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29 de noviembre 2019

Fabián Báez

Sacerdote.

LA TUMBA DE KUSCH

Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuando se sube a la tumba de Rodolfo Kusch, en lo alto del cementerio de Maimará, se experimenta la fatiga de un largo peregrinaje.

Se me hace que subir a esa tumba ubicada solitaria en lo alto de un cerro, es semejante al peregrinaje hacia el pensamiento de Kusch, en sí mismo nada inaccesible, pero sin embargo de difícil llegada. Todos pueden llegar, pero pocos de hecho se asoman a ese camino y son menos todavía los que perseveran hasta allí.

La tumba de Kusch está en la punta de un cerro que es el cementerio de Maimará, al lado nomás de Tilcara, en la provincia de Jujuy. Arriba de todo, en lo alto, rodeado por rejas, un monolito donde sólo se lee su nombre simplificado (Rodolfo Kusch) y las fechas de su nacimiento y de su muerte.

Subir a la tumba de Kusch es tortuoso, se va por el filo del pequeño cerro. Un camino empinado, y la tumba al final de todo. Recorrido arduo, y a la vez muy breve. La subida ofrece alguna dificultad, hay que decirlo, pero pasa rápido. En cinco minutos acabó y se llega fatigado a la cima donde se yergue sola la tumba de Kusch.

Y al llegar se ve todo.

¿Más allá de qué? Lo que no vemos en lo que vemos, cuando vemos…

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Se ve el cielo que todo lo domina y que, imponente e inevitable, le recuerda al hombre desde tiempos inmemoriales que no hay fin más allá del fin. Mirar el cielo es contemplar la infinitud que contiene incluso al sol. Contemplar la infinitud celeste u oscura que rodea y cubre todo lo que conocemos. Infinitud que se disfraza de techo, pero que desde Adán para acá, en realidad la intuimos como un no-techo, un más allá. ¿Más allá de qué? Lo que no vemos en lo que vemos, cuando vemos… la tumba de Kusch regala contemplar el cielo en todo su esplendor.

Al llegar a su tumba se ve la tierra. La tierra que se pisa. Y se ve también la tierra del valle que hunde su profundidad entre los cerros. Se ve la tierra-montaña enorme, colorida y viva. Montañas vivas e inmensas que todo lo rodean. Montaña enorme pero amigable, vestida de siete colores. Montaña hermana y madre. Desde Kusch se ve la grandeza del escenario vital de lo humano: el todo que pisamos nos da la posibilidad de ser, estar, crecer y creer. Se mira la tierra para descubrir que se es, pero sobre todo, que se está. La tierra, la hermana madre tierra silenciosa y absolutamente inmensa, hace posible que todo crezca. Enseña a creer a través de la fidelidad de sus ciclos milenarios e inalterables. Desde la tumba de Kusch se ve la tierra. Se está en la tierra.

Al llegar se ve vida del hombre. Se ve el valle que se hunde entre las montañas. Se ve Maimará, la nueva y la vieja. Se ven las casas de barro y las nuevas. Se ven los caminos de asfalto y los de tierra. Se ven los autos y los caminantes. Se ve la vida del hombre de la tierra que clava sus raíces en su lugar y allí construye. Construye casas, pueblo, cultura, caminos, hogar.

Desde la cima se ve mejor la vida que es naturaleza. Cactus enormes, casi increíbles, que emergen desafiantes en la aridez del suelo. Animales cerca y lejos. Sonido de pájaros. Los pájaros. Desde la altura de la tumba, en el silencio que produce el viento, se perciben con más claridad los susurros de la naturaleza. Se necesita el silencio del viento y de la soledad para que impacte con más fuerza la vida que rodea. Ese silencio y esa soledad. Esa vida.

A la tumba de Kusch se llega subiendo por un sin fin de tumbas que se agolpan en la ladera. Se llega a ella atravesando el testimonio de la vida de muchos. La vida de muchos que ya no están y la vida de quienes vienen a recordarlos dejando testimonios de su recuerdo y de su amor. Y se ve que en fondo todos están. Están los muertos y están los vivos. Flores frescas en floreros con agua. Fotos, placas, ritos… el cementerio y sus tumbas, además de la muerte reflejan la vida, lo que la muerte no puede terminar. La tumba de Kusch está al final de todas esas muertes y de todas esas vidas y se yergue así como silenciosa sabiduría en la cima del pequeño cerro-cementerio de Maimará.

Están los muertos y están los vivos. Flores frescas en floreros con agua. Fotos, placas, ritos… el cementerio y sus tumbas, además de la muerte reflejan la vida, lo que la muerte no puede terminar

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Al llegar a la tumba de Kusch, se experimenta el cansancio, la fatiga, y hasta dificultad para respirar. Respirar: lo más primitivo de la vida.

En estos tiempos de Latinoamérica convulsionada y agredida, amenazada y gimiente, hay una voz que recuerda la serenidad de estar en la propia tierra, bajo el propio cielo, en el propio pensar y decir…

La tumba de Kusch dice de un camino que lleva a la contemplación experiencial de los grandes focos que arden en su pensamiento. El pensamiento de Kusch sigue vivo. Sigue vivo allí, en la cima de un cerro sudamericano, esperando la llegada de peregrinos fatigados, agobiados, esos que ya ni pueden respirar. Peregrinos exhaustos que añoran encontrar lo que tanto necesitan: el cielo, la tierra, la fuerza vital de la cultura, la naturaleza, la muerte, la vida. Estar.

Creo que así, de alguna manera como esa tumba, la mirada de Kusch, es luz para esta Latinoamérica.

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