
Apuntes sobre La helada negra (Argentina, 2016)
Dirección y guión: Maximiliano Schonfeld
Duración: 82 minutos
Intérpretes: Ailín Salas, Lucas Schell
http://www.malba.org.ar/estreno-la-helada-negra/
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La helada negra me provoca desde el inicio una sensación de incomodidad perturbadora. De alguna manera es la misma incomodidad que sienten los aldeanos ante la sorpresiva y misteriosa llegada de la joven protagonista, Alejandra (Ailín Salas), y la que siente ella frente a la mirada desconfiada de esa colonia rural de descendientes de inmigrantes alemanes, enclavada en el pueblo entrerriano de Valle María. Es una película que, de principio a fin, pone a trabajar a los personajes (y a los espectadores) sobre esa incomodidad original.
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Para Wittgenstein lo religioso -junto con lo ético y lo estético- se enmarca dentro de “lo místico”, en cuyo ámbito no se trata de un decir significativo, sino más bien de un mostrar que trasciende los límites de lo expresable. La helada negra trata justamente sobre lo místico en tanto creer en lo que no se puede decir. Un misterioso fenómeno meteorológico invernal, llamado la “helada negra”, está destruyendo los campos, cultivos y animales de Valle María,y -metafóricamente- marcando los límites del decir racional con el que los aldeanos procuran dar cuenta de ese fenómeno; pero es paradójicamente gracias a esa feroz helada que puede acontecer en esa comunidad una dimensión de orden mítico que en el film sólo deja mostrarse. La poesía, dice Heidegger, es el, apenas, permitido develar el misterio. Esa definición vertebra toda la historia, porque, de hecho, nunca se nos dice el mecanismo por el cual Alejandra deviene una virgen sanadora de campos; nunca vemos en qué consiste su poder sanador.
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La atmósfera enrarecida y perturbadora del film en términos climáticos tiene su correlato en el ánimo que invade a los pobladores de esa comunidad rural. Todo el tiempo se halla presente la energía que emana de la naturaleza, y la conexión energética entre ésta y los personajes. “Las plantas se secan porque la gente se seca por dentro”, dice Lucas, el otro personaje protagónico. La helada negra no es una película para entender, sino para aprender a sentir lo que no entendemos. Hay algo físico y energético que atraviesa la trama, y que deja al espectador varado en la suspensión del juicio comprensivo.Algo de esa atmósfera perturbadora que rodea la película me hizo emparentarla con El aura, de Fabián Bielinsky.
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Una de las principales funciones del cine es siniestrar la percepción. Esto es: extrañar nuestros hábitos perceptivos adormecidos por la rutina. La helada negra provoca desde el comienzo tal siniestramiento del entorno natural y existencial, a partir del cual observamos cómo lo familiar-aldeano va deviniendo extraño para sí mismo. Ése es uno de los ejes más interesantes de esta historia: la perturbadora coexistencia entre lo familiar y lo extraño. De hecho, la película abre con la cara de extrañamiento de los aldeanos ante la misteriosa llegada de Alejandra, y cierra con esa misma cara frente a su misteriosa partida.
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Una escena clave del film es cuando Alejandra aprieta un tomate con la mano hasta destrozarlo. Allí es cuando, podría decirse, llega a tener contacto (palabra clave en el misticismo) con la pulpa y raíz de las cosas; allí es cuando deviene una virgen y hace consciente su propio poder curador. Se trata de un contacto místico con las raíces de esa comunidad que la alberga sin saber por qué. Tras esa escena iniciática, Alejandra pasa estar conectada con la estructura celular de la naturaleza.
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Desde siempre, el vínculo sagrado entre lo divino y lo humano involucra una dimensión utilitaria, donde lo divino, para ser entificado y venerado como divino, necesita del reconocimiento de lo humano. Así fue siempre: los humanos tributan honores y sacrificios a los dioses, y éstos los recompensan por ello. El aura sagrada que rodea al personaje de Alejandra es algo que se gesta a partir del deseo y la expectativa que los pobladores depositan en ella; el supuesto poder sanador que ella detenta depende así del reconocimiento de ese poder por parte de aquéllos. Lo central pasa por la dimensión salvífica que asume la mirada del que quiere creer en aquello que desea.El misterio no irradia tanto de la santa adorada (Alejandra) como de los que desean creer en ella y en su poder. El verdadero misterio sería entonces: ¿qué es lo que nos lleva a creer?
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La película habla sobre la necesidad de suspender voluntariamente la incredulidad; sobre el decidir creer que en el peligro (la helada negra) puede estar la salvación. Tal es la energía salvífica de la fábula. Alejandra puede salvar a los pobladores de la amenaza de la helada sólo porque ellos desean salvarse. El pacto inexpresable que fundan con Alejandra corre en paralelo al pacto ficcional que el film establece con el espectador. En un reportaje, Miguel Gomes, director de Tabú, señalaba: “Creo que una de las cosas que más me molestan del realismo es que siempre parece que el director está haciendo un gran esfuerzo para convencer al espectador de que lo que está viendo es la realidad. Y entonces tienen que creerle. Yo creo que el camino opuesto es mucho más interesante: es mucho mejor no ver al animal en la jaula, pero decidir creer que está ahí. Hacer el esfuerzo como espectador por aceptarlo, de decidir creer en lo que no es real. El cine es sólo un grupo de chicos disfrazados de animales. Es uno el que tiene que decidir si cree, si acepta el pacto. Y para mí en eso reside toda la belleza del cine”.
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Lo místico se presenta en la película en el “entre” o, mejor, en el “tránsito” que va de los primeros planos de los aldeanos al ver llegar a Alejandra hasta esos mismos primeros planos al dejarla partir. La película es la mostración de ese “entre” en el que reside el misterio de lo sagrado. Aquí lo que realmente importa no es cómo Alejandra arriba a esa colonia rural ni por qué la abandona, sino lo que acontece in medias res. Es una película daimónica, que se ubica en un lugar “intermediario”o “suspendido” entre lo sagrado y lo profano, entre las raíces de las plantas y sus frutos, entre las tradiciones entrerrianas y alemanas que atraviesan esa comunidad. Lo místico se revela en este film tal como el hecho estético acontece para Borges: como la inminencia de una revelación que no se produce.
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Es interesante cómo la película sitúa lo enigmático de la figura femenina de Alejandra en el marco de un rudo mundo campesino de hombres. Al terminar de verla, me acordé de un parágrafo de La ciencia jovial de Nietzsche, donde éste asocia lo femenino con el encanto, el velo y la fascinación ejercida a través de una acción a distancia, mediaciones simbolizadas por la cortina de plástico que sirve de entrada al improvisado santuario que monta Alejandra para atender la larga cola de pobladores que la visitan a fin de que sane sus campos y cultivos:“Pero tal vez este es el más poderoso encanto de la vida: sobre ella hay un velo, entretejido con oro, de bellas posibilidades, prometedor, renuente, pudoroso, burlón, compasivo, seductor. Sí, ¡la vida es una mujer!”.
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