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La movilización del 7M puso sobre la escena nuevamente el problema de la relación entre movilización social y representación política. Haciendo una breve recapitulación, el acto fue convocado por la CGT en el marco de crecientes expectativas por el llamado a un paro nacional contra la política económica del gobierno de Mauricio Macri. Era no sólo una ocasión para manifestar abiertamente el descontento con las políticas macristas, expresada en el deterioro de la imagen presidencial y de otros referentes de Cambiemos, sino también el momento de tomarle el pulso a un ánimo de protesta que exigía algo más que un paro: que exige, en rigor, un plan de lucha. Sin embargo, los hechos dejaron entrever una serie de problemas.

La primera sorpresa fue la incapacidad de la CGT reunificada de conducir una protesta a la que ella misma había convocado: desde la elección del lugar, al que era difícil acceder, la ubicación del palco contrario a la Plaza de Mayo, así como el adelantamiento y la corta duración del acto. La disposición del palco, por ejemplo, no dejó visualizar la inmensa multitud que se movilizó vía organizaciones o a título personal acordando con la consigna “Sin mercado interno no hay desarrollo posible”. Peor aún fue la decisión de iniciar con un minuto de silencio por los mártires del movimiento obrero, momento de actualización identitaria en que la dirigencia sindical no tuvo mejor idea que nombrar, generando las primera silbatinas de la tarde, a José Ignacio Rucci. Pareció más un tributo a su propio pasado que un evento con alguna conexión con el presente. En efecto, la figura de Rucci, reivindicada desde siempre por los viejos dirigentes sindicales peronistas, tiene poco que decir a una generación nacida y criada en democracia, alejada de la lucha armada y de los fantasmas setentistas. Fue un ruido innecesario a sus oídos.

incapacidad de la CGT reunificada de conducir una protesta a la que ella misma había convocado

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Contrariamente a lo previsto, el acto se extendió apenas por media hora, apurando la marcha peronista de modo de habilitar la desconcentración y salvaguardar la apariencia de unidad. En este contexto, el modo en que terminó el acto, con los triunviros insultados y abucheados y con el palco copado por activistas, es revelador del fracaso de la dirigencia en revalidar su posición adquirida.

Cabe preguntarse para qué volver hacer un acto si no había acuerdo, pese a las expectativas crecientes, de convocar a un paro. ¿Por qué exponer de esa manera las diferencias internas de la CGT recientemente unificada en lo formal pero con diferencias significativas respecto de su estrategia frente a las adversidades del presente?

Podríamos conjeturar que el problema de fondo no es el malestar sino su representación. Esta es una de las cuestiones que quedaron claras de esa marcha: la transversalidad de la oposición social al macrismo, incluso de sectores que apoyaron o vieron con indiferencia su elección. Sobre ese malestar distintos elencos intentan modular su discurso en un esfuerzo por sintonizar con los nuevos sectores movilizados. A sabiendas que una protesta es siempre algo más que la gente que se moviliza y que en la tradición argentina anticipa transformaciones en el juego político, que desde luego no serán inmediatas.

una protesta es siempre algo más que la gente que se moviliza

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La política de Macri efectivamente arroja un empobrecimiento que se traduce en la prensa como bronca, y donde la marcha del 7M pero también la del 6M y 8M dan cuenta, pero el tránsito de lo social a lo político no es automático ni lineal. Por el momento, no parece que pueda producirse forma alguna de unidad entre los sectores movilizados en torno de una opción política. Pero sí puede observarse cómo se activaron otros sectores ante el no llamado al paro. Hay una especie de péndulo que oscila entre dos posiciones: o bien si la CGT no se moviliza todo es un fracaso, o bien se reclama por su prescindencia. Antes que seguir esta disyuntiva vale preguntarse qué implica que en la situación actual de la CGT, y de la fragmentación de la clase trabajadora, sea la protagonista central como actor movilizador. Si miramos otros momentos históricos, como finales de los noventa o el 2001, vemos que la Central, como institución, estuvo al margen de la movilización aunque participaran nucleamientos sindicales. Ahora bien, ¿podemos pensar que la participación decidida de la CGT, una CGT renovada, aceleraría un ciclo de movilización? Probablemente sí. Y en este sentido hay que observar la dinámica de reposicionamiento de los diferentes nucleamientos que hoy la integran. Quizás, después del martes 7M sea esperable que se fortalezcan opciones más combativas por sobre las posiciones conservadoras que primaron el año pasado en la Central.

Todo esto nos lleva a preguntarnos cómo interpretar el proceso de activación popular que, con sus más y sus menos, tuvo lugar en la Argentina en los últimos quince años. Proceso que es previo al kirchnerismo, que comienza en rigor con las protestas piqueteras en el marco de la Convertibilidad, y que nos legó un saldo organizativo significativo. Ciertamente, ese proceso no se reflejó en el nivel de las dirigencias, siquiera de los cuadros intermedios, del sindicalismo. Bastaba con ver el palco del acto.

Ahora bien, el mismo fenómeno de una dirigencia a la vez cuestionada y ratificada en su rol convocante –pues son ellos, finalmente, quienes deben llamar al paro, ponerle fecha y garantizar su éxito– deja en claro, por un lado, qué límites tuvo la activación en el marco de estructuras altamente burocratizadas, ganadas por la esclerosis de años y décadas.

Doce años que redefinen y resignifican la experiencia previa hasta volverla irreconocible

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Por otro lado, deja en claro una ganancia para las organizaciones de ese proceso de activación, se trata del recambio generacional que no desdeña de las instituciones políticas. Es decir, experiencias que antes que separar la movilización de lo institucional piensan en su necesaria relación. De esta maneras, la movilización del 7M se constituyó en una caja de resonancia de un necesario recambio generacional que se expresa también respecto del peronismo y que trasciende las identificaciones electorales. Concretamente, los nuevos militantes de estos años interpretan el fenómeno peronista a partir del peronismo que han conocido, vale decir: el kirchnerismo. Ello no implica necesariamente que adhieran a su liderazgo, a sus estilos o que se conviertan en militantes de La Cámpora. Pero cuando les toque tomar la palabra e iniciar la acción, lo harán a partir de un aprendizaje realizado en los doce años de experiencia de lo que el peronismo es y propone. Doce años que redefinen y resignifican la experiencia previa hasta volverla irreconocible. Cabe preguntarse entonces si hay hoy margen para un peronismo no kirchnerista, para un peronismo que intente inscribirse en una tradición política previa. Dentro del justicialismo, ello es discutible.

Si la protesta social anticipa nuevas formas políticas y por qué no nuevos dirigentes, ¿es momento hoy de preguntarse por las candidaturas? O en otras palabras: ¿los efectos de la movilización sólo se miden en función de su expresión electoral inmediata? Caben decir dos cosas. En primer lugar, los problemas que presentan las candidaturas alternativas a Cristina Fernández expresan claramente que no es aún momento de darla por jubilada, aún cuando no sean tan claras sus posibilidades reales de convertirse en una referencia nacional más allá del conurbano bonaerense.

El segundo comentario remite a una clásica premisa de los estudios sobre movilización, y se trata de cómo la movilización genera oportunidades para activar otras movilizaciones. Desde el martes, muchas organizaciones que estaban esperando a la CGT para definir un plan de lucha empezaron a pensar qué hacer por su cuenta. Por su parte la CTA-A y la CTA de los Trabajadores organizaron una reunión para convocar a un paro nacional el 30 de marzo, al que también llama la Corriente Federal de los Trabajadores (CGT). Asimismo, la CTEP, junto con la CCC, Barrios de Pie, el Frente Popular Darío Santillán, entre otras, definieron un plan de lucha a partir del 15 de marzo con la consigna “Contra este modelo de exclusión y miseria. Por el Trabajo y la Justicia Social. Por la aplicación inmediata de la Emergencia Social”, es decir, bastante más inclusiva que la lucha sectorial que llevaron adelante en 2016.

Mientras tanto, el gobierno quedó sin reacción frente a las sucesivas marchas multitudinarias contrarias a su plan económico, ofreciendo incentivos acotados en relación a la magnitud de las demandas para desalentar nuevos ciclos de protesta. En todo caso, el tiempo corre a favor de la renovación generacional, de los jóvenes que hoy están tomando la iniciativa. Y ese tiempo nos remite a una sociedad más abierta a la lucha por derechos, más consciente de la dimensión que la política cobra en la vida cotidiana. Esa impresión no trasciende tan solo el ámbito de la movilización, sino que supera en términos cualitativos la propia querella en torno de la heredad del kirchnerismo.

el tiempo corre a favor de la renovación generacional

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