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LAS CANCIONES

Tiempo de lectura: 4 minutos

Las grandes canciones. Una que sepamos todos. Las grandes canciones nos acompañan de por vida. A veces porque nos renuevan la alegría. A veces por el puro desasosiego, como cuando escucho “Alfonsina y el mar”. No lo puedo evitar: se activa un proyector mental con peces, remolinos de agua y por ahí en un zoom alcanzo la imagen del cuerpo ahogado de esa mujer que, al fin y al cabo, ha logrado su objetivo. Hay dos obras que ni aún estando bien arriba de ánimo las puedo soportar: “Viernes 3AM” de Charly García y “Sobre la cuerda floja” de Fito Páez, que Baglietto grabó en su LP “Tiempos difíciles”, y para colmo la pusieron como primer tema del lado B (alguna vez habrá que hablar de por qué algunas canciones iban como apertura de un lado del disco de vinilo y otras en el medio), en todos los casos estamos ante diversas formas del suicidio. “Hojas muertas que caen…” Canciones que hacen eso: entran a la escena temida, al interior de esa decisión final. 

Jovato me siento, pero retomemos esa imagen fabulosa que pinta Serrat al final de “Pueblo blanco”, una canción de “Mediterráneo”; de pronto sentencia: “pero los muertos están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio”. Por cosas mías me pasé larguísimas horas en el cementerio de mi pueblo. De ahí me viene la hipnosis que produce esa canción. Y también quizás por eso me veo como filmado por Chacho Müller cuando dice:

Juancito va,
corriendo por el potrero viejo de alfalfa
y una mariposa blanca lo lleva,
lo lleva en su vuelo blanco hasta el cementerio,
donde la tierra durmió con el sueño largo a oscuros abuelos.

que cada vez que se la escuche genere cosas porque no sólo esa canción es de una época sino que es capaz de fundar nuevas épocas

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Qué empresa compleja hacer grandes canciones. Porque, digámoslo, armonizar más o menos una letra donde una pareja se ama, donde se describe una conquista o desamor, es relativamente sencillo. Cualquiera diría “ah, sencillo, ¿hacelo vos entonces?”. Pero como amante incondicional de la música hablo y digo que el desafío es componer una obra que trascienda las épocas, que renueve generaciones, que cada vez que se la escuche genere cosas porque no sólo esa canción es de una época sino que es capaz de fundar nuevas épocas. Como cuando en “El día que me quieras” Alfredo Le Pera describe de una manera única ese instante inolvidable en que uno siente que ha logrado todo:

El día que me quieras
La rosa que engalana
Se vestirá de fiesta
Con su mejor color
Y al viento las campanas
Dirán que ya eres mía
Y locas las fontanas
Se contaran su amor

Las canciones son instantáneas. Están ahí, nos esperan. Esperan a los que no nacieron para que las encuentren. Son como el cielo o el sol, algo imposible de separar de la vida cotidiana, imágenes que no sólo hablan de sus autores y sus personajes, sino que toman una forma particular en la imaginación de cada oyente. Bueno, Charles Manson creía que Los Beatles le hablaban a él. Pero no todos estamos colifas a ese extremo. Somos personas comunes con responsabilidades tremendas: vivir, amar, sobrevivir, pasar por el mundo y que el mundo pase por nosotros, educar a nuestros hijos, ser buenos compañeros. Y ahí tenemos un arsenal de canciones para dar esas batallas.  

Se me viene atropellando la imagen de Juan Riera, ese panadero salteño que llevó a Manuel Castilla en “Zamba de Juan panadero” a clavar una bellísima descripción que muta en la declaración de principios sobre cómo querríamos que fuese el mundo:

Como le iban a robar
Ni queriendo a Don Juan Riera
Si a los pobres les dejaba
De noche la puerta abierta

¿Cómo lograr en 3 o 4 minutos decir tanto, comunicar tanto con un puñado de palabras y unos pocos acordes? ¿Cómo hacer un clásico, una canción popular?

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No es Castilla, ni Juan Riera, es la puerta abierta al sueño colectivo. Y en eso radica la persistencia de la obra más allá del empeño de las cuadrillas de podadores de conciencia que arrecian por doquier. ¿Cómo lograr en 3 o 4 minutos decir tanto, comunicar tanto con un puñado de palabras y unos pocos acordes? ¿Cómo hacer un clásico, una canción popular? Incluso en el extremo que decía ansiar Atahualpa Yupanqui: “hasta que el mismo autor sea olvidado”. Es algo realmente importante y difícil. Y por eso le asignamos un valor preferencial. Quizá se trate de relámpagos creativos como el de Chico Novarro cuando describe de manera magistral ese momento en que el cantante tiene frente a sí a su amante, que por supuesto está con su marido:

Quédate sentada donde estás
hasta el final de la canción como si nada,
piensa que a tu lado hay un control
que puede malinterpretar ciertas miradas. 

Cada lector seguramente podrá elaborar una playlist con esas canciones que lo han marcado para siempre y en ella aparecerán desde “Cotidiano” de Chico Buarque hasta “Desencuentro”, de Cátulo Castillo, “Cerca de la revolución”, de Charly, “Aquella solitaria vaca cubana” y tantas otras canciones que dicen todo para quien las selecciona. Nos sobran discografías completas que en la perra vida escuchamos y por ahí nos está faltando darle el espacio que se merecen a esas letras y compases sencillos que cada vez que suenan nos recuerdan quiénes somos, lo que por supuesto no es poco.

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