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NUESTRA RADIO

Tiempo de lectura: 7 minutos

I

Cuando era niño y toda la familia se acostaba luego de cenar escuchando Argentinísima, aquel memorable programa de Julio Marbiz que se emitía por Radio El Mundo, muchas noches escuchaba que papá se ponía a boludear con la onda corta de la radio. Nunca se lo pregunté, pero tengo la certeza de que buscaba noticias de Perón. Eran los años de Onganía. Como pibe criado en un pueblo de provincia, crecí escuchando la radio, entre otras cosas porque el primer televisor llegó a casa cuando ya estaba en la secundaria. Desde la pelea de Bonavena con Clay al campeonato de River de 1975, pasando por las carreras del Lole Reuteman en la Fórmula 1, todo me pasó gracias a la radio: esa radio de Larrea haciendo Rapidísimo en Rivadavia, la misma emisora en que Antonio Carrizo lo llevaba al gran maestro Oscar Panno para analizar el match de Karpov vs Korchnói por el trono mundial dejado vacante por Bobby Fischer. Mi hermano se acostaba escuchando al peruano Pedro Aníbal Mansilla haciendo Modart en la noche por Del Plata o al negro Edgardo Suárez con La Música de Kosak en las medianoche de El Mundo. Toqué el cielo con las manos cuando irrumpió Juan Alberto Badía con Flecha Juventud y volé a cualquier parte de la mano del gran Hugo Guerrero Marthineitz con su Reencuentro en la primera tarde de Continental donde el tipo se daba el gusto de pasar dos veces seguidas Pedro Navaja (que dura 7 minutos) o emitir 15 minutos de la banda de sonido de Los Unos y los otros. Por las noches aprendí de música popular con Marcelo Pérez Cotten y su inolvidable Horizonte Cero, que por entonces se emitía por Splendid. Así como hay un film emblemático en que el protagonista reconstruye su vida con cada disco que se compró, también hay uno con cada programa de radio. Pienso en la recién recuperada democracia y suena Radio Belgrado, como la calificó ese personaje abominable que fue Sergio Velazco Ferrero. Ahí estaban Aliverti, Mona Moncalvillo, Dorio y Caparrós con Sueños de una noche de Belgrano y también Diego Bonadeo. En Excelsior sonaban Enrique Vazquez y el inolvidable En ayunas de Jorge Guinsburg y Carlitos Abrevaya,entre otros. Antes de eso, en 1978, en mi pueblo vivimos el Mundial a través de Canal 3 de Santa Rosa pero con el relato del Gordo Muñoz en Rivadavia. Los años pasaron hasta que a mediados de los ochenta se instaló la primera emisora en Tres Lomas y en la que, por supuesto, estuve algún tiempo haciendo un programa musical. Me iba en el camión que conducía un amigo y grababa diez programas por las noches. El tipo que me inspiró a hacer una radio desacartonada fue Quique Pesoa que, por entonces, conducía La Oreja, aquél maravilloso programa que tuvo en Rivadavia a fines de los ochenta. Con los años trabajé con él y hasta tuve el honor de reemplazarlo en las mañanas de la Once Diez cuando se fue a Cuba por un mes, en tiempos en que ya venía atropellando el nuevo siglo.

Me formé con la certeza de que la radio debía acompañar el ritmo de la jornada, por eso Rapidísimo iba al palo de comienzo a fin y el Negro Guerrero se tomaba su tiempo a la hora de la siesta y Betty franeleaba en la medianoche de las siete lunas de Crandall

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La radio me dio muchas alegrías. La de trabajar, por ejemplo, con “la vieja dama indigna” que no era otra que la grandiosa Betty Elizalde, una experta en el arte de estirar ella solita frente al microfono. Cuando una compactera palmaba o un CD no era leído, Betty tenía la capacidad de hablarte media hora sin que te dieras cuenta que el tiempo pasaba.  

Esa radio con la que crecí, y que quizá hoy de manera medio renegada defiendo a capa y espada, es esa en que nada está preestablecido, esa en la que conduce el conductor y no los productores, porque el conductor lleva en su interior el pulso de aire, sabe cuándo estirar, cuándo acortar y cuándo dar la orden al operador para que salga el tema musical que, como corresponde, debe servir como el cierre de bloque. Antes de arrancar en la Once Diez le pregunté a “Quique” Pesoa cómo pensaba que fuera mi columna de música latinoamericana y entrecerrando los ojos murmuró “Vamos a hacer radio”. Ahí entendí todo.

Los años pasaron hasta que a mediados de los ochenta se instaló la primera emisora en Tres Lomas y en la que, por supuesto, estuve algún tiempo haciendo un programa musical. Me iba en el camión que conducía un amigo y grababa diez programas por las noches

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II

Cuando uno logra que el programa suene en su cabeza antes que en aire, finalmente ha aprendido de qué se trata la radio. Cuando pensaste un programa con sus diversos momentos y sus climas, cuando musicalizaste sus vericuetos, cuando comprendiste que muchas veces una canción adecuada va como cierre de un tema y llegaste a percibir la emoción en la audiencia, empezaste a saber qué es la radio porque vos sabés cuándo un comentario o un cierre impacta en la audiencia, cuándo entregarse al gozo y cuándo salir para volver a la realidad, porque la radio transcurre en la cabeza de los oyentes. La información política y los servicios están, pero eso no impacta en el alma como el recuerdo de un artista emblemático fallecido. El flaco que va en el bondi está mirando la calle y todo lo que en ella sucede pero su cabeza está dibujando cómo será Maribel justo cuando alguien emite ese himno del Flaco. Cada tarde, cuando Larrea anuncia la milonga del flaco de gris y la morocha de verde, el oyente ve una pista de baile distinta y un entorno que ha cambiado así como ha cambiado en las últimas 24 hs su vida, que no es igual a la de ayer. Dolina está todas las noches desde 1984, y aunque le conozcas todos los yeites, te asombra como la primera vez. Allá por 1987, cuando Radio El Mundo estaba en Perón (Cangallo) a media cuadra de Florida fui a verlo en vivo. Entrábamos 30 en el estudio sentados en el piso. Y cuando hizo las sombras chinescas, aunque estábamos ahí, en nuestras mentes aparecían las formas que El Negro simulaba que estaba haciendo, como así también veíamos volar al eterno avión de Carburando que Dolina ponía a volar con un efecto de su voz, ese que relataba desde el aire aquellos tramos de las carreras lejanos a la de la zona de largada donde estaba la transmisión central. Fue allá por 1988 que rebalsó de gente el salón del Sindicato del Seguro cuando Demasiado Tarde para Lágrimas salió por primera vez del estudio de una radio. La cola de muchachada de esa primera vez no tiene parangón en la historia de un programa de radio con tanta convocatoria.

La radio transcurre en la mente. La radio no es el correcaminos que te lleva antes el dato de un accidente o cualquier suceso: es otra cosa. Es distinta a eso nos quisieron vender. La radio pasa en la cabezas. Para ver ya está la tele. ¿Por qué, si no, cuando escuchás algo de último momento en la radio vas corriendo a prender la tele? Porque en la tele no encontrás un corazón latiendo herido por una traición. ¿Cómo mostrás la esperanza o el imaginar un futuro venturoso con imágenes? A eso no se lo puede pintar como lo pinta la radio.

empezaste a saber qué es la radio porque vos sabés cuándo un comentario o un cierre impacta en la audiencia, cuándo entregarse al gozo y cuándo salir para volver a la realidad, porque la radio transcurre en la cabeza de los oyentes

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III

A través de los años la radio se ha ido transformando al ritmo de la vida en definitiva. Han surgido nuevos formatos, se ha incorporado tecnología pero, reconociendo mi estancamiento, me quedo con la radio de antes. Sé que una radio hoy puede emitir sólo a través de internet pero qué querés que te diga, para mí la radio es inescindible de ese receptor que llevás al baño cuando te duchás y luego colocás debajo de la almohada por las noches. Quien no se levantó alguna madrugada para llamar a una radio no sabe de qué estoy hablando. Me formé con la certeza de que la radio debía acompañar el ritmo de la jornada, por eso Rapidísimo iba al palo de comienzo a fin y el Negro Guerrero se tomaba su tiempo a la hora de la siesta y Betty franeleaba en la medianoche de las siete lunas de Crandall. Esa radio fue la principal fuente de información en materia de música popular que tuve (a Ella Fitzgerald la escuché por primera vez en la radio sin ir más lejos). Eso se perdió definitivamente. Hoy la AM prácticamente se desmusicalizó y en las emisoras ya casi no quedan las discotecas que supe conocer en Continental o Excelsior (hoy La Red) donde hasta había personal especializado en la materia. El caso de la discoteca de Radio Nacional debe ser uno de los últimos vestigios que nos queda de aquellos tiempos. Parece mentira que en un tiempo donde se puede acceder a la música de las maneras más variadas, las AM sean todas habladas, sin climas, sin pausa, sin radio ¿De qué nos sirve tener muchos soportes para escuchar música de Los Andariegos si desconocemos que alguna vez existió ese grupo?

La radio no es el correcaminos que te lleva antes el dato de un accidente o cualquier suceso: es otra cosa. Es distinta a eso nos quisieron vender. La radio pasa en la cabezas. Para ver ya está la tele.

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El mejor homenaje que le podemos hacer a la radio en su cumpleaños número 100 es revalorizarla, dejar de considerarla la caja chica de más de un figurón que con una horita por día afronta los gastos del mes mientras que la diferencia posta la hace en la tele. La radio no es menos que la tele, como dicen los que manejan el gran negocio. La radio sigue siendo un medio de comunicación virtuoso, pero nos está reclamando un poco más de dedicación para volver a colocarla en un lugar de privilegio. Hay algo irremplazable en radio y se llama creatividad. Podés ser de derecha o de izquierda pero la diferencia la hacés sólo en base a la capacidad que tengas para comunicar de manera distinta al resto. Todas la emisoras cuentan con los mismos elementos técnicos, la diferencia la hace el manejo del micrófono. No se trata de pescar en la pecera oficialista u opositora, se trata de cautivar a ese oyente que no busca oír los mismos clichés de un lado o del otro. Entre otras cosas, porque de ese tipo de oyente saldrá ese 10 o 15 % que luego determina el resultado de una elección. Es en este punto donde la radio asume un rol político de suma importancia y, por eso, vale reiterar que las mejores ideas para la mejor política saldrán siempre de la capacidad creativa y del riesgo transgresor. Cuando recuperemos esos valores en la radiofonía, cuando dejemos de repetirnos, cuando nos arriesguemos a buscar ideas por fuera de lo convencional, seguramente mejoraremos no sólo la radio sino la cotidianeidad de nuestro pueblo.

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