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06 de septiembre 2015

Nicolás Maidana 

MELODÍAS EN SUSPENSO

Tiempo de lectura: 3 minutos

 Una de las primeras cosas que nos capturan de Los peligros que nos rodean, el disco de improvisaciones para piano de Nicolás Moguilevsky, no es exactamente su resultado final (a todas luces sorprendente), ni los paisajes sonoros hacia los cuales elige transportarnos. Sino un eslabón previo, oculto al público, y al que podríamos denominar como su fuera de campo. Y esto es así porque el disco está organizado a partir de las obstinaciones de alguien que “no es compositor ni pianista” como gusta describirse Moguilevsky. ¿Cómo ha logrado, entonces, ensamblar sus intuiciones?

Tal vez nunca sepamos la respuesta, pero lo cierto es que tenemos frente a nuestros oídos una colección de repiqueteos minuciosos, los cuales se encuentran interceptados por silencios tácticamente localizados. Lo que da como resultado un encadenamiento de células melódicas de una brevedad contundente. Atenuar, atenuar, parece haber sido la consigna con la que se nutrió el disco, jugar con los sonidos, sensibilizar zonas, fragmentos de espacio tiempo hasta destilar pequeños trazos. Formas encontradas en algún rincón entre la imaginación y las decisiones espontáneas.

Sin embargo, una de las paradojas del disco es que sus temas amagan con transportarnos hacia lugares que, como oyentes del siglo XXI, conocemos muy bien. Pero para demostrarnos, en un momento posterior, que ya es imposible; porque sus tracks son entes que no se dejan atrapar por sentimientos puros, poseen algo de lo indeterminado, como si en algún momento de su recorrido eligieran biodegradar los restos de melancolía, de tristeza o de sentimientos reconocibles que podrían llegar a imponerse como tonalidad sonora dominante… ¿Son en realidad improvisaciones o en el fondo son emanaciones que han encontrado, al fin, la forma adecuada de manifestarse?

Podríamos imaginar una escena en la cual, por la tarde, un rayo de sol filtrado por las nubes atraviesa un rincón preciso del ventanal que separa el living del patio en el cual nos encontramos, lo que provoca un efecto sobrecogedor sobre la alfombra y en la que un escarabajo languidece en el tramo final de su existencia. Somos incapaces de definir el sentimiento fugaz que nos produce la escena, y entendemos de inmediato que ese momento ya no volverá a repetirse ¿Qué música tendría?

Tal vez en su mismo título Los peligros que nos rodean no hace más que aludir a todos aquellos incidentes que ocurren a nuestro alrededor y que no alcanzamos comprender del todo: puntos flojos entre el espacio y nuestra sensibilidad, la serie de tácticas que eligen escaparse de nuestra percepción. Y que gracias a la música, no lo logran del todo.

Pero de este lado del espejo, podemos afirmar que eso no significa que el disco de Nicolás Mogilevski no pueda, a su vez, flirtear con algunos estadios reconocibles proyectados con alguna, intuitiva, deliberación: cierta versión del optimismo melódico reposa en la pista 4, la oímos avanzar a través de un devenir-Sigur Ross pero solo hasta cierto punto, a partir del cual elije agotarse y retomar, liquidándose en una nota prístina, levemente optimista. Horadada de sigilos vespertinos, la pista 2 (oriental en la masmédula) nos reconcilia con aquella canción de cuna alguna vez olvidada, y eso ocurre porque después será la pista 6 la encargada de hacernos viajar por afectividades complejas, pero a las cuales se les ha exprimido el énfasis. Más tarde, cuando las luces bajen, por alguna razón que desconocemos, elegimos continuar por la pista 7, un poco más viril, la cual va desgranándose hasta que arribamos a la canción 8, que sin darnos cuenta nos transporta hacia el territorio espectral de la duda melancólica, en una suerte de tenue cabaret minimalista. Podríamos hablar también de la percepción-haiku del tema 10 o del puntillismo dramático del tema 11. Pero aunque su carácter improvisado parezca negarlo, Los peligros que nos rodean es un disco plagado de diálogos internos implícitos, de huellas del siglo veinte a punto de escabullirse.

Curado por Ulises Conti, el “coach ontológico” que desde un más allá dispone la escenografía para las improvisaciones de Moguilevsky, se nos invita a transitar por aquella serie de empecinamientos y es allí donde, sorprendidos, nos damos cuenta de que todo el tiempo estuvimos deambulando por eso que ya intuíamos: el pasaje del disco-concepto con el cual creímos enfrentarnos, hacia las laderas súbitas del disco-experiencia.

A Nicolás Moguilevsky se lo puede escuchar acá

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