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20 de octubre 2022

Esteban De Gori

PULSACIONES

Tiempo de lectura: 7 minutos

El paraíso está plagado de buenas intenciones y, en Argentina, de internas. El peronismo lo sabe y lo padece. La tensión a tres bandas o a dos bandas es recurrentes en un gobierno asediado por la realidad económica y social. Desorientado se encuentra batallando con la tristeza y desazón de vastos sectores sociales. La beligerancia entre Alberto y Cristina se plantea como hipótesis para explicar el persistente declive de la adhesión al gobierno actual. Pero si pudiésemos salir del Palacio y no dejarnos tentar con la Plaza podríamos poner el ojo en el peronismo mismo como conjunto de identificaciones, de políticas y modos de integración social. Allí se encuentra uno de sus grandes problemas. Poner el ojo en su crisis es colocarla, no solo en sus internas, sino en sus incapacidades coyunturales. Colocar la mirada en el extravío, como fuerza política, de un modus de integración y de interpelación. Perder votos no es tan grave como “perder” el pulso de lo social y eso es lo que está pasando con el peronismo. Su interpretación, interpelación y escucha están erosionadas. Alguien en Casa Rosada solía decir: “nuestra única agenda fue la negociación con el FMI y después de eso no hay casi nada”.

Lo social le es esquivo al peronismo, ni sus identificaciones suponen grandes movilizaciones afectivas. Su crisis radica en la poca capacidad de gestionar lo social, de vincularlo y de integrarlo en un puente hacia el futuro. La inestabilidad en el Ministerio de Desarrollo Social lo dice todo. Del macro programa contra la pobreza al pedido a los movimientos sociales de que construyan consenso para el ajuste. Presupuesto seguirá llegando pero ahí hay una pulseada que el gobierno no tiene controlada.

El mercado fue apareciendo más como rechazo al propio estatalismo que como un legítimo asignador de poder, recursos y posibilidades

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Cada vez se torna más difícil esperar a Cristina, Alberto o Massa. El reloj de arena del 2023 presiona. Si entre los años 40 y 90 el peronismo logró establecer eficaces modelos de integración y que luego se evidenció entre 2003 a 2015, en 2022 su instalación está en crisis. No hace pie. Desde los años 2000 la fortaleza de un Estado que logró rentabilidades con los commodities reeditó una fibra conocida por el peronismo: integrar a partir de sus políticas de democratización del bienestar. Esto no solo empoderó y promovió la recreación de nuevos actores sociales sino que estableció una línea con promesa de futuro. El corazón político del kirchnerismo propuso una fórmula: aumento de las capacidades estales y avance en ciertos derechos individuales.

La adherencia política de vastos sectores de la sociedad a su proyecto provino de políticas estatales y de situarse en nuevas agendas de derechos. Los gobiernos de Cristina tuvieron que convivir con la crisis abierta por la caída de Lehman Brothers y con el malestar democrático que provocó la misma. El conflicto con el sector agrario impulsó medidas estatalistas en un mundo donde éstas se demostraban incapaces de resolver las expectativas sociales. El conflicto con el sector agrario fue diseñando la idea de que la política podía traer rentabilidades con su dimensión polarizadora. La polarización no supone un proyecto de habitabilidad común, sino una “guerra eterna”. Vivir en guerra frente a una ciudadanía que aspiraba a retozar su individualidad. Esta idea se colocó por encima del conflicto, una dimensión que si bien es inerradicable de la dinámica política supone un momento común. Conflicto, negociación y acuerdo. Además, en ese conflicto, comenzó a observarse una mirada contraria al Estado (su dimensión “confiscatoria”) entre los sectores medios y populares. No solo era desconfianza con los políticos y políticas sino la mirada de un Estado que “se queda con algo” de manera injusta. El mercado fue apareciendo más como rechazo al propio estatalismo que como un legítimo asignador de poder, recursos y posibilidades. Las memorias sociales recaen sobre palabras e imaginarios que conocen.

Pedir trabajo genuino no es otra cosa que exigir recuperar ese poder personal de transferir personalidad a los objetos y servicios que se producen en una sociedad. No hay cuestión más liberal que exigir ejercer ese poder

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En 2008 se estableció un conglomerado que expresó más que la reunión de diversos espacios políticos que dieron lugar al macrismo sino una subjetividad que reivindicaba el reino del individuo frente a ese Estado poco capaz de resolver la crisis. No fue una rebelión fiscal sino parte de un proceso de subjetivación individual donde el corazón mismo se afirmó en la desconfianza hacia el Estado, hacia la política y relegitimación del mercado. En el laboratorio 2008 lo novedoso fue la percepción de vastos sectores populares por “fuera” del Estado. No solo fue neoliberalismo desde abajo sino un rechazo al estatalismo como espacio de construcción de futuro. Esa fue la marca. El Estado, identificado con el kirchnerismo, fue considerado como un actor invasivo de las decisiones individuales. Para muchos y muchas se “interpuso” frente al progreso. Al mismo tiempo que sucedía este proceso de geolocalización de la individuación frente al Estado a este último le costaba cada vez más garantizar expectativas sociales y simbólicas. La inflación se introdujo en el debate. El Gobierno de CFK no se fue victorioso, estaba atravesado por turbulencias con lo social que hoy se ha profundizado. Su salida del poder no se debió a la candidatura de Scioli, sino que había una intuición en proponer al entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires: traer votos que la crisis había fugado. Scioli era una medida antimigratoria de electores y electoras. Esa fue la misma hipótesis que orientó la invitación a Alberto Fernandez. El nombre del candidato como “remedio” a una crisis del peronismo que no resuelven candidaturas. No había plan para sortear la migración de lo social con la que salió el kirchnerismo. El 41% de votos a Macri en la elección presidencial de 2019 daba cuenta de un electorado que quedaría circulando en el sistema político.

La pandemia fue un gran ejercicio de integración social que, a la larga, trajo problemas. El peso de lo individual y su tiranía en el mundo de los deseos y expectativas fueron subvalorados. La fe en que el Estado podría socializar y conducir una individualidad cada día más radical se vio deteriorada. También fue subvalorada esa individualidad en el espacio de la ayuda social. El reclamo de trabajo genuino resultó convertirse en una demanda política de los propios beneficiarios de asistencia y una presión para los movimientos sociales. Pedir trabajo genuino no es otra cosa que exigir recuperar ese poder personal de transferir personalidad a los objetos y servicios que se producen en una sociedad. No hay cuestión más liberal que exigir ejercer ese poder.

El 41% de votos a Macri en la elección presidencial de 2019 daba cuenta de un electorado que quedaría circulando en el sistema político

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En el peronismo pulsa una idea de Estado fuerte como parte de esa memoria de integración y de gestión de lo social históricas pero hoy ese peronismo necesita de un Estado debilitado en sus capacidades presupuestarias. El menemismo logró integrar con un presupuesto abultado de privatizaciones y de acercamiento al dólar. Legitimó una mirada sobre el mercado y muchas de sus figuras, como la del ex Ministro Cavallo, que hoy son reivindicadas (entre ellos por algunos medios y Javier Milei). Su vuelta a las audiencias televisivas dice mucho.

El peronismo está fragmentado ante le respuesta de qué hacer con lo social y, paradójicamente, con los sectores populares. “Ya no son lo que eran.” La pregunta insistente por la clase media soslayó una mirada atenta al impacto de las transformaciones globales y sociales sobre los sectores populares. Ahí radica su desconcierto y división. La pulseada entre las memorias estatalistas que el kirchnerismo reditó en los primeros años 2000 y el ajuste actual lo convulsiona, lo saca de su propia capacidad de gobernanza. Mucho funcionario y funcionaria no sabe si está adentro o fuera del gobierno y del Estado. De hecho, algunos retoman sus territorios.

El acercamiento al FMI es mucho más que una política para evitar “males mayores”. Es una aproximación que despierta el consenso de ciertos sectores sociales. Alberto está fagocitado por la crisis, por su incapacidad de sintetizar soluciones y por un peronismo en pugna.

La promesa de un shock que persigue Macri es más una imaginación del corte de esta situación que la dimensión de los daños sociales que supondría. El peronismo hoy no puede “cortar” la crisis ni las pasiones tristes que la acompañan

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La oposición ha empoderado a la ciudadanía o pretende hacerlo con el mercado y el individualismo en la mano. Promesas de “más” individuo “liberado”. Esto no es nuevo. Busca distribuir potencialidades y expectativas de mercado. Es una riqueza simbólica que puede democratizar a sus votantes y adherentes. Una promesa que no tiene garantías de éxito, mas allá de que ésta consiga una avalancha de votos en las urnas. La promesa de un shock que persigue Macri es más una imaginación del corte de esta situación que la dimensión de los daños sociales que supondría. El peronismo hoy no puede “cortar” la crisis ni las pasiones tristes que la acompañan. Ante un liderazgo debilitado la oposición coquetea con un presidencialismo ordenancista (y con gestos mesiánicos).

La CGT, hoy en voz de Daer, alejándose de Alberto y exigiendo mayor cuota en las decisiones políticas, reclama un Plan de Estabilización “popular”. Intentando así, de alguna manera, restañar dos palabras muy caras a diversas modulaciones del peronismo: “pueblo” y “plan de estabilización”. Las organizaciones sindicales se colocan así más cerca del Ministro de Economía Sergio Massa que de un presidente al que no le perdonan la decisión de llevar a Kelly Olmos al Ministerio de Trabajo. Los Camioneros que embanderaron el Cabildo muestran un gran músculo con La Cámpora y desde ahí miran con recelo a una Casa Rosada, hoy, “piantavotos”. Las agrupaciones independientes universitarias de los años 90, donde se encontraba NBI, no solo proveería dirigentes a La Cámpora y funcionarios y funcionarias de alto nivel a este gobierno, sino que esta agrupación poseía un fuerte lazo con Pablo Moyano y el MTA. Hoy en la plaza vuelve esa alianza que se configuró décadas atrás para enfrentar la belicosidad neoliberal. El Movimiento Evita y otras organizaciones desplegadas en La Matanza tienen la dura tarea de traducir el ajuste massista y de pugnar por más presupuesto, en el caso de que un plan de estabilización de shock se produzca. Por último, un presidente sin voz, sin ninguna audiencia que le ofrezca el peronismo. Alguien en retirada, aunque pelee, como síntoma de lo que sucede con lo social.

¿Qué sucedería si los ciudadanos y ciudadanas oscilan sin muchos entusiasmos entre las creencias en el Estado y en el mercado como modos de integración social? Si desconfían de ambos, a la larga, las expectativas de gobernabilidad estable ahora y en el futuro están en duda.

El 17 de octubre nada tuvo que ver con lealtad presidencial sino un desfile de las capacidades de daño, de exigencias en la toma de decisiones y de políticas dirigidas a quienes más padecen la inflación. Todos y todas “salen a buscar” lo social y el dilema es si podrán encontrarlo y devolvérselo a un peronismo hoy extraviado en su propio corazón.

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