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La convocatoria a la marcha #niunamenos, amén del amplio consenso que concita y la diversidad de adhesiones que despierta, dispara debates que no conviene desestimar pero sobre los que resulta importante expresar algunas precisiones.

Toda reivindicación que involucra a una minoría o sector vulnerado de la sociedad -y aquí estamos ineludiblemente ante uno, puesto que sería ocioso a esta altura discutir la dominación masculina- exige una estrategia y una jerarquización. Aquellos que no se ven de manera inmediata interpelados o involucrados con estas reivindicaciones, por lo general, esgrimen distintos tipos de argumentos, salvedades o reservas, con menor o mayor grado de complejidad e intereses. Y así como muchas criticas son atendibles, otras se deben entender en el contexto de las construcciones de imagen de escritor o intelectual de quienes quieren configurar efectivamente un personaje, por lo que hay allí una dimensión estética que debe entenderse como tal, valorarse así y comprender su lógica acotada.

Si se decide denunciar, por ejemplo, el negocio editorial que desata una problemática que existe y nadie puede soslayar, lo que se pone de manifiesto, de modo ulterior o mediato, es la presencia de la intención de presentar una polémica y oponerse a un imaginario, a un conjunto de ideas que se vislumbra como dominante, antes que discutir a fondo una demanda social determinada.

Algo similar sucede con la denominación misma de la convocatoria. Si bien resulta a todas luces perfectible por los equívocos que dispara suponer que -como ridiculizan algunos- con la sola idea de marchar en las calles los crímenes a mujeres por odio de género van a desaparecer, o por el razonamiento que supone que dicha denominación sólo se ciñe a la problemática de los femicidios y por lo tanto allí se agota la agenda de asuntos en materia de género, hacer de ello el eje de las discusiones parece perder de vista el objeto en cuestión. Lo dicho no representa una novedad: en tanto se torna visible una injusticia históricamente ignorada, las prioridades no pasan por la precisión conceptual y demás cuestiones semánticas. Aquel que posa allí el centro de sus intervenciones debería tener presente que no por falta de sofisticación puede dársele la espalda a un reclamo del tenor sobre el que aquí discurrimos.

La “sofisticación” en el reclamo, si se pretende útil, debe dirigirse hacia quienes desarrollan las políticas públicas. Si hay políticas públicas deficientes no se puede culpar de ello al colectivo que las promueve, porque su posición de poder y responsabilidad es siempre inferior a la del que debe diseñar esas políticas. Es el Estado ante quien debe exigirse esa complejidad si lo que se busca es que el daño se mitigue.

La acusación también oída de blumberguismo de izquierda dispara fantasmas injustos, pero también advierte sobre un roce fallido entre sociedad y Estado que debe señalar un aprendizaje. En aquella ocasión la irresponsabilidad de las agencias estatales y el no asumir una posición acorde a su rol, de estar por encima de la demanda, llevó a políticas públicas erráticas, contraproducentes (como sucede hoy con la equívoca inclusión del homicidio agravado por femicidio en el código penal). Queda así claro, por si fuere necesario abundar, que no basta con que los representantes, sea movidos por un compromiso sincero o para rehuir al señalamiento de la falta del mismo, se muestren con el cartel de “ni una menos”; legisladores y funcionarios ejecutivos no son uno más en la sociedad, toda vez que está en sus manos la posibilidad de ejecutar y diseñar medidas con chances de modificar la realidad.

Además, injusto sería también no remarcar que #niunamenos tiene un “programa”, una relativa complejidad que excede a la del slogan de convocatoria, que incluye, entre otros puntos, hacer foco en la implementación de la ley 26.485, de protección integral a las mujeres.

Tal vez el espíritu de las voces más interesantes que apoyan la convocatoria se vincule con las palabras de Adorno, cuando señala que “lo primero es procurar que la frialdad cobre conciencia de sí, así como también de las condiciones que la engendran”. La frialdad es la distancia que prefiere esgrimir sofisticaciones discursivas antes que activar una empatía por lo que se sabe es un padecimiento a carne viva.

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