
En las primeras líneas de La crisálidaun invitado recorre la casa de Horacio González escudriñando su biblioteca.En ese momento, González descubre que la biblioteca, que no es la biblioteca, sino una forma de la patria se construye en la mirada. Anota: “una vez que pude mirar las previas miradas que otros le arrojaron”. Allí cifra una cuestión sudamericana: “el derecho a tener una tesis”. Es decir, el derecho como patria de afirmarse. Una generación, quizás, sea esa afirmación llevada a su punto más alto.
Solo con el tiempo se desocultan los contenidos de una generación. No es trasparente, es como un juego de luz y de sombra, pero también es un juego de palabras y es la palabra que se pone en juego. Sí, luces, ésa metáfora. Porque están ahí, allá, en ese firmamento que está listo para volver -siempre volver- para iluminar, para rescatarnos con ese texto, esa relación que nos conmueva.
Una generación es un encuentro, cierta persistencia en esta “toponimia desvaída” que es la Argentina. Afirmarse es el derecho –como decía González pero hablando de Derrida- de no considerar desérticas estas pampas. Si entramos en el desierto, ya estamos perdidos. Nos queda el cinismo, el cálculo y la especulación.
Toda generación tiene una tesis, mejor dicho, toda generación nace como una (anti)tesis, como una negación de otra generación. Debemos matar a los padres para reivindicar a los abuelos, decían
Las generaciones coexisten a veces en el espacio y a veces en el tiempo. Están en esa pasión inútil de la charlas de pasillo sin tiempo, en las mesas redondas, en las lecturas y los malos entendidos; también en los cataclismos de la nación y en las construcciones colectivas. No advertimos a dónde vamos a terminar parados, es el trabajo de los otros –de nos-otros– que insertan vínculos y congelan en definiciones lo imposible: qué ha sido de un hombre, qué ha sido de una mujer.
Toda generación tiene una tesis, mejor dicho, toda generación nace como una (anti)tesis, como una negación de otra generación. Debemos matar a los padres para reivindicar a los abuelos, decían. Hombres que se juntan en la desconexión de la contingencia y que llegan a formar senderos. Los hermanos Viñas, Rozitchner, Sebreli, Correas en Contorno; Gonzalez, Rinesi, Grüner… en El ojo mocho; Sarlo, Altamirano en Punto de vista y muchos otros.
Las generaciones (políticas), decía Horacio González, no surgen de un trabajo de auto-reflexión, del análisis, sino de la “creencia declarada”. No es un pensamiento del pensamiento o escritura de la escritura, al estilo (inacabado) de Macedonio Fernández. El proyecto que lleva a cabo una generación no se abisma en su cavilar, es la fe de la acción lo que la (con)mueve.
Ahora bien, lo que tienen las grandes generaciones de escritores y pensadores argentinos son cientos de puentes. Allí están, al fin, Macedonio Fernández y Horacio González con la mirada en ese infinito río que nos rodea; es la patria y es destino. A lo lejos hay un titilar, una luz que se esconde, que dice, que no dice, que lo tambalea todo…