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04 de septiembre 2023

Silvana Aiudi

MI NIETO, MI DECISIÓN… DE DISFRUTAR

Tiempo de lectura: 6 minutos

Cuando era chica, mi mamá solía decir, mientras acomodaba y limpiaba toda la casa, “¿Ustedes se piensan que soy un robot? Cuando sea abuela, voy a dedicarme a malcriar y disfrutar de mis nietos”. En la frase había un hartazgo. Y también un deseo. Por aquel entonces no entendía a mi mamá ni el cansancio que tenían, para ella, las tareas domésticas y el cuidado de sus hijxs. Por aquel entonces corrían los ’90 y ni siquiera estábamos enteradas en mi barrio de la militancia y teoría feminista ni de poder serlo por la clase o el entorno. Mucho tiempo después, pude leer el libro La mística de la feminidad, que Betty Friedan publica en 1963, y comprender ese malestar que no tiene (tenía) nombre para mi mamá y para tantas mujeres que lo eran.

El libro sitúa el contexto de los años ’50 en Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial, y problematiza el modelo educativo, durante los ’60, dirigido a las mujeres que abandonaron sus puestos de trabajos o actividades intelectuales para regresar a sus hogares y cumplir con el lugar tradicional dentro del matrimonio y la familia. Friedan estudia a las mujeres de clase media que volvieron al modelo del ama de casa feliz influidas por revistas para mujeres, anuncios, publicidades, películas, y manuales de psicología y sociología. Frente a un hogar tecnificado, las mujeres se encargaron de las tareas domésticas, cuidado del marido y crianza de los hijxs. Esa sobrecarga, sin independencia económica e intelectual, producía depresión, soledad, angustia y otros malestares diagnosticados por médicos como “típicamente femeninos”.

Por aquel entonces corrían los ’90 y ni siquiera estábamos enteradas en mi barrio de la militancia y teoría feminista ni de poder serlo por la clase o el entorno

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Aquello que Friedan nos mostraba es que existía una tensión entre el modelo de ama de casa al que las mujeres intentaban adaptarse y la realidad de sus vidas: “Esa mujer a veces sentía que anhelaba algo más. Yo lo denominé ‘el malestar que no tiene nombre’ porque por aquel entonces se les echaba la culpa a las mujeres de un montón de problemas: no tener el fregadero lo suficientemente blanco, no haber planchado a la perfección la camisa del marido, que las criaturas se hicieran pis en la cama, las úlceras del esposo, su propia ausencia de orgasmos”. Friedan escribe a partir de su propia experiencia: la habían echado del trabajo en un diario por estar embarazada y, además, la habían hecho sentir culpable por no estar en la casa con el marido y lxs hijxs, culpable de que trabajara afuera.

A pesar de que el libro de Friedan estudia un caso concreto, realiza un aporte fundamental para pensar la división sexual del trabajo (mujer- reproductiva/ varón-productivo) como así también un tema más profundo: el momento en el que el patriarcado se hace visible y la decisión de mostrar sus lógicas de poder. “Una mujer debe poder decir, y no sentirse culpable al hacerlo, ‘¿Quién soy? y ¿Qué quiero hacer en mi vida?’ No se debe sentir como una persona egoísta y neurótica si quiere alcanzar metas propias, que no estén relacionadas con su esposo e hijos”, dice Friedan.

(Abuela, de Eulogia Merle)

Creo que es bastante claro (aunque a veces me aparecen dudas) cómo este aporte de Friedan y, también otras teorías y prácticas concretas, influyeron, con el tiempo, para que las mujeres (re)pensáramos los estereotipos sociales, el lugar tradicional en la familia, los mandatos, la tarea reproductiva, la importancia de estudiar y formarnos profesionalmente, la división de las tareas domésticas y el cuidado de lxs hijxs, la sobrecarga que esto implica, entre otras cuestiones. Con el tiempo, las mujeres salimos a trabajar, disputamos los lugares, seguimos estudiando y formándonos profesionalmente. Sin embargo, tener que conciliar el trabajo fuera de la casa y la familia supone una tensión: ¿qué se hace con los hijxs? ¿Quiénes lxs cuidan?

La casa de la abuela

A pesar de todos los logros y avances, hace rato me pregunto qué pasa con la reproducción de las tareas de cuidado en el caso de las abuelas. Esas abuelas, mujeres que fueron hippies, feministas, leyeron a Beauvoir y a Friedan o tal vez no, nada de eso, fueron amas de casa siguiendo el mandato y ocupándose de su marido e hijxs mientras renunciaban a sus estudios y proyectos personales. Cualquiera sea el caso, la educación o la clase, me pregunto qué pasa con esas abuelas que ahora se encuentran al cuidado y crianza de sus nietxs por ayuda económica y afectiva para con sus hijxs, confianza de la familia por sus cuidados, “deber ser”, o lxs hijxs disponen del tiempo de la abuela porque “no le molesta” y “no tiene otra cosa que hacer”.

Se necesita de una abuela porque hay una casa que mantener. La abuela, siempre dispuesta, deja poco tiempo, o tal vez nada a sus deseos, pasiones, vida cotidiana

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Lo cierto es que las tareas de cuidado y crianza, esas de las que de a poco las mujeres trataron de emanciparse, siguen recayendo en la vejez, y el cansancio y agotamiento resulta difícil de expresar por el amor que sienten por sus nietxs. Así, postergan sus actividades y deseos por “ayudar” a sus hijxs con la tarea.

A través de “el amor de la abuela por sus nietxs”, se construyó un sistema por el cual se perpetúa el trabajo doméstico y tareas de cuidado en las mujeres. Se necesita de las abuelas porque ellas tienen algún nietx que cuidar, dar de comer, bañar e incluso, llevar al colegio o ir a buscar. Es decir: se necesita de una abuela porque hay una casa que mantener. La abuela, siempre dispuesta, deja poco tiempo, o tal vez nada a sus deseos, pasiones, vida cotidiana. ¿Dónde queda disfrutar en todo este orden? Las abuelas son las principales cuidadoras de sus nietxs, en muchos casos de manera continua, ejerciendo un rol de cuidadoras primarias casi por tiempo completo. Esta asunción de rol no es una decisión personal, sino consecuencia de situaciones de sus hijxs.

Frente a los malabarismos de lxs hijxs (entre el trabajo, la formación, la vida profesional, la casa), las abuelas son cada vez más partícipes de la crianza. En muchos casos, las jornadas de cuidado equivalen a una jornada laboral completa. Suelen estar cansadas, estresadas, y no parece sencillo contar con un momento personal en toda esta vorágine. La responsabilidad de cuidar a sus nietxs les representa un esfuerzo físico, mental y emocional: les produce una sobrecarga. Según los datos de La Encuesta Nacional de Calidad de Vida de los Adultos Mayores (ENCaVIaM), el 27,1 % de las abuelas cuida a sus nietxs sin percibir remuneración y el porcentaje asciende a un 34% entre las edades de 60 y 75 años. También los abuelos se encargan de estas tareas, aunque en menor medida.

La semana pasada me encontré con una amiga, ya jubilada, por casualidad en la calle. Nos pusimos a hablar unos minutos y le dije si quería tomar un café y charlar. Hacía mucho que no nos veíamos. Me dijo que no podía: en media hora iría su nieto al departamento. Le tenía que hacer la comida y al otro día, cuidarlo hasta el mediodía. Los días siguientes, debía cuidar a su otro nieto, levantarse temprano, prepararle el desayuno, llevarlo al colegio, ir a buscarlo. “Amo a mis nietos —me dijo— pero estoy cansada y no es lo que pensé para mí después de jubilarme, de haber trabajado toda mi vida”.

Romper el lugar en la familia

Las resistencias a los órdenes de poder no siempre son colectivas. A veces son individuales. Tal vez conviene pensar si las mujeres vamos a reproducir lo existente o transformarlo, y pensar de qué manera cortar con las lógicas de cuidado y los roles patriarcales. Las resistencias pueden ser cotidianas o simplemente un acto de habla: decir “no”.

Cuando era chica, mi mamá solía decir, mientras acomodaba y limpiaba toda la casa, “¿Ustedes se piensan que soy un robot? Cuando sea abuela, voy a dedicarme a malcriar y disfrutar de mis nietos”. En la frase había un hartazgo. Y también un deseo

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Hace un tiempo, me enteré del caso de una abuela que le cobró a su hija por cuidar a su nieta. En un posteo, en la red social Reddit, una abuela australiana publicó que su hija trabaja cinco días a la semana, ocho horas por día, y al terminar su licencia por maternidad, le pidió que cuidara a su nieta. “No soy una guardería, tengo mi propia vida, trabajo para mí y creo que ella debería entender que estaría renunciando a mi tiempo cuando trabajo desde casa. Necesito dinero para reemplazar ese tiempo que estoy renunciando a mi trabajo. Mientras trabajo en casa, no puedo simplemente trabajar y cuidar a su hijo al mismo tiempo”, escribió la mujer, que recibió comentarios diversos por su decisión.

Otro modelo es el de Josefa Feitosa, quien trabajó en el sistema penitenciario de Brasil. Al jubilarse, juntó sus ahorros, vendió su casa y muebles, y se dedicó a viajar sola como mochilera la mayoría de las veces. Cuando Josefa se jubiló, sus hijxs pensaron que iba a tener tiempo libre para ayudar con el cuidado de sus nietxs, pero se equivocaron. “Una abuela no debe criar a los nietos”, dijo. Josefa muestra sus viajes en Instagram como una verdadera influencer y cumple su sueño de recorrer el mundo. Al principio, su hija no estuvo de acuerdo, pero después comprendió el deseo de su madre. Josefa también recibió críticas en las redes por su decisión. Sin embargo, respondió que las abuelas tienen una vida privada y que espera ser la inspiración para muchas más que aún no pudieron emprender sus sueños por motivos familiares.

(Foto de portada: Ana Gallardo)

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