
Los eventos que sacudieron Israel en la última semana son solamente un capítulo de un libro mucho más grande y lamentablemente más violento y salvaje aún: el del (des)orden mundial actual.
Muchos se han preguntado qué es lo que ocurrió y por qué ocurrió ahora. Hamás puede haber considerado que los recientes disturbios y protestas callejeras masivas de la izquierda por las reformas propuestas del Tribunal Supremo israelí habían provocado divisiones internas permanentes y un clima de distracción interna. Parecen haber querido detener un acercamiento entre las monarquías del Golfo -fuente tradicional de gran parte de su dinero- e Israel, forzando la cuestión de la solidaridad árabe en tiempos de “guerra”. Irán fue probablemente un ganador en este ataque, dado que su mayor temor es un acercamiento árabe suní-israelí. Para mayor complejidad, están los diferentes alineamientos y las solidaridades que se dan al interior de un fragmentado y muy diverso campo militar islamista radical (Hamás, Hezboláh e incluso las milicias talibanas que ya prometieron su asistencia). Lo mismo para el caso del apoyo norteamericano a Israel. La administración Biden dio señales de que Hamás era un actor legítimo en Medio Oriente, fortaleciendo percepciones en la región de que Washington se estaba alejando de su tradicional apoyo a Israel. Nunca ha invitado a una visita oficial a Benjamín Netanyahu. Reanudó la ayuda masiva al Ejército Palestino de Liberación PL cancelada por Trump, y destinaron millones de dólares estadounidenses a Gaza, dirigida por Hamás. La percepción de Hamás y Teherán es que el gobierno de Biden había retomado la agenda de Obama bajo la cual creció el poder de Irán, Hezboláh y Hamás.
Para Mandelbaum, Estados Unidos es una superpotencia necesaria. Sin Estados Unidos, el mundo sería un lugar más peligroso e inestable. ¿Por qué? Por su capacidad de ordenamiento y disuasión. Ya sea por institucionalización o por imposición
Otros han preferido buscar las causas de longue durée. Explicaciones del conflicto árabe/palestino-israelí. Aquí nos vamos a encontrar con todo lo referido a la historia del territorio disputado, específicamente aquellas preguntas que se dan acerca de quién estuvo primero o quién tiene más derecho a habitar o poseer esa tierra. Aquí vamos a encontrar internacionalmente todos los mapas e historias acerca de la presencia Palestina, del nacimiento del estado de Israel y lo ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial, las sucesivas Guerras que Israel mantuvo en la década de 1960 y 1970 contra sus vecinos coma las sucesivas intifadas y acuerdos de paz. También vamos a encontrar aquellos factores de índole doméstico, como pueden ser las diferentes coaliciones políticas que se van dando al interior de Israel (más de izquierda dialoguista o más de derecha militarista) y los movimientos al interior del liderazgo palestino (desde la OLP de Arafat, hasta la Autoridad Nacional Palestina y el ascenso de Hamás).
Lo que presenciamos en Israel no solamente está ocurriendo en otras partes del mundo, sino que va a seguir ocurriendo con cada vez mayor frecuencia y virulencia. Hace unos años un profesor de la Universidad Johns Hopkins, Michael Mandelbaum, escribió un libro titulado “El argumento en favor de Goliat”. Para Mandelbaum, Estados Unidos es una superpotencia necesaria. Sin Estados Unidos, el mundo sería un lugar más peligroso e inestable. ¿Por qué? Por su capacidad de ordenamiento y disuasión. Ya sea por institucionalización o por imposición, apoyando elecciones o intervenciones, Washington tenía la capacidad y la voluntad de reconfigurar el mundo a su manera. La hegemonía global norteamericana actuaba como garantía de la disuasión, esa capacidad de impedir que otros actores lleven a cabo acciones militares para alcanzar sus objetivos políticos. Pero para que la disuasión tenga éxito se necesitan tres componentes: capacidad de actuar, credibilidad de que las amenazas se cumplirán y comunicación clara sobre los castigos.
Hoy la hegemonía norteamericana parece haberse desvanecido, arrastrando consigo los principios básicos de la disuasión. Obama advirtió al régimen sirio de Assad acerca de las “líneas rojas” que no debía cruzar utilizando armas químicas contra su propia población. Pero cuando el líder decidió utilizarlas de todas maneras no tuvo castigo alguno. La disuasión no funcionó con Rusia, ni (en forma de sanciones) con Irán, ni (en forma de mayores presiones) con Corea del Norte. Ni siquiera la disuasión por alguna disparatada fórmula mágica de superioridad moral que por alguna incomprensible razón despliega el Departamento de Estado norteamericano cuando debe lidiar con China. En el caso de Hamás la disuasión no funciona porque Israel pierde de vista que cuando se aplica durante mucho tiempo y con mucha intensidad, el cálculo para el disuadido no es morir o sobrevivir sino cómo morir. En la actualidad, los líderes políticos de muchos lugares se sienten envalentonados para hacer valer sus propios intereses, creyendo que los beneficios de una acción agresiva serán mayores que los costos. Estos líderes creen que tienen más influencia sobre su propia región que Estados Unidos.
El orden mundial de la Pax Americana parece estar llegando a su fin. Y aunque es apresurado decretar la “decadencia de Occidente” o el “ascenso del Este”, es evidente la dislocación y descentralización de la influencia política, económica, diplomática e intelectual
El celebrado nuevo orden multipolar implica el surgimiento de nuevas superpotencias que compiten por la influencia mundial. Sin la superpotencia mundial, vivimos en un mundo en el cual la incertidumbre geopolítica global genera mayor competencia y rivalidad entre las grandes potencias, aumentando el riesgo de conflicto. Como lo describió poéticamente el politólogo chino Zheng Yongnian, “los países rebosan ambición, como tigres que miran a su presa, deseosos de encontrar cualquier oportunidad entre las ruinas del viejo orden”. Este vacío de poder. lo están llenando otros actores: estatales y no estatales, benignos y malignos, económicos, políticos y sociales. Está claro también que, con cada vez mayor frecuencia, la ausencia de disuasión está haciendo que los actores recurran a la fuerza para lograr sus objetivos. En medio oriente estamos asistiendo a la primera confirmación de que ese uso más generalizado de la violencia llevará a más guerras y conflictos regionales. ¿Pero qué podemos esperar para las islas disputadas en el mar de China meridional, Cachemira o incluso Taiwán? El desafío es doble, ya que también hay menor voluntad y capacidad de invertir capital político en iniciativas multilaterales de gobernanza mundial. Esto se traduce directamente en una disminución de la cooperación internacional que hace más difícil resolver cualquier crisis: desde una escalada militar en Ucrania o Israel hasta cuestiones como el cambio climático.
Las denominadas Pax Romana, Pax Britannica y Pax Americana crearon un orden internacional de relativa paz y seguridad que garantiza la expansión de la actividad económica transnacional. Es probable que nunca haya existido un orden mundial de alcance verdaderamente mundial. El orden mundial de la Pax Americana parece estar llegando a su fin. Y aunque es apresurado decretar la “decadencia de Occidente” o el “ascenso del Este”, es evidente la dislocación y descentralización de la influencia política, económica, diplomática e intelectual. El signo más claro es el abandono del rol hegemónico global de Estados Unidos: cada vez menos se cree en la capacidad material extraordinaria o en el conjunto de ideas políticas, económicas, sociales y culturales norteamericanas. No son los tiempos de la hegemonía a la Superman, como cuando el presidente Kennedy dijo en 1961 que Estados Unidos “pagaría cualquier precio, soportaría cualquier carga, enfrentaría cualquier dificultad, apoyaría a cualquier amigo y se opondría a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad”. Son tiempos oscuros, como cuando Batman entiende el peligro de la hegemonía de Superman: “Si quisiera, podría quemar todo el lugar y no habría una maldita cosa que podríamos hacer para detenerlo”. El zeitgeist del fin de época parece haberse apoderado del mundo. Como un manifiesto sentimiento de incertidumbre, se multiplican las reacciones impugnatorias: en Europa y Estados Unidos contra la entrada de productos y personas provenientes del mundo emergente, en China y en Irán contra los principios y pilares del orden internacional y en Rusia contra las fronteras establecidas por sus vecinos. Internamente también sociedades convulsionadas rechazan los pilares básicos de la organización: las democracias se despedazan en la polarización de opciones cada vez más extremas y los autoritarismos avanzan tanto en su atractivo simbólico como en su poder represivo.
En este turbulento panorama de fragmentación mundial, la región latinoamericana constituye, como acuñara Arie Kacowicz, una “zona de Paz”. Aquí en nuestro barrio los estados han mantenido relaciones pacíficas entre ellos desde la finalización de la Guerra del Chaco en 1935. Esto no significa que no haya guerras civiles, disturbios internos o conflictos y crisis internacionales dentro de estas zonas, pero la guerra y el conflicto armado interestatal han desaparecido en gran medida y son impensables. Un Estado de una región pacífica tiene más probabilidades de resolver disputas pacíficamente y a cooperar en cuestiones de seguridad. También es menos probable que un Estado de una región pacífica se vea arrastrado a conflictos con sus vecinos. Este piso de acuerdo entre los países latinoamericanos sumado al consenso que tiene al interior de todas las sociedades es de un enorme valor estratégico en los tiempos que atraviesa el mundo actualmente. Pensar sistemas de gobernanza, esquemas de inserción internacional o modelos de desarrollo económico sobre realidades de defensa en las cuales no existen amenazas inmediatas ni de mediano o largo plazo entre vecinos otorga a la región una ventaja única sobre cualquier otra región del mundo. Un entorno regional pacífico puede conducir a una mayor cooperación regional, reforzando la seguridad colectiva.
Las democracias se despedazan en la polarización de opciones cada vez más extremas y los autoritarismos avanzan tanto en su atractivo simbólico como en su poder represivo
América Latina es comúnmente mirada por el resto del mundo como un actor marginal o irrelevante. Sin embargo, podría tener una posición de Liderazgo en las cuestiones relativas al abordaje y solución de la violencia regional: ausencia de guerras interestatales por más de un siglo, definición clara y pacífica de las fronteras terrestres y desarme nuclear mutuo entre Argentina y Brasil para librar a la región de la posibilidad de un holocausto atómico. E incluso el interior de las naciones latinoamericanas conviven de una manera relativamente pacífica e integrada comunidades judía y árabe/ musulmana. Mantener estas condiciones de coexistencia constituye no solamente una herramienta de política exterior regional y un instrumento de profundización de la integración sino un imperativo de seguridad nacional en un escenario mundial de violencia creciente.