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PELOTERO DE GÉNERO: EL REORDENAMIENTO POLÍTICO Y UN NUEVO RIESGO

Tiempo de lectura: 8 minutos

Las mujeres argentinas hemos avanzado muchísimo en materia de participación en el debate público y la representación política. Las importantes conquistas al interior de las organizaciones políticas y sociales, en las Legislaturas y en los diferentes niveles gubernamentales señalan la potencia de este avance que debe ser sostenido y ampliado. Sin embargo, encontramos que este reordenamiento de la política nos enfrenta a un nuevo riesgo: quedar atrapadas en el pelotero del género. Y con ello, el peligro del autoencierro y la exclusión de otros asuntos, el determinismo temático, así como las disputas intestinas por “los espacios de género” que cancelan una construcción sorora y la solidaridad política.

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Hace 150 años, el Código Civil Argentino consagró la tutela y subordinación de las mujeres a sus maridos. Incapaces de ejercer derechos ni civiles, ni políticos, ni sociales, pasaban de la órbita del padre a la del esposo. Desde entonces hasta la fecha, las argentinas hemos conquistado importantes avances; hemos desarrollado una gimnasia de organización y movilización política para canalizar demandas -y en ese camino, construir nuevas-; y hemos generado una institucionalización en el Estado – en una dialéctica que nos permitió transformarlo y transformarnos-.

 Esta potencia posicionó a los feminismos en un faro para la región, el mundo y las generaciones venideras. Justamente por eso nuestro porvenir se esperanza al revisar la historia nacional que revela una fuerte politización de las mujeres. Muchos y muy valiosos trabajos han reseñado este largo proceso que va desde la pelea por el sufragio femenino hasta la paridad política en 2017, orillando en el presente en forma de DNI no binarie y en la equipación de las tareas de cuidado como un trabajo y, por tanto, en la computación de años de servicios previsionales de acuerdo a la cantidad de hijes. En perspectiva, esta pelea no es nueva ni llana y la fuerza del movimiento de mujeres no siempre encontró terreno fértil para explayarse. Ciertamente, la cancha se ha inclinado en nuestro favor en los períodos de gobiernos peronistas que tomaron las reivindicaciones populares y las transformaron en políticas públicas, haciendo posible la ampliación y el sostenimiento de derechos. Primer hallazgo: ninguna transformación se realiza al margen del Estado, por más grande que sea la sumatoria de voluntades en la arena pública.

 Además, el ejercicio político de tomar posición, de organizarse para demandar ciudadanía, de elaborar argumentos y discursos, de visibilizar problemáticas y desnaturalizar lo cotidiano, nos fue transformando. Surgieron nuevos problemas y polémicas, al tiempo que revisitamos viejas posiciones para matizarlas o reformularlas. Más aún, en este devenir, la puja habilitó conquistas contiguas para otros grupos sociales -como las infancias o las personas disidentes- y advertimos que la opresión tiene muchos rostros. Con ese obstinado empuje se amplió el sujeto político de los feminismos y paulatinamente la ola nos llevó de “mujer” a “mujeres”, visibilizando las diferencias entre lo cis y lo trans, el centro y la periferia, la cima y la base. Segundo hallazgo: el desafío, ahora, es el salto político del “todas juntas” al “es con todes” o, como diría Nancy Fraser, con el 99%.

"Este reordenamiento de la política nos enfrenta a un nuevo riesgo: quedar atrapadas en el pelotero del género. Y con ello, el peligro del autoencierro y la exclusión de otros asuntos, el determinismo temático, así como las disputas intestinas por “los espacios de género” que cancelan una construcción sorora y la solidaridad política."

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Esta indeclinable avanzada se institucionalizó en el Estado con especial ímpetu a partir de 2019. Por un lado, en continuidad con la norma que en 1991 estableció el 30% de participación femenina para los cargos legislativos, en las últimas elecciones se implementó por primera vez la Ley Nacional de paridad secuencial en las listas de todos los partidos políticos. También, ese año marcó un punto de inflexión con la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad a nivel nacional -fue replicado sólo en Córdoba y Buenos Aires; el resto de las provincias tiene secretarías, subsecretarías o direcciones-. Además, la gestión de Alberto Fernández inició su mandato con presencias femeninas en Justicia y Derechos Humanos y en Seguridad. Aunque los movimientos propios de la política alteraron esta inicial composición, en términos aritméticos la cuenta se mantiene igual y pobre:  se trata de 3 jurisdicciones sobre un total de 21 Ministerios. Sin embargo, tras el femicidio de Úrsula Bahillo, se expuso que (a) este grupo de funcionarias con responsabilidades vinculadas a la erradicación de las violencias  contra las mujeres no se había reunido nunca y (b) cuán feroz es la resistencia del Poder Judicial, dejando en evidencia que los avances más concretos para garantizar la representación y participación de las mujeres en la administración, son contundentes en el Poder Legislativo, incipientes en el Ejecutivo y nulos en el Judicial. Tercer hallazgo: hay que institucionalizar, pero con eso no alcanza. Se requiere de voluntad política.

En este punto, es posible arriesgar que el amplio espectro de los feminismos acuerda con que estas conquistas político-institucionales son tan claras y valiosas como insuficientes. Sin embargo, no es preciso qué falta. ¿Qué falta?

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Este reordenamiento de la política se expresa en la ocupación del espacio público; en el protagonismo de las mujeres en los temas de la agenda y en las proclamas partidarias; en la visibilidad de nuestras problemáticas específicas y su abordaje con políticas públicas; en la paridad en la representación e integración del sistema político-electoral; así como en la institucionalización y la re-configuración de la estatalidad. Eludiendo cualquier maniqueísmo, ciertamente esta inserción de algunas mujeres en áreas jerárquicas de decisión y gestión es un hecho que no debe solapar su insuficiencia en dos sentidos.

"Necesitamos más inserción y que cuando ésta ocurra, habilite un real ejercicio político, capaz de tomar decisiones, alterar cursos de acción y transformar la vida administrando recursos y poder. Otra cosa es un blef."

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En primer término, es necesario que esta institucionalización atienda a la perseverancia de la lógica neoliberal que busca filtrarse o imponerse para vaciar al Estado del poder real, convirtiéndolo en un cáscara vacía. El mundo es cada vez más precario y riesgoso. Por lo tanto, si la estatalidad retrocede o se mantiene igual, también se acota su capacidad de proteger y generar bienestar a la comunidad. En este escenario, la potencia de los feminismos es clave ya que ha revitalizado la dinámica político partidaria con la fe puesta en que las soluciones llegan desde el Estado y en la construcción de un nuevo orden con justicia social. Esta tarea debe erigirse con sororidad -que implica erradicar la cruenta competencia entre mujeres por el 10% de los recursos, para pasar a discutir el 90% restante- y con solidaridad política -que supone ordenar la pelea en favor de les más vulnerables y en contra del descarte-. Para realizar esta articulación -sororidad/solidaridad política- es fundamental que seamos capaces de desplazarnos del lugar de víctima y por tanto de la catarsis que nos paraliza en la denuncia; que dejemos de señalar a los varones como victimarios y por tanto enemigos con los que no podemos construir; que abortemos el puritanismo y el punitivismo; que advirtamos que no siempre la culpa está en el otro; y, fundamentalmente, que asumamos que las  desigualdades  que nos urgen – en relación a la etnia, la localización geográfica, la clase y la condición de género- se inscriben en un contexto de austeridad y hambre que impone el neoliberalismo.

En segundo término, la insuficiencia también se explica porque la paridad no es solo numérica sino sustancial: “si vamos a llegar” para que el poder pase por otro lado, no hay tal paridad. Necesitamos más inserción y que cuando ésta ocurra, habilite un real ejercicio político, capaz de tomar decisiones, alterar cursos de acción y transformar la vida administrando recursos y poder. Otra cosa es un blef. Así, este avance nos enfrenta a un nuevo riesgo, el de quedar encerradas en el pelotero del género: ese único ámbito conquistado por las mujeres -pintado siempre de rosa y/o violeta- en el que podemos tener injerencia. Muchas veces, las mujeres accedemos a lugares de representación, de responsabilidad política y de poder, pero terminamos -por la acción de otros y la propia- entretenidas estrictamente en los asuntos estereotipadamente femeninos. Es el “ocupense de los temas de género que nosotros no entendemos nada” y también el “¿qué tiene que opinar él del parto humanizado y la higiene ginecológica?”. Una combinación perfecta que nos conduce, con suerte, a tener máxima jerarquía…en el frente de mujeres. Si bien, tener voz y  representantes mujeres sobre estos temas es algo reciente y celebrable – la ley de sufragio femenimo fue votada por hombres-, es necesario hoy matizar algunas posiciones para la reconfiguración del entramado social que necesitamos.  No nos sirve quedar encorsetadas en esos límites por un doble proceso de exclusión y autoencierro respecto de otros asuntos apremiantes y estructurales.

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El pelotero de género tiene dos consecuencias concretas sobre la agencia de las mujeres en la arena política. Por un lado, fomenta un determinismo temático que implica que sólo podemos hablar de los asuntos estrictamente vinculados con lo femenino y que los varones deberían renunciar a ello. A partir de esta asignación/restricción de temas sobre los que tomar posición, gestionar o legislar, dejamos vacantes lugares importantes por no ser “de género” y excluimos la perspectiva masculina de “nuestras problemáticas” – con esto no estamos invitando a que deban sentir que tienen un lugar en la conducción de los feminismos, pero sí que pueden ser parte de la lucha contra el sexismo. Básicamente, salir de la “guerra entre sexos”-. Lo paradójico es que, por ejemplo, discutimos los colores -si el rosa es de nena y el celeste de varón- y de a poco vamos ganando terreno en el fútbol -que ya no es más propiedad exclusiva de los masculinos, aunque los contratos aún no digan lo mismo-, pero incurrimos en la lógica de la cancelación temática.

La otra consecuencia es que, si las mujeres sólo ocupamos una única zona de la estatalidad, abrimos una disputa intestina por esos limitados lugares y esto dificulta una construcción política basada en la sororidad. Así, se impone una lógica ultra competitiva entre nosotras por esa parcelita cuando en realidad queremos el “vamos a discutir todo”. Este encierro autoimpuesto anula nuestra incidencia en otros asuntos de interés común o en los puntos estratégicos para el desarrollo nacional, al tiempo que vacía de “perspectiva de género”[1] a los demás espacios de gobierno y segmenta nuestra participación. ¿Alcanza con tener un Ministerio y que cada área cree una dependencia “para y por mujeres” cuando el resto del Estado no está atravesado por una mirada integral en materia de desigualdades – por género, clase, localización geográfica y etnia-? ¿No sería más productivo disputar otros espacios y abandonar la competencia exclusiva entre nosotras por las zonas violetas, asumiendo nuestra responsabilidad con el desarrollo y la implementación de un programa político encaminado a la lucha contra el sexismo y el amparo de les más vulnerables? ¿Alcanza con que haya más mujeres en el Estado? ¿Eso no supone la falacia de que existe una esencia femenina capaz de salvarnos de la lógica patriarcal?

"¿Alcanza con tener un Ministerio y que cada área cree una dependencia “para y por mujeres” cuando el resto del Estado no está atravesado por una mirada integral en materia de desigualdades - por género, clase, localización geográfica y etnia? ¿Alcanza con que haya más mujeres en el Estado? ¿Eso no supone la falacia de que existe una esencia femenina capaz de salvarnos de la lógica patriarcal?"

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Para nosotras se trata de (a) adoptar una nueva lógica política entre nosotras que sea sorora, pero que esto no implique la ingenuidad de anular la competencia entre mujeres -como si eso fuera posible en el ejercicio político democrático, competitivo por excelencia- sino que traslade la disputa a un terreno más amplio, con todes[2], por todos los espacios que aún no ocupamos y por un proyecto emancipatorio. También de (b) que la expectativa esté puesta en quienes asumen la sororidad como sinónimo de solidaridad política: siguiendo a bell hooks, aquellas mujeres que conducen su acción empezando por les últimes para llegar a todes. De nada sirve que lleguen las Vidal, las Bullrich, las Lospennato. Flaco favor nos hacemos si apuntalamos a las que recortan derechos, reprimen y hambrean sin que les tiemble el pulso. Necesitamos más mujeres, de las que trabajan por todes.

Entonces, así como la presencia femenina no asegura el feminismo -porque no hay tal cosa como una esencia feminista- tampoco alcanza “el abordaje en clave de género”. Estos lemas que se repiten como dogmas, empobrecen nuestra acción política. Abramos la cancha, corramos el horizonte: la real paridad se consagrará cuando podamos discutir todo y no solo las “cuestiones de género”, así como cuando nuestros derechos estén defendidos por cualquiera que trabaje para realizar causas justas, sin importar su sexo biológico o su identidad de género, aunque falte mucho aún para esto. Porque, en definitiva, aspiramos a que el feminismo sea un tamiz más en los anteojos multifocales con los que apreciemos la realidad social que, día a día, se complejiza más y más. En este tránsito, aún hay que gritar fuerte. Soñamos con el día en que esto sea ridículo.


[1] Si es que existe tal cosa.

[2] Es un secreto a voces que las mujeres hostilizamos más entre nosotras que con los varones.

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