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07 de julio 2021

Sebastián Katz

“LA MONEDA EN EL AIRE”, COMENTARIO AL LIBRO DE PABLO GERCHUNOFF Y ROY HORA

Tiempo de lectura: 11 minutos

Reza el viejo adagio que “un pesimista es un optimista bien informado y con amplia experiencia”. Se sabe: Pablo Gerchunoff es una rotunda refutación de este lugar común. Siguiendo ese supuesto saber, su trayectoria como historiador económico clave en el último cuarto de siglo –uno de los más originales y talentosos según el calificado juicio de Roy Hora- su paso por la función pública en dos momentos críticos de la accidentada peripecia económica local y su aguda –y siempre provocativa- observación de la realidad nacional y global lo calificarían a priori para el pronóstico lúgubre. Sin embargo, y aunque lejos de toda candidez, Gerchunoff es, a lo sumo, un “escéptico” siempre esperanzado de que la historia pegue un vuelco favorable y la moneda caiga nuevamente del lado “correcto” (vale decir, para ponerlo en sus propios términos, el que concilia “crecimiento con progreso social”, una fórmula que, si estuvo presente -con “ilusión y desencanto”- en nuestro país, se ha vuelto ya exasperadamente elusiva en el último medio siglo). 

Precisamente, sobre eso discurre en buena medida “La moneda en el aire”, el libro que produjeron en diálogo con Roy Hora –él mismo, a su vez, uno de los más talentosos y originales historiadores de la siguiente generación. En sus diferentes capítulos el libro repasa la biografía de Gerchunoff, su participación en la gestión pública y, fundamentalmente, su obra e interpretación de la historia argentina. Gerchunoff cultiva la pasión por la palabra y es poseedor de una pluma privilegiada, algo que puede constatar fácilmente cualquiera que lea sus escritos, compuestos siempre con “elegancia y talento narrativo” como nos dice Hora en el prólogo. Más aún, Gerchunoff no sólo escribe muy bien sino que cuando habla –con destrezas retóricas de un verdadero encantador de serpientes- cautiva y seduce a su auditorio. Sin embargo, rara avis, Pablo Gerchunoff es -como también nos recuerda Hora- a un mismo tiempo un fabuloso y generoso conversador, siempre dispuesto a la escucha y al intercambio franco con su interlocutor. No es nada casual que buena parte de su obra historiográfica y de sus fundamentales ensayos sobre economía argentina hayan sido escritos casi siempre en colaboración con jóvenes coautores. 

Y eso es también lo que se refleja en este libro, que está por fortuna muy lejos del reportaje. Se trata, en cambio, de un largo, considerado y apasionante diálogo entre dos cultores cabales de las ciencias sociales que despliegan sus respectivos saberes, especializaciones y amplias sensibilidades para repasar en diez capítulos los avatares de la economía, la sociedad y la política argentinas. Hay casi siempre grandes coincidencias de enfoque y puntos de vista entre ellos, aunque esto no excluye algunos (sutiles) contrapuntos. 

Por supuesto, el eje principal de la conversación son las aportaciones de Gerchunoff a la interpretación de la evolución histórica de la economía argentina (pero, también, de su atribulado presente). Están allí, desplegadas, muchas de las claves analíticas que ha ido proponiendo a lo largo de las últimas décadas para intentar comprender esa (accidentada) evolución. El rápido repaso de apenas algunas de ellas sirve para constatar, una vez más, la influencia crucial que él ha tenido en moldear la manera –nunca definitiva, por cierto- en que vemos y pensamos ese pasado. 

Así, por caso, desfilan su idea de que, estilizando el “gran panorama”, toda la historia económica argentina puede contarse –ya desde la movilización popular de los conflictos de la Independencia, en línea con el Halperín Donghi de “Revolución y Guerra-atendiendo a las demandas de incorporación planteadas a las élites por una sociedad siempre exigente y que no deja nunca de “alentar en la nuca” de sus dirigentes. Para ponerlo en términos de Hirschmann –un autor al que Gerchunoff vuelve una y otra vez- las clases subalternas siempre tuvieron una voice potente y, estrictamente, nunca fue posible gobernar este país sin escuchar ese murmullo (el célebre “naides es más que naides” atribuido a Artigas). En su mirada, el largo proceso incorporador tiene dos momentos clave: 1) el “tratado de paz” del roquismo dirigido a atenuar los contrastes territoriales de un federalismo asimétrico (y los consecuentes “excesos” de Juarez Celman, iluminados en ese libro excepcional que es Desorden y Progreso –escrito junto a Rocchi y Rossi-, que “completa” las tesis de “Una Nación para el Desierto Argentino” de Halperín Donghi y las del “Orden Conservador” de Natalio Botana poniendo el acento en las pujas todavía irresueltas de soberanía monetaria entre Buenos Aires y la nueva Nación en conformación); y, 2) varias décadas más tarde, el del peronismo (y la “indigestión de bienestar” del “trienio “dorado de la justicia social” de 1946-48), orientado a atemperar las desigualdades sociales. El corolario natural de esa aproximación es –y sobre este punto, capaz de “hervir la sangre” del economista “normativo”, vamos a volver enseguida- que una macroeconomía en riesgo era en muchas de esas instancias “políticamente necesaria” y no el reflejo de la indisciplina patológica de una clase gobernante que ya desde muy temprano habría sido incapaz de atenerse a las restricciones agregadas de presupuesto. 

"Se trata, en cambio, de un largo, considerado y apasionante diálogo entre dos cultores cabales de las ciencias sociales que despliegan sus respectivos saberes, especializaciones y amplias sensibilidades para repasar en diez capítulos los avatares de la economía, la sociedad y la política argentinas."

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 También están presentes varias otras de sus conocidas y sugerentes obsesiones: aquella –examinada minuciosamente en “El Eslabón Perdido”- que explora las condiciones de posibilidad en la década del veinte de conciliar mejora de la situación popular y apertura y la que se pregunta si, por el contrario, el tránsito al proteccionismo era la única alternativa para viabilizar ese compromiso en un mundo en el que, una década más tarde, el comercio internacional había colapsado cuestionando la inserción de una Argentina demasiado dependiente de su inserción en los flujos del intercambio global. Naturalmente, sobrevuela el análisis lo que Gerchunoff –en ese breve pero iluminador ensayo que es “Entre la equidad y el crecimiento” escrito con Lucas Llach- denominó en su momento el dilema “genético-estructural” entre equidad distributiva y perspectivas de rentabilidad del sector transitable en una economía especializada en la exportación de “bienes salario”. Un trade off que más recientemente lo condujo, junto a Martín Rapetti, a proponer la idea de que en nuestro país la inusual volatilidad de su ciclo macroeconómico –y la “paradoja” de nuestra pendular reincidencia “populista”-  se explican en gran medida por la tensión entre el tipo de cambio real de equilibrio macroeconómico y el de equilibrio “político/social” (Julio H. Olivera dixit), reflejo de un conflicto distributivo de naturaleza estructural

Por último, mucho más cerca en el tiempo, está presente su hipótesis –retratada en un corto pero contundente ensayo reciente de lacerante actualidad sobre El Nudo Argentino– acerca del inédito y exasperante bloqueo que contemporáneamente enfrentan la economía y la sociedad argentinas. Ausentes un patrón de desarrollo que brinde un sendero de expansión sostenible de las exportaciones y un consenso sobre la normalidad distributiva, el atajo al financiamiento externo sólo habría servido, en su mirada, para tornar aún más amplios y acentuados los típicos ciclos de stop-go (mutados ahora mucho más peligrosamente al goy el financial crash, un término originalmente planteado por José María Fanelli en clave de Díaz Alejandro para caracterizar a los ciclos de crédito que tanto estudiaron con Roberto Frenkel). El ingreso en esta montaña rusa hizo aún más tortuoso el trayecto de Sísifo. Y provocó que las crisis de balanza de pagos que antes eran, en todo caso, “crisis de progreso” (durante el siglo XIX) o interrupciones momentáneas del crecimiento cuando se agotaban las divisas en los auges del período sustitutivo (hasta mediados de los setenta en el XX) se transformasen en cataclismos macroeconómicos sobre una tendencia estancada -o últimamente declinante- con profundos y persistentes retrocesos de la condiciones de bienestar.

Es imposible aquí, por razones de espacio, justipreciar y examinar cada una de estas influyentes tesis con el debido detalle. Menos todavía considerar las numerosas que han quedado excluidas de este listado obligadamente escueto (aunque con haber propuesto una sola de ellas cualquiera de nosotros se sentiría ya satisfecho). No hay entonces sustituto ni siquiera imperfecto al disfrute que el lector encontrará recorriendo cada uno de los capítulos del libro. Por eso, introduciendo algún matiz, me quiero concentrar para finalizar en lo que, a mi juicio, enlaza y abarca a la mayoría de estas tesis. 

Historiadores rigurosos, Pablo Gerchunoff y Roy Hora visitan el pasado no para juzgarlo; tampoco para sacar necesariamente lecciones inmediatamente válidas para el presente, sino para comprenderloLa historia enseña pero no tiene alumnos” nos dice Gerchunoff, recordando a Gramsci en un pasaje fundamental para entender su método –tan refractario al “deber ser”- de aproximación a los períodos y episodios que caen bajo su lupa exigente pero empática. Gerchunoff no se coloca nunca en el sitial de privilegio del observador omnisciente dispuesto a juzgar la (in)consistencia técnica de las decisiones adoptadas sino que intenta siempre “ponerse en los zapatos” de los hacedores de política y comprender su lógica. Marcado a fuego por difíciles experiencias de gobierno afirma que el paso por la función lo hizo “morder la manzana de la comprensión”, adoptando un talante indulgente aún con administraciones con las que no tiene ninguna clase de simpatía (sólo admite que le cuesta sostener ese enfoque al aproximarse a la política económica de la dictadura, y aun así, siempre parece capaz de sobreponerse). 

"Historiadores rigurosos, Pablo Gerchunoff y Roy Hora visitan el pasado no para juzgarlo; tampoco para sacar necesariamente lecciones inmediatamente válidas para el presente, sino para comprenderlo."

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 Tan explícita en ese influyente libro (escrito con Lucas Llach) que fue “El ciclo de la ilusión y el desencanto” para entender el proceso de toma de decisiones en política económica pero muy presente en la mayoría de sus escritos, esa estrategia analítica es ya su marca registrada. Al punto que, con su incisivo sarcasmo, Carlos Pagni lo ha denominado alguna vez “el Almodóvar de la historia económica” (porque embellece y de algún modo vindica a los “feos”); un mote que Gerchunoff acepta gustoso. Para él todo análisis riguroso de las decisiones de los gobernantes requiere de las siguientes herramientas analíticas: una consideración de su bagaje conceptual, de sus incentivos pero, sobre todo, de las constricciones del entorno (v.gr. las inercias que plantean las condiciones iniciales, las restricciones económicas locales y externas, las de tipo político y, especialmente, las planteadas por la perentoriedad de las demandas populares en una sociedad conflictiva, para parafrasear aquel clásico de Mallon y Sorrouille). En otras palabras, de una economía política de la política económica.  

Son estas consideraciones y, a lo sumo, los errores de cálculo– la “mala suerte” que vuelve adverso un determinado entorno- lo realmente interesante para él y lo que, en verdad, explica a su juicio la mayor parte de las bifurcaciones en diferentes coyunturas críticas. Hay poco espacio en su análisis para las ideas equivocadas –al menos no uno central y éste es un punto con el que Roy Hora, compartiendo ampliamente su enfoque, no parece sentirse siempre y en todos los casos tan cómodo. Aún menos hay lugar todavía, para la impericia de los decisores como principal factor explicativo. En la interpretación de Pablo Gerchunoff los excesos macroeconómicos que terminan en crisis suelen explicarse casi siempre a partir de una “primacía de la política” y no necesariamente de la imprudencia no informada, el deficiente saber técnico o, incluso, la mala praxis de los gobernantes. Utilizando una metáfora tenística, Gerchunoff nos dice que en la atención de las demandas populares muchas veces los gobernantes toman riesgos (“juegan al fleje” y, en consecuencia, alguna pelota puede terminar afuera). Pero no sería, en su mirada, la ignorancia de las restricciones agregadas y la incapacidad para internalizarlas la que provoca las crisis. Juarez Celman y el Perón del exceso de gasto y la indigestión macroeconómica del primer trienio serían, en este sentido, dos casos emblemáticos. Pero no los únicos. “Todos los políticos quieren ser Juarez Celman si tienen la oportunidad” nos dice.

En diferentes circunstancias he tenido en estos años la oportunidad de conversar sobre esta hipótesis con Gerchunoff (y admito que no siempre su indulgencia al tratar de entender las motivaciones y restricciones del hacedor de políticas terminó de convencerme del todo para explicar por qué vamos, persistentemente, “demasiado lejos”, tomando como “blandas” -Kornai dixit– muchas restricciones hasta que, cuando ya es demasiado tarde, chocamos contra la pared de la restricción “dura” de divisas y sobreviene la crisis externa; o por qué nos hemos acostumbrado, por ejemplo, a financiar el gasto público sin cobrar impuestos, un sesgo inflacionario que Cortes Conde cifra ya muy lejos en la pérdida del subsidio proveniente de la plata del Potosí). A veces pienso que es ésa una postura que bordea peligrosamente lo panglossiano. Dadas las restricciones del entorno y los condicionantes político/sociales, ¿lo que ocurre es siempre “el mejor de los mundos posibles”? Por otra parte, y más allá de los factores “genético/estructurales” que tornan muy peculiar a nuestro conflicto distributivo, ¿por qué la excepcionalidad argentina en el fracaso recurrente? ¿No hay, acaso, “primacía de la política” en otras latitudes?

   Pero Gerchunoff es elocuente y muchas veces me convenció del papel relevante que juegan en numerosos episodios los factores que él enfatiza para dar cuenta de las diferentes variantes de “populismo” macroeconómico de tipo de cambio retrasado que hemos recurrentemente experimentado. Mientras escribíamos un artículo reciente con Jose Luis Machinea y Federico Grillo sobre la política fiscal y macroeconómica del peronismo, él y Hora me ayudaron, por ejemplo, a comprender por qué Perón hace lo que hace en sus primeros años y convoca para instrumentarlo a Miranda (un “chapucero”, que reparaba poco en los costos de su acción, y sintonizaba bien con la enorme jugada política que significaba la consolidación de su poder). Y por qué entrega en 1949 el comando a alguien técnicamente más solvente como Gómez Morales que, sin embargo, sólo implementa un plan de estabilización más integral recién en 1952, una vez asegurada la reelección presidencial. Sin embargo, como cuenta en “La moneda en el aire”, Gerchunoff mantiene todavía abierta una interesante discusión con Machinea sobre las razones –algunas de las cuales exploramos en nuestro artículo- que, durante ese interregno, “demoraron” aquella adopción. 

Algo menos convincentes, tal vez, me resultaron sus argumentos cuando polemizamos amistosamente en cierta ocasión sobre una de las dos experiencias recientes en que me tocó -ahora a mí- pasar por la función pública. Aunque en 2006 –a poco de mi salida de la administración de Néstor Kirchner- escribí un artículo tratando de entender, precisamente “la economía política de la política económica” siempre tuve la convicción de que –más allá de la debilidad de un gobierno que se percibía amenazado por la crisis de representación y creía que necesitaba revalidar permanentemente sus títulos- el error de diagnóstico, las concepciones anacrónicas e incluso la “mala praxis” explican una parte muy significativa del despilfarro de la oportunidad que nos brindó el mundo luego de la crisis finisecular. Creo que esos factores ponderan más que lo que Gerchunoff estaría seguramente dispuesto a admitir. El retorno a un régimen de inflación crónica y al desequilibrio externo como consecuencia de la mala administración de una bonanza de términos de intercambio que temerariamente se tomó como enteramente permanente fue –me parece- algo más que error de cálculo, primacía de lo político y “jugar al fleje”. Escribimos sobre eso en varios artículos con Guillermo Rozenwurcel. En nuestro país la historia no sólo no tiene alumnos sino que, a veces, parece que no enseña.

"En la interpretación de Pablo Gerchunoff los excesos macroeconómicos que terminan en crisis suelen explicarse casi siempre a partir de una “primacía de la política” y no necesariamente de la imprudencia no informada, el deficiente saber técnico o, incluso, la mala praxis de los gobernantes."

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Y otro tanto podría decir de lo ocurrido durante la última gestión de Cambiemos, y la recaída en la crisis de financiamiento. Siendo muy relevante, no es sólo -como parece sugerir Gerchunoff en los capítulos finales del libro- la “primacía de la política” la que explica, a mi juicio, el desacertado mix de política inicial adoptado por esa administración frente a una herencia –siempre hay que recordarlo- verdaderamente endiablada. Fueron muchos los observadores que advirtieron en su momento que la combinación de ofertismo fiscal partiendo de un desequilibrio muy elevado, una meta inflacionaria muy exigente luego de un fuerte cambio de precios relativos y cierta imprudencia en la apertura financiera y en la formulación del régimen cambiario podrían configurar condiciones de elevada fragilidad externa frente a un leve cambio en las condiciones del contexto. Hubo mala suerte y herencia pero también serios errores de diagnóstico.

Ahora que hemos “chocado” nuevamente dos veces “contra la pared” en el corto tiempo transcurrido desde nuestra Gran Crisis de 2001-02, Pablo Gerchunoff parece sugerirnos que será la instrumentación de un reformismo económica y socialmente sostenible lo que nos saque del bloqueo (una suerte de nuevo “Tratado de Paz” entre exportaciones y consenso distributivo que dé lugar a una “coalición social y política pro-exportadora para defender la prosperidad interna”). Un bloqueo, que de no revertirse, es capaz de comenzar a deslizarnos por una dinámica potencialmente implosiva y sacarnos en la dirección equivocada de nuestra trampa del ingreso medio, como suele enfatizar Eduardo Levy Yeyati. El pasado de medio siglo plagado de frustraciones, nos dice Gerchunoff en el párrafo final, abona seguramente el escepticismo. Pero el “escepticismo sistemático–aclara en otro lugar- es la haraganería, y la jactancia de los intelectuales”. La moneda está en el aire…

El autor es Profesor de Dinero, Crédito y Bancos (UBA). Ex Subsecretario de Programación en la gestión Lavagna; ex Vice Ministro de Economía en la gestión Lacunza.