
En la Medida del mundo, Paul Zumthor decía: “El tiempo no nos viene dado. El espacio sí”. El tiempo es algo que se vive, un fluido que se nos escurre entre los dedos, pero que es difícil de explicar. San Agustín fue claro en sus Confesiones: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo pregunta no lo sé”. Ahí está el tiempo. Pasa. No tenemos que hacer nada. Y tampoco queda nada por hacer. El tiempo es lo que no se puede detener.
Pegado al tiempo, está el espacio. El gran problema del espacio es que debemos abarcarlo, recorrerlo y, para eso, se necesita tiempo. No podemos desplazarnos en el terreno sin que el tiempo transcurra. Cosa que la vida sedentaria de las ciudades y los pueblos quiere desmentir. Como todos intuimos, ciertas horas en los pueblos no se pasan más. Ahí está la relatividad del tiempo en el espacio: la hora de la siesta puede tornarse infinita. Eso hace que los días tiendan a parecerse. La diferencia entre un martes y un miércoles en San Mayol, Oriente o Copetonas en el sur bonaerense no difiere mucho. Es una ilusión. La metrópoli esconde eso tras su pretendida multiplicidad. Pero si uno recorre las mismas calles a diario sabe que todo sucede más o menos de forma similar. Pero claro, con la cantidad de gente y los apuros cotidianos no nos damos cuenta.
"En algún punto, el tiempo es parte de una experiencia personal e intransferible. ¿Qué es el tiempo para una mujer cuando está por parir? ¿Cómo es el tiempo cuando perdemos a alguien? ¿Cómo es en la víspera de un acontecimiento?"
El cuerpo -ese otro de nosotros mismos, que a cada rato viene con su “certificado de presencia” como decía Lamborghini en Soré resoré– queda preso del sedentarismo de nuestras sociedades. Pero la percepción nos saca del espacio y hace que el tiempo fluya distinto. Nos olvidamos de que el tiempo pasa y “Cada cual cree que no cambia y que cambian los demás”, como decía Atahualpa Yupanqui en Guitarra dímelo tú (aquí cantada por el extraordinario Jorge Cafrune). Quizás el tema musical más metafísico que exista.
Y seguía: “Y paso las madrugadas buscando un rayo de luz… ¿Por qué la noche es tan larga? Guitarra, dímelo tú”. Por qué es tan larga la noche… no se puede contestar. O sí. Pero es difícil, como decía San Agustín. Es que la relación con el tiempo tiene esa cosa irracional, pero no porque no pueda ser pensada. En algún punto, el tiempo es parte de una experiencia personal e intransferible. ¿Qué es el tiempo para una mujer cuando está por parir? ¿Cómo es el tiempo cuando perdemos a alguien? ¿Cómo es en la víspera de un acontecimiento? Pero el tiempo no es solo del orden individual, sino tiene que ver con el espíritu de una época, como diría Hegel. Es decir, tiene que ver con la comunidad humana en que nos insertamos. Hoy viviríamos en un tiempo vertiginoso, propio de la hiper conexión con los demás. Donde todos pueden llegar a nosotros, porque el modo intersubjetivo que se vive es de convocar al otro permanentemente. Se lo ve, se lo solicita, se lo cita, se le responde. El otro es una disponibilidad tecnológica donde dos temporalidades se encuentran.
"Pero el tiempo no es solo del orden individual, sino tiene que ver con el espíritu de una época, como diría Hegel. Es decir, tiene que ver con la comunidad humana en que nos insertamos. Hoy viviríamos en un tiempo vertiginoso, propio de la hiper conexión con los demás."
“Los hombres son dioses muertos. De un mundo ya derrumbao”, dice Atahualpa. Un dios muerto es un dios que ha entrado en el terreno de la temporalidad. Perdida la eternidad, su existencia vale lo mismo que el ser humano. Es decir, en cada una de sus posibilidades está la muerte. Cada cosa que hacemos nos informa de nuestra finitud. Somos “seres para la muerte”, como decía Heidegger. Pero olvidamos esa posibilidad que habita en todas nuestras acciones en el automatismo propio de la vida. La vida útil hace cálculos, espera citas, lleva una agenda. Olvidamos por un rato la muerte, sí, pero eso hace que cada decisión cobre mucho valor. Cada decisión es una decisión sobre el tiempo que tenemos. O, dramáticamente, el tiempo que nos queda. Porque la noche puede ser larga, pero la vida, la vida es corta.