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19 de agosto 2022

Martín Rodríguez

OTRO DOCUMENTO DE PUEBLA

Tiempo de lectura: 6 minutos

El punto de partida de la nueva novela de Paula Puebla es inmejorablemente básico y ambicioso a la vez: ¿quién puso el cuerpo para que yo nazca? El interrogante abre un triángulo en el que se cosen las voces de tres mujeres. La que puso el cuerpo, la que nació y la que “decidió” que naciera. Gestante, hija, madre (Nadija, Rita y Victoria). Puente celeste entre países remotos, una subrogación que en esta novela a nadie deja en paz: “la culpa es un látigo que pega desde adentro”, escribe Puebla. Ruido de tres lenguas que golpean fiero. Esta historia abre un agujero, el más grande, un “veneno en el que se macera una familia”. Si en su novela anterior (Una vida en presente, 17g editora) la tecla era el sexo, acá la tecla es la reproducción. Veamos.

Se trata de un drama de ciencia: la subrogación. La nueva novela de Paula Puebla es, evocando la esquizofrenia controlada de Fernando Pessoa, la asamblea de tres mujeres que rayan con las uñas un pizarrón donde está escrito “mi cuerpo, mi decisión”. Porque, como en el corazón delator de Poe, debajo de un cuerpo hay otro cuerpo que late, el vientre que pare. La subrogación, así presentada, se ofrece como el espectáculo de la división internacional del trabajo de parto.

¿Qué relación puede construirse entre un vientre alquilado y el bebé que nace ahí? ¿Qué es ese lugar, ese primer bosque nativo de la especie? Cabra negra y cabra blanca pastan en la mente de Rita, que se corre a un costado para conocer su primera verdad, un ajuste de cuentas para ordenar el mundo de los cuerpos, el camino de nuestra física, el grado cero de la especie que involucra el grado cero del Estado y el orden global: nacemos y morimos, sí, pero nunca estamos ajenos a la clasificación y a la utilización de los cuerpos. El cuerpo es otra forma de nombrar a la clase.

¿Cómo se les va a responder? ¿Qué se hace con ese dolor? ¿Cómo va a ser el cuento de la cigüeña?

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“El cuerpo es quien recuerda” (Tusquets, 2022) es un campo electrificado que separa vientre, cuerpo y madre, nos refresca el mundo de las amas de leche, de las empleadas domésticas que crían niños ricos con tristeza, esas tetas desoladas, esos mestizajes de crianza donde las clases se mezclan, pero en el extremo, aún más lejos, las que van a parir, las que incuban la criatura, otra etapa superior del capitalismo en su versión recargada: no poner el cuerpo gestante. Todas las historias de subrogación no se cuentan igual pero este libro apuesta a contar una. Puebla explora una forma cuando ese deseo se lleva al extremo, esa condición que en el libro implica también, a su modo, una etnografía sobre quienes se permiten tercerizar y dejar el (propio) cuerpo sin traumas, a salvo, o, también, como otra mercancía paralela. La madre que alquila otro vientre tiene su propio cuerpo alquilado en las pasarelas, y también viene de “abajo”, de otra periferia al centro. Última estación del capitalismo: el dinero multiplica la riqueza sin trabajar, los terroristas son alcanzados por misiles que transportan drones, las maternidades se pueden diseñar y gestar en otro país y otro cuerpo. ¿Pero habrá un lugar al otro lado de la frontera donde todos los cuerpos que se usan, que se matan, que se explotan se juntan? La heroína de Paula, Nadija, quiere hacer estallar la bomba de todo eso junto.

La hija que no reconoce a su madre y busca a la gestante, la madre que no quiere ser madre, el padre que quiere que la hija sea madre de la madre, el sistema solar es una mujer ucraniana situada en 2025 que nos proyecta a una pregunta que hoy tendría sentido hacerse si nos situamos en el año en que ocurre la novela: ¿existirá Ucrania en 2025? Leemos la novela en el presente en que Ucrania es una partera de otra historia: la guerra de frontera de Occidente. Lo que el viejo Biden balbuceó en su casi único segundo de lucidez: “democracia o autocracia”. Ucrania defendiendo su sagrada integridad y la Madre Rusia que se la quiere comer.

Hablamos con Puebla sobre su novela, así sigue:

Hay más “al pasar” un vínculo de Rita con un hombre que pertenece a la realeza de los derechos humanos, parece una víctima profesional, un hombre seguro de la identidad. ¿Cómo pensaste el borde ese entre el delito imprescriptible del “robo de identidades” y esta chica en busca de la suya?

-La aparición de Héctor en la novela fue un pedido de la novela misma. Sabía que quería poner a convivir a Rita con alguien, sabía que Rita iba a tener una pareja, pero en un principio no sabía cómo iba a ser esa persona. Al mismo tiempo, la búsqueda de la identidad tiene tanto peso específico en nuestro país que su resonancia en esta historia era muy grande y me resultaba imposible esquivarla. Entonces Héctor, un tipo que profesionalizó su condición de víctima —porque quiso hacerlo, porque no pudo construir otra cosa, porque le daba un status que de otro modo no podría conseguir, quién sabe—, aparece como aliado de Rita y, a la vez, como contrapunto, ¿no? Por momentos, parece que ambos comparten “la búsqueda”, pero que a la vez son búsquedas bien distintas. El secuestro de embarazadas y el robo de bebés, de sus identidades, en manos del terrorismo de Estado, hacen temblar un poco esa estructura de mercado en apariencia pulcra y feliz, de transparencia, del alquiler de vientres. Nuestra memoria colectiva no es neutra ni indulgente con respecto a estos temas y me parecía que Héctor, en la historia, venía a hacer el trabajo de recordarlo. Más allá y a pesar de su pasión acomodaticia, de su delirio de grandeza, Héctor es el emblema vivo de la memoria, la verdad y la justicia. ¿Podemos imaginar un HIJOS de pibes nacidos por alquiler de vientres en un par de décadas que hagan una revulsión de las éticas del mercado? Sí, podemos.

Todas las historias de subrogación no se cuentan igual pero este libro apuesta a contar una. Puebla explora una forma cuando ese deseo se lleva al extremo, esa condición que en el libro implica también, a su modo, una etnografía sobre quienes se permiten tercerizar y dejar el (propio) cuerpo sin traumas

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-¿Tuviste algún cruce con una hija o hijo subrogado?

-No, no tuve. Hice mis intentos por indagar en ese mundo pero el comportamiento general de los grupos —que hay en Facebook, por ejemplo— es de mucho hermetismo. Escribí varios mensajes, quizás pequé de honesta, contando a grandes rasgos el proyecto de escritura pero no tuve suerte. Tenía muchas ganas de sentarme a conversar con una familia de intención, como se les dice, para ver qué los movía a subrogar, si llegaban o no a esa instancia con contradicciones o si era una experiencia tan simple como comprarse un cero kilómetro. También hay otra dificultad y es que, en nuestro país, los niños nacidos de vientres subrogados son pocos y todavía muy chicos. Salvo excepciones, como es el caso de Martita y Felipe Fort, que tienen 18 y nacieron en Estados Unidos. Sin embargo, me gusta pensar que a todos ellos les aparecerán, en algún momento u otro, las preguntas sobre su origen, porque hay algo de otro registro —el del cuerpo— que se nos escapa. ¿Cómo se les va a responder? ¿Qué se hace con ese dolor? ¿Cómo va a ser el cuento de la cigüeña? 

-Sobrevuela tu mirada ensayística. Pienso a priori que hay una fina línea entre que el ensayo no mate la ficción y la ficción contenga esas voces, las haga propias y verosímiles. ¿Cómo cuidás eso?

-No tuve muy en cuenta la mirada ensayística, al menos no en el proceso de escritura. Justamente para no polucionar esa llanura tan frágil que siento que es una novela en ciernes. Creo que todos esos “temas” que orbitan la historia quedan un poco a las sombras de esas voces, por momentos, vozarrones. Y son tres voces, de tres mujeres, con tres posiciones diferentes, lo que me permitió desplegar más preguntas, abrir más agujeros en los sentidos coagulados que se nos entregan. Hay algo de la impunidad de la ficción que me venía bien y me permitía nombrar cosas que desde lo ensayístico necesitan una validación, una argumentación, un justificativo. ¿Cómo hablo mejor de los noventas si no es a través de la voz de una lolita devenida feminista de panel? ¿Cómo hablo mejor de la opresión de una mujer si no es a través de una que se cansó del sistema y se convirtió en guerrillera junto a sus hermanas de lucha? El verosímil sí es algo que cuido mucho, y por eso traigo a colación las marcas y hechos de la historia cercana: el plan de convertibilidad, el verano de 1997 en Pinamar, el 2001. Atravesar a los personajes por la historia les da un espesor que me interesa.

-Noto que tus personajes siempre están en un borde de lucidez y desconfianza, mujeres que prefieren estar solas o apenas sujetas a vínculos medio amargos, en piloto automático. Es como si en ese mundo hoy tan iluminado (los vínculos, las parejas, las deconstrucciones) te resultara escéptica cualquier proyección política, ¿no?    

-Es una gran observación. Nunca había pensado sobre las formas de vincularse de mis personajes. Pero definitivamente hay algo ahí.

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