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07 de agosto 2021

Juan Di Loreto

LA MUSICALIDAD

Tiempo de lectura: 2 minutos

Cada escritor es como una música. Mejor: cada escritor es como una musicalidad. Todo se compone de una forma única. Uno lee y piensa: cómo hizo este tipo, esta mujer para escribir esto. Porque no estamos hablando del tema ni del enfoque. Es eso por lo cual reconocemos un autor en un texto. “Esto es Borges”. “Esto es Saer”. “Esto es Pablo De Santis”.

El momento mismo de la escritura es, quizás, el único que pertenezca verdaderamente al escritor. Es esa lucha entre las palabras, lo que queremos contar, las ideas. Y allí es donde se da esa musicalidad del escritor. “Se encerró a escribir”. Es decir: se metió a su música. A su intimidad, a eso que no se puede contar del todo. Porque cómo se cuenta una música sin un tarareo.

Hay que leer para saber cómo suena. Pero en el momento de la lectura, el texto ya ha abandonado al autor. El autor mismo forma parte de los otros. Ya no puede decir “mi texto”, porque ya pertenece a la circulación del mundo. Es un discurso que no cesa de reproducirse. Su texto es una cosa a la que se referirá en pasado. De alguna manera su relación con el texto ha muerto. De allí, el vacío del creador luego del fin de la escritura. Ya no visitará ese texto.

“Se encerró a escribir”. Es decir: se metió a su música

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Pero lo que sí retiene el autor es el recuerdo de aquella lucha; de esa lucha que llamamos “escribir” y que vive en el escritor y no está en ningún otro lado. “Es un modo de lidiar con la existencia que, cuando terminás de escribir, lo perdés”, me dice el escritor Horacio Bonafina. De alguna forma el escritor encuentra un modo íntimo, y quizás un poco incomunicable, de ser en el mundo.

En una época donde se multiplican los adioses, donde el mundo parece una eterna despedida en alguna estación, de esas despedidas propias de los amantes, donde no se quiere que algo termine, porque se sabe que eso, que es, ya, un aquello, no volverá. Una época, como todas las épocas, donde conocer un escritor es también empezar a extrañarlo. El periodista Sebastián De Toma lo expresó muy bien hace unos días cuando compró el último de Juan Forn: “habrá que leerlo despacio, porque no habrá más. La lectura, esa tristeza linda”.

Una tiempo exasperado por esa conciencia finita, donde ya no sabés de dónde agarrarte y la camarilla insiste en “soltar”. Allí está la escritura, con su posibilidad de conexión con algo que no hay en el mundo; o sí, lo hay, pero de esa forma contingente y absurda llamada literatura, que no tiene precio, pero no porque no se pueda pagar, sino porque es imposible otorgarle valor al aliento de un hombre.

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