29 de Marzo de 2024 •

12:03

Ashburn
53°
algo de nubes
53% humidity
wind: 6m/s SE
H 57 • L 46
58°
Tue
59°
Wed
47°
Thu
53°
Fri
58°
Sat
Weather from OpenWeatherMap
TW IG FB

16 de octubre 2019

Gonzalo Sarasqueta

MONÓLOGOS PRESIDENCIALES

Tiempo de lectura: 5 minutos

Pasó el primer debate presidencial por ley. Una institución más para solidificar nuestra democracia. Sin ausencias en el primer round, la exposición cumplió con los estándares de respeto, pluralismo y libertad de expresión. Al ser la piedra basal, el encuentro priorizó el control de daños sobre la esgrima dialéctica. Se apostó a un esquema comunicacional de compartimentos, donde cada candidato desplegó unilateralmente su estrategia discursiva. En contadas ocasiones, hubo desviaciones, improvisaciones o sorpresas. Los propios nervios, la inexperiencia o la dispersión fueron los principales adversarios de los seis aspirantes. El resultado fue una dinámica espesa, que blindó emocionalmente a los ponentes (no subieron la temperatura en ningún momento), nos dejó una imagen demasiado curada de ellos y, además, convirtió a los periodistas en moderadores. Sin embargo, este modelo fomentó la veta racional-programática (tan necesaria en una campaña raquítica de propuestas), apartó los golpes bajos y postergó el politainment   para otra ocasión.

¿Cuál fue el resultado del debate? A continuación, un ranking tentativo. 

El candidato del capital (sin culpa)

El primer puesto fue para José Luis Espert, que sacó a relucir su costado mediático. No titubeó ni se puso rojo con su neoliberalismo descarnado. El Milton Friedman criollo anduvo con puntería, ágil y sin rodeos. Cumplió con la mayoría de las reglas básicas que Frank Luntz, autor de Words that work, recomienda para generar un mensaje poderoso: simplicidad, coherencia, ambición, visualización y preguntas. Guardó los tropos, enredos lingüísticos, tecnicismos y, en su lugar, ofreció titulares filosos (“Basta, Moyano, de currar con la justicia social”), sentido común (“Soy un ciudadano como vos”) y contrastes calculados. Golpeó en la costilla derecha a Macri, pero sin abusar. Fue medido con su partner  liberal. Contra Alberto, en cambio, fue a fondo. Disparó contra todo el imaginario peronista: Estado, planes sociales, sindicalismo, gasto público, etc.. La “Argentina incorregible”. Solo quedó en duda su posición sobre la despenalización del aborto, para ver si su liberalismo es parcial o completo. En síntesis: Laissez faire, Milei y el mercado siempre tiene la razón. 

Golpeó en la costilla derecha a Macri, pero sin abusar. Fue medido con su partner liberal. Contra Alberto, en cambio, fue a fondo.

Compartir:

Alberto, el retador

El representante del Frente de todos ofreció solidez, claridad y decisión. Desde la primera jugada, le mostró los dientes a Mauricio Macri. Apoyado en datos fríos (cifras, estadísticas, argumentos) de índole económica, retó en todas las ocasiones al presidente.  Contundente. Con el irónico “¡Entérese, presidente!” tuvo su pico. Fernández aplicó lo que Orlando D`Adamo y Virginia Beaudoux denominan “estereotipación del rival”: tipificó a Macri como un mandatario que está encerrado en una burbuja, ajeno a la realidad. El problema fue que el recurso viró en estilo. Cayó en la falacia ad nauseam: intentar convencer a alguien mediante la repetición constantemente de una premisa. Macri lo alumbró en la última jugada con un fulminante “Volvió el dedito acusador”. La chicana activó implícitamente la analogía entre Alberto y Cristina Fernández. En términos de polémica, fue el clímax del debate. El espectro de la grieta sobrevoló Santa Fe. De todos modos, Alberto insistió minutos después con el efecto de negatividad. El ex jefe de gabinete mantuvo el guión de las PASO: se aferró a enunciados polarizantes para contener el enojo social contra el líder de Juntos por el Cambio y pospuso los enunciados unificadores –más comunes en un presidente electo– que mostró en las últimas semanas. El Sillón de Rivadavia puede esperar.  

El representante del Frente de todos ofreció solidez, claridad y decisión. Desde la primera jugada, le mostró los dientes a Mauricio Macri.

Compartir:

Obamismo puro y duro

Macri hizo gradualismo discursivo. Fue de menor a mayor. Arrancó friendly  y terminó combativo. Estuvo correcto en las formas, la gestualidad y los componentes paralingüísticos (velocidad, tono, volumen y silencios). Con una autocrítica de bajas calorías y un pedido de disculpas, insistió en la reconciliación con la clase media. Por un instante, su optimismo nos hizo pensar que todavía estábamos en un planeta obamista (más que trumpista). Cooperación, multilateralismo, modernización, emprendedurismo, internet, globalización: el mundo feliz de Aldous Huxley. Flotó un déjà vu del 2015. La gira del “Sí, se puede” puso el resto del repertorio: república, paciencia, expectativas y futuro. Su punto álgido llegó en tiempo de descuento, cuando decodificó al kirchnerismo como metodología política (“Volvió la canchereada”). Activó lo que en comunicación política se denomina backfire: utilizar imágenes, gestos o palabras de un candidato para autoincriminarlo. Una vez más, demostró que la grieta es su zona de confort.

Flotó un déjà vu del 2015. La gira del “Sí, se puede” puso el resto del repertorio: república, paciencia, expectativas y futuro.

Compartir:

El know-how del 2003

Roberto Lavagna reencuadró todas sus presentaciones desde la óptica económica. Derechos humanos, relaciones internacionales, educación: todo fue deconstruido por guarismos. Y no sólo eso. También implementó su storydoing: más que palabras, se nutrió de hechos. Aprovechó la crisis actual para trazar un paralelismo con el 2003. Desde ahí, en base a su experiencia como conductor de tormentas, se posicionó como el elegido para salvar al país. Los problemas asomaron con el cómo (el envoltorio) de sus alocuciones: un tono apagado, sin fuerza; la falta de timing para redondear; y la ausencia de un arco narrativo que le brinde orden, secuencia y causalidad a tanta métrica. El argot economicista tampoco lo ayudó. Habló más como un técnico que como un político. Se llevó para su vitrina los dos únicos piropos de la noche. Alberto Fernández lo citó para respaldar su diagnóstico socioeconómico. El tiempo dirá si se trató solo de un elogio o un metamensaje de cara a lo que viene. 

Los problemas asomaron con el cómo (el envoltorio) de sus alocuciones: un tono apagado, sin fuerza; la falta de timing para redondear; y la ausencia de un arco narrativo que le brinde orden, secuencia y causalidad a tanta métrica.

Compartir:

Al borde del spot 

Nicolás del Caño entró con un prolijo storytelling  biográfico, donde se plantó como el defensor de los perdedores de la globalización, preparó el terreno para la lucha de clases y sembró su internacionalismo (pidió un minuto de silencio para las víctimas en Ecuador). Consiguió un diferencial con su estética (el único que no llevó corbata), pero a medida que fue avanzando el debate su verbo se tornó mecánico. Perdió frescura y ganó simulación. A tal punto que, cuando defendió el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, quedó al borde del spot televisivo. A veces se enredó con su trabalenguas marxista y estuvo muy cerca del insulto pelado, sin giro metafórico alguno, con la frase “Mauricio Macri es un ‘lamebotas’ de Trump”. También le quiso disputar el voto “progre” a Alberto Fernández con algunas arremetidas, pero todo quedó en un soliloquio; el del Frente de todos, en modo avión, no acusó recibo. En conclusión: Del Caño no estuvo a la altura de oradores históricos del trotskismo doméstico como Nahuel Moreno, Gregorio Flores o el mismo Jorge Altamira. 

En conclusión: Del Caño no estuvo a la altura de oradores históricos del trotskismo doméstico como Nahuel Moreno, Gregorio Flores o el mismo Jorge Altamira.

Compartir:

Una palabra salvaje que todavía no lastima

Gómez Centurión entregó la performance más floja de la noche. Careció de ritmo, espontaneidad y potencia. Tuvo varias lagunas (o mares). Su sistema cronémico (la administración del tiempo) le falló en casi todas las oportunidades. Los presentadores se cansaron de cortarlo. Y el trípode “Dios-patria-pañuelo celeste” quedó desarticulado. Nunca pudo vertebrar su ideario, solo dejó algunas piezas perdidas como “No hay paraíso fiscal sin infierno fiscal” y “Regalan misoprostol como caramelos” (lo dijo dos veces, yerro que dejó en evidencia que estaba leyendo la misma página). Su tono balbuceante empobreció aun más su texto (Biondini se debe haber agarrado la cabeza en más de una ocasión). En fin, la alt right aun no tiene un embajador de peso en el país. Bolsonaro puede dormir tranquilo y profundo: el cono sur es suyo. 

Gómez Centurión entregó la performance más floja de la noche. Careció de ritmo, espontaneidad y potencia.

Compartir:

     

Dejanos tu comentario

Comentarios

  1. Andrés MC

    el 18/10/2019

    Muy bueno este resumen. Me confirma que hice bien en prescindir de verlo en vivo.

  2. Sara Peña Guzmán

    el 18/10/2019

    Muy interesante y que bien escrito!

Bancate este proyecto¡Ayudanos con tu aporte!

SUSCRIBIRME