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23 de julio 2022

Juan Di Loreto

PRETÉRITO PERFECTO

Tiempo de lectura: 4 minutos

Nunca sabemos la libertad que tenemos hasta que la época cambia. Ahí vemos la diferencia, podemos levantar un segundo la cabeza del laberinto que habitamos, que a todos nos iguala, como la mort, y vemos el camino que recorrimos. Es sólo un instante y vemos qué quiere decir “libertad” aquí y ahora. Si aceptamos esto se concluiría que la libertad es una conciencia póstuma. “Miren lo que he podido hacer”, dirá uno. La libertad, un pretérito perfecto.

Los amarres que nos inmovilizan hoy son más invisibles. Los negamos en la rutina. Siempre fuimos sujetos sujetados, donde la libertad siempre fue una hendija, un resquicio por donde colar esa bruma que somos. Los amarres cotidianos: la conexión perpetua, las notificaciones, estar al tanto de tendencias, de qué se habla y de qué no se puede hablar, tener una agenda del hartazgo, donde tener tiempo para nada no encuentra su lugar. Si en Filosofía siempre se dice que la “Nada” no es nada, sino “algo”, en estos tiempos “hacer nada” casi no tiene lugar. Porque “hacer nada” no es tirarte a ver Netflix todo el fin de semana. Eso es intercambiar el ocio por tiempo en una plataforma, fijar la atención en otra cosa. Es pausar la existencia, es decir, pausar la angustia que produce ser libres.

Recordemos el mundo de Kafka, la delicadeza de las pesadillas, el suplicio de los seres sin nombre que habitan engranajes que nadie termina de entender. En la publicidad es todo fácil, en el proceso de dar de baja algo todo se vuelve imposible

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Pero también hay otras nadas que no podemos hacer. A desengaño de liberales y voluntaristas, el hombre es tan libre como impotente. Recordemos el mundo de Kafka, la delicadeza de las pesadillas, el suplicio de los seres sin nombre que habitan engranajes que nadie termina de entender. En la publicidad es todo fácil, en el proceso de dar de baja algo todo se vuelve imposible. Ahí está, no somos nada. Todos verdugos y víctimas. Solo estoy haciendo mi trabajo. El mundo es indiferente como dice el tango, pero sobre todo es algo que nos excede. Ahora hay una guerra allá lejos, que no termina más, en unos meses Putin se cargó la vida diaria de un país, la esquina donde se encontraban y perdían dos amantes ya es escombro y olvido. ¿Y ahí dónde está la libertad? ¿Escribimos nomás? ¿Compartimos un meme, una indignación? La palabra libera tanto como marca nuestros límites.

Qué poco se puede escapar de lo que hacen de uno. Que poco nos damos cuenta cuando se vive en el fin de un tiempo. Porque en cuestiones de época, de cambio verdadero, siempre estás llegando tarde. Te borraron de un plumazo. Algunos momentos de la historia se parecen, iguales pero diferentes. Michel Löwy en un libro sobre el romanticismo cita una descripción del París de 1830, que bien podría ser una calle de Argentina:

“Todos los que veía caminaban por la misma calle, unos junto a otros, y sin embargo, cada uno parecía hacer su propio camino solitario, nadie saludaba a nadie, cada uno seguía su interés personal. Todo ese vaivén me pareció la imagen misma del egoísmo. Cada uno no tiene en la cabeza más que su propio interés, como el número de su casa, hacia la que se apresura”.

El mundo es indiferente como dice el tango, pero sobre todo es algo que nos excede. Ahora hay una guerra allá lejos, que no termina más, en unos meses Putin se cargó la vida diaria de un país, la esquina donde se encontraban y perdían dos amantes ya es escombro y olvido

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La retirada de lo común. Diremos con voz de Goyeneche: “Chau, no va más… simplemente la vida seguirá”, no hay salida. Sin embargo, hay algo que nos queda. En primer lugar, la salida junto con el otro. Ahí está la apuesta por la política. El otro es la garantía que hay un mundo, como dicen las teorías del conocimiento, pero sobre todo es el fundamento para cambiar ese mundo. Porque sin el otro no hay nos-otros, es decir, sin el otro no hay proyecto político. Y sin política volvemos, sí, al punto anterior. Regresamos a lo inocuo, al vacío, a lo que es algo, es decir, regresamos a la nada de ser. Sin la política regresamos a “hacer solo nuestro trabajo”. A cumplir. A irnos derechito a casa.

Aunque también podemos encontrar otra forma de estar en este mundo. No tiene que ver con el consumo ni con una forma política de superar las situaciones. Es un modo de habitar más difuso. Podemos decir: es una comprensión estética del mundo. Un modo vital de ser y estar; más sujeto al acaso que a las programaciones del mundo. Una mezcla rara donde filosofía y arte son una misma cosa. Se piensa como se anda y se anda como se piensa. Una concepción griega, donde no hay separación entre teoría y práctica. Nada se re-presenta, hay una unidad entre “Yo y el mundo”, como dirían los viejos románticos alemanes. El lector se preguntará dónde encontramos esa unión, ese vitalismo estético. Y los ejemplos, imperfectos, como todo lo particular, los encontramos en los personajes de la ciudad y de los pueblos. Aquellos seres que están entre nosotros pero viven fuera de las reglas de su tiempo. Que no han de decir lo que Charles D`Orleans: “El mundo está harto de mi y yo estoy harto de él”. Tipos que son lo que llevan puesto. Están ahí, en los bares, en las conversaciones casuales, en las viejas historias de tangos y en tu nostalgia de domingo por llover

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