires, sino las ciudades latinoamericanas con mayores índices de criminalidad como lo son la colombiana Medellín y la mexicana de Sinaloa.
En la solapa del libro Caminar en un mundo de espejos del escritor español Andrés Barba, se inscribe: “frente al espejo hasta el más solitario de los monólogos es, en realidad, un diálogo. Reflejarse en él, tanto como chocar contra él, es el comienzo del aprendizaje”, es esta condición de espejo, la que le da a Rosario la posibilidad de hablar por el país, la que dice que es hora de tomar el toro por las astas, es el momento de resolver los problemas.
3. Es el otro quien me cuenta mi historia, es el otro quien me condena, es el otro quien me ordena.
Rosario es una ciudad basada en el desarrollo sobre la vorágine del nuevo mundo industrial y las corrientes inmigratorias, una apuesta por crecer. Un constante desequilibrio. Al mismo tiempo, una ciudad sin fundador, es decir, una ciudad sin orden, atada al influjo de la potestad de los demás para resolver sus problemas más serios. El martes anterior a las elecciones hubo un total de seis homicidios que terminaban de contabilizar diecisiete asesinatos en diez días, todos producto y causa del auge del narcotráfico y la criminalidad de la Medellín argentina, a su vez, sobre ese mismo callejón con vistas al río, en la que el desempleo pasa cómodamente las dos cifras trepando casi al 15 % de la población, la historia siempre la cuentan los demás.
Desde Urquiza nombrándola como Ciudad en 1852 en adelante, Rosario es la ciudad nombrada por sus vecinos, ordenada bajo la sombra administrativa de Santa Fe y condenada por el fantasma aspiracionista de la Capital Federal. Sobre ese espasmo, un crecimiento a destiempo, rápido y caótico. Una tierra de voces agitadas al ritmo del swing orquestal y el riff de garaje, dichada en música americana, cuna del rock and roll. Con una élite acoplada a crecer y trascender, que optó por hacer y deshacer su pasado para construir un presente que encajara con su ideal de futuro. A mitad de camino, entre el sueño americano y la Europa de los años 20′, es la voz de Fito Paez en el exilio, la que supo decir: “en esta sucia ciudad no hay que seguir ni parar”
"Sobre ese espasmo, un crecimiento a destiempo, rápido y caótico. Una tierra de voces agitadas al ritmo del swing orquestal y el riff de garaje, dichada en música americana, cuna del rock and roll. Con una élite acoplada a crecer y trascender, que optó por hacer y deshacer su pasado para construir un presente que encajara con su ideal de futuro."
A su favor, Rosario, jamás buscó ser la capital de la Provincia, probablemente haya buscado ser un barrio más de la ciudad de Buenos Aires, pero es esa identidad cosmopolita la que hizo que mirar para afuera sea más gratificante que mirar hacia dentro. Paralelamente, a estas aspiraciones, otras expresiones iban mermando por lo bajo -y al mismo tiempo- por arriba. Su nombre lo sentencia, Rosa como la Madre de Dios o Rosario como una corona de rosas. La ciudad pintada como un conventillo de asociaciones inmigrantes y militancia anarquista, fue pujando y al mismo tiempo dialogando con otras formas tradicionales de crear lo común. Rosario es una Rosa con espinas, regada por su herencia étnica, es por eso que cada enamorado de su perfume, se encuentra con sus espinas y se espanta. En vez de podar su tallo, el efímero olor de sus pétalos es lo único que queda en la memoria, destinando su condición de flor a la podredumbre como un fatal destino.
La cosa está intensa y el jardín lleno de espinas. Tal vez sea momento de mirar hacia dentro, empezarse a nombrarse a uno mismo, aceptar la propia tragedia y ordenar las cuentas pendientes. Mientras, por las calles, los sobrevivientes de La Casa de Papel pasan preguntando: ¿Quién asfaltó este pueblo?
