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24 de junio 2020

Lucas Nine

MÁS BLUES PARA UNA GATA NEGRA

Tiempo de lectura: 5 minutos

Las historietas son generalmente lo que tengo al alcance de la mano, y en la primera parte de esta nota me serví de la biografía de George Herriman y de su Krazy Kat (“Krazy Kat – a Life in Black and White”, Michel Tisserand, 2016) para indagar un poco acerca de la matriz del racismo discutido por los grandes medios de comunicación.

Resumiendo la sospecha a sus elementales: la polémica sobre discriminación racial en Estados Unidos sirve para exportar al resto del mundo sus conceptos fundantes bajo la apariencia de un combate. La división de una sociedad en una grilla de categorías compartimentadas (que Herriman habría arteramente eludido al “pasar por blanco”), proponiendo a diversos “colectivos” la competencia entre pares que antes el capitalismo destinaba a los individuos, excede el campo del control social y está ligada al poder que otorga el nombrar. Parafraseando a Fanon –ya sin Sartre mediante-podríamos decir que la victoria del colonialismo pasa porque sus víctimas adopten como propias las categorías y los términosque indica el imperio.

Sin embargo, Fanon sufrió bajo un proyecto específico. El modelo francés de colonias ordenadas de cara a la metrópoli y tropas desfilando bajo la enseña tricolor fue descartado por la historia. Perviveel modelo británico: el cultivo artificial de segmentos diferenciados (importación de escoceses protestantes a Irlanda, promoción del islam en la India, etc.) que, en virtud de la competencia interna, engendren una clase gerencial, administradora de la colonia a distancia. El patrón probó ser tan exitoso que en una instancia posterior se adoptó también a las sociedades metropolitanas.

La división de una sociedad en una grilla de categorías compartimentadas (que Herriman habría arteramente eludido al “pasar por blanco”), proponiendo a diversos “colectivos” la competencia entre pares que antes el capitalismo destinaba a los individuos

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Por supuesto, el modelo británico implica un lenguaje propio, al que podemos llamar “código colonial”. Poco importa si el neologismo “empoderamiento” (mala traducción de “empowerment”) se enfrenta, por una contingencia menor de la política de un enclave periférico, al de “emprendedurismo” (cacofonía derivada de “entrepreneurship”); el marco conceptual en el que ambos se mueven es el mismo.

Como vimos, este código imperial, que pretende regir categorías y administrar diferencias, sufre sin embargo una tensión particular: sólo es válido aquello clasificable, y, sin embargo, lo inclusivo intenta escapar a categorías estrechas. La maquinaria resultante se expande hasta el infinito bajo la presión de una paradoja insalvable. Prometí meter mano dentro para buscar el resorte maldito que la pone en funcionamiento, pero, recuerden, sólo dispongo historietas para hacerlo y no soy especialmente hábil. Me consuelo con la idea de que las literaturas de género, en tanto subconsciente colectivo de una época, son un buen lugar para escarbar.

Los sobrinos del Capitán

Apelo ahora a “Captain Easy”, la brillante creación de Roy Crane. El volumen con el que cuento recopila las tiras diarias y páginas dominicales de 1940-1941. Easy, el protagonista, es un aventurero bienintencionado, “Soldier of Fortune” según reza el copete, que recorre el mundo en compañía de su amigo, el bajito Wash Tubbs. Easy está hecho de la pasta de los héroes y, a pesar de poder resolver las situaciones más complejas a puñetazo limpio, es capaz de escapar de un salón por debajo de la mesa sólo para ahorrarse algunas palabras. La tira de Crane es alabada con justicia por los especialistas por su dibujo sintético y dinámico, su uso desenvuelto del lenguaje coloquial y la puesta en escena de las onomatopeyas tan jocosas como enriquecedoras de los códigos del género. Para la época que nos toca, el elemento exótico de la tira había pasado a situarse casi invariablemente en América Latina; y es interesante contrastar la situación con el hecho de que las aventuras de la competencia (“Terry y los Piratas”, de Milton Caniff) se desarrollaran en el extremo oriente; un poco como si los personajes de la historieta norteamericana hubiesen alcanzado un acuerdo acerca de la manera de repartirse el globo.

el Captain Easy de las tiras diarias recibía órdenes en las oficinas del antecesor de la CIA en Washington y luchaba como agente secreto contra los malos de turno

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Pero “Captain Easy” presentaba un caso particular para la época. A diferencia de otras strips, en las que las aventuras narradas en las tiras diarias continuaban en la página dominical (Dick Tracy planificaba sus tiroteos cada siete días), la creación de Roy Crane narraba dos hilos argumentales totalmente distintos; uno reservado para la semana y el otro para el domingo. El pobre Easy se hallaba entonces simultáneamente en dos lugares distintos, corriendo aventuras diferentes, de manera que trabajaba el doble y por la misma plata. Esto podría haber mareado al lector norteamericano de no mediar un hecho crucial: mientras el Captain Easy de las páginas dominicales seguía siendo un anárquico “soldado de la fortuna” que iba y venía allí donde la aventura lo llamase y sin rendir cuentas a nadie, el Captain Easy de las tiras diarias recibía órdenes en las oficinas del antecesor de la CIA en Washington y luchaba como agente secreto contra los malos de turno.

La proximidad de la Segunda Guerra Mundial explica en parte la esquizofrenia de Easy, que corre en paralelo con la institucionalización de la propaganda como parte del “esfuerzo de guerra”, pero intuyo que aquí hay algo más. El lector medio podía aceptar la doble vida de un héroe que lo representaba cabalmente porque esa doble vida ya formaba parte de su ideario más profundo. Como un Jano del pulp, el rostro del héroe institucional “al servicio de la comunidad” se complementa y completa en el de su contraparte, el anárquico individualista que impone una jerarquía propia de valores – a las piñas si es necesario. El público norteamericano ya había asistido a la construcción de géneros completos en torno a esta dicotomía aparentemente insoluble. El Western es un caso; y la traducción a los términos de la ciudad moderna dada por el policial -en especial, bajo la figura del detective privado-, es otro. Las décadas de la posguerra fueron testigo de la interminable adaptación del pequeño drama existencial que se produce entre la catalogación estricta que ordena lo institucional y la fluida libertad del individuo a infinidad de formatos y productos; y es así como la lógica expansiva que rige a los modernos movimientos de género es la misma que anima la camiseta sudada del Bruce Willis de “Die Hard”.

Con su talento particular para llevar un concepto abstracto a sus últimas consecuencias lógicas y hacerlo entrar de lleno en el terreno del grotesco, el escritor Philip K. Dick resumió esta situación en un pequeño cuento llamado “The Exit Door Leads In” (1979), en el cual una institución todopoderosa -The College- impone una serie de directivas absurdas a sus alumnos para revelar, al final, que la única alternativa de graduación consistía en haberlas desobedecido en primer lugar.

Y es justamente Philip K. Dick el último eslabón de esta cadena. Ya llegaremos a eso.

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Comentarios

  1. Diego

    el 24/06/2020

    Qué maravilla Lucas Nine!

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