
Este fin de año se cumplen veinte años de la salida violenta del gobierno de Fernando De la Rúa. Como balance de la desastrosa performance del oficialismo en las PASO, repasemos un poco aquel proceso para establecer hasta qué punto aquellos episodios de principio del siglo son, tan solo, una efeméride periodística.
La foto de las PASO dejó al Frente de Todos en una crisis de conducción y de orientación que desnuda problemas de base que tiene la dirigencia política para poder salir de este cuello de botella. Sin proyecto político y por ende sin autoridad, las capacidades para timonear eficazmente un rumbo económico son pocas. Sin rumbo económico y en esta circunstancia tan delicada, la crisis se agudiza. Eso a su vez genera descontento y afecta a la política, que atina a perseguirse la cola sin jamás encontrársela, en un espiral descendente, problemático y peligroso, por el poco margen de maniobra que, en cada vuelta, se va consumiendo a sí mismo como una mecha encendida. ¿Qué va a pasar si, a este ritmo, el año que viene hay un 80% de inflación como indican algunos referentes del gobierno con el micrófono apagado?
Pese a que circula un estudio que revela que con $ 85.000 por mes, una persona está entre el 10% de mayores ingresos del país, el problema del momento (as usual) es político, no económico: la cada vez mayor disociación de la dirigencia política con la sociedad. Ahora certificado por las PASO. Esa disociación tan extrema es la consecuencia de un largo proceso de elitización de la política, no es un fenómeno nuevo. Pero quizás nunca como hoy, ni siquiera en el 2001, se haya llegado a un nivel de desconexión tan marcado.
Con los cambios en los gabinetes, la crisis al interior del oficialismo parece temporalmente encaminada. Lo que no implica que los problemas que la hicieron posible se hayan resuelto. La pregunta, aunque básica, es pertinente: ¿ganar para qué? El antiguo avatar del Frente de Todos, el Frente para la Victoria, se ajusta bastante mejor, como denominación, a lo que efectivamente aúna hoy las voluntades unificadoras de las terminales que conforman el gobierno. Juntarse para ganar, y vamos viendo. Después de las PASO la precariedad de la naturaleza de los acuerdos se puso en evidencia.
La cuestión quedó planteada en estos términos: dirección o unidad. ¿Qué es más importante? Mantener la unidad como un fetiche, como un fin en sí mismo, para seguir inmovilizados, o decidir un rumbo y encaminarse, aunque implique la pérdida de aliados en el camino. Las decisiones que se fueron tomando muestran ambigüedad. Alberto parece haberse inclinado por la unidad. Cristina, por la dirección. Los problemas políticos que van a tener estos dos sectores en el mediano plazo, probablemente, sean consecuencia de esta disyuntiva. Pero eso no es el mayor problema del gobierno.
Lo que verdaderamente debería preocupar a Alberto Fernández, a CFK, a Massa, pero también a la oposición de Juntos por el Cambio, no es la foto de noviembre de las elecciones generales, sino la foto de diciembre.
Si todo falla, queda la pueblada. Un vigoroso recordatorio sobre de dónde emana la fuente de legitimidad que sostiene a un sistema democrático
Así es el calor
El año es 1993. El 16 y el 17 de diciembre en las ciudades de Santiago del Estero y La Banda, después de varios meses de atraso en los salarios de los empleados públicos, trabajadores estatales y docentes apoyados por el conjunto de los vecinos encabezan protestas callejeras que derivan en la toma de la ciudad durante dos días. Se producen ataques a la intendencia, a la legislatura y a la sede del poder judicial. También se atacan las casas particulares de algunos dirigentes, como la del viejo caudillo Carlos Juárez. La policía provincial, estatal al fin, no reprime. El reproche es para el PJ, que gobierna la provincia y la nación, y para el radicalismo, que gobierna la ciudad capital. Los hechos terminan con la renuncia del gobernador Fernando Lobo. Pasados los dos días de furia, el presidente Carlos Menem va a acudir al llamado del Senado provincial y va a mandar a las fuerzas federales a reprimir. También va a intervenir la provincia con un joven y prometedor dirigente peronista llamado Juan Schiaretti.
Con estos hechos, se configura hacia adelante una última ratio del interés popular. Cuando las máscaras de la democracia liberal-representativa se caen, queda una última garantía en manos del pueblo. Si todo falla, queda la pueblada. Un vigoroso recordatorio sobre de dónde emana la fuente de legitimidad que sostiene a un sistema democrático. De dónde viene el poder. El verdadero, no el de tener chofer y pulserita para el vip del bunker de campaña. En definitiva la pregunta siempre es por el poder.
Las puebladas que inauguran y cierran (¿cierran?) el proceso 1993 – 2001 son eminentemente políticas porque piden la renuncia de las cabezas institucionales del Estado (Lobo y De la Rúa-Cavallo). Sin embargo, las puebladas del medio, que fueron cimentando el camino y a su vez dotando de mayor calidad política al proceso, fueron de orden local y más bien de carácter reivindicativo, aunque íntimamente ligadas a lo que pasaba a nivel macro en el plano nacional. En este caso, a la desocupación del modelo económico menemista y aliancista.

Plaza Huincul – Cutral Co en la provincia de Neuquén a fines de 1996 y principios de 1997; Gral. Mosconi y Tartagal en la provincia de Salta en 1997 y 2000; Ledesma, Jujuy también en 1997; el puente Gral. Belgrano, que une las provincias de Chaco y Corrientes en diciembre de 1999, a una semana de haber asumido el gobierno radical-frepasista. En general, la respuesta de los gobiernos a todas estas puebladas fueron represiones de las fuerzas federales que dejaron heridos, presos y muertos. Los más recordados Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Víctor Choque.
Más allá de las diferencias entre unas y otras manifestaciones, podemos identificar en la saga que empieza con el santiagueñazo algunos denominadores en común: el carácter masivo, popular, defensivo, violento y espontáneo (esto merecería una extensa nota al pie pero vamos a tomar acá por “espontáneo” a que no haya sido convocada para esa fecha por ninguna corriente ni personalidad en particular y que se produzca por fuera del control de toda orgánica político-partidaria).
Después de la pueblada del puente Chaco-Corrientes (1999), se va a dar el proceso de los llamados “autoconvocados y sectores en lucha”. Unas asambleas que se van a empezar a hacer cada tres meses, donde se van a intentar reunir a debatir y a intentar dar un curso organizativo nacional las diferentes y dispersas experiencias sociales que venían protestando por toda la geografía del país. La primera reunión fue en Corrientes, la segunda en Misiones, la tercera en Gobernador Gálvez, Santa Fe. Todo ese proceso fue mutando, de los fogoneros primero, a los piqueteros después, de ahí vino la conformación de los movimientos de trabajadores desocupados (MTDs) cuando el fenómeno se instala en las periferias de Buenos Aires. Ya menos espontáneo y más militante, con una enorme legitimidad. El origen de lo que hoy son los movimientos sociales y la UTEP. A esos procesos se les suma después la acción ya más organizada del MTA de Moyano y Piumato, de la CTA de DeGennaro, de la CCC de Alderete, la FTV de D´elía y el Bloque Piquetero. Después, historia conocida. Diciembre y el calor, el corralito y el corralón, helicóptero y fuga.
En general, la respuesta de los gobiernos a todas estas puebladas fueron represiones de las fuerzas federales que dejaron heridos, presos y muertos. Los más recordados Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Víctor Choque
Los que vivimos como jóvenes militantes entre la noche del 19 de diciembre de 2001 y la mañana del 25 de mayo del 2003, sabemos que durante ese lapsus del país todo parecía posible. Todo lo bueno, aunque sospechábamos que también todo lo malo. Fue un momento abierto. Un paréntesis del tiempo formal de las instituciones. Una de esas encrucijadas de la Historia que uno lee en los libros. La teníamos ahí, en carne viva. Te parabas en la esquina de Corrientes y Gascón a gritar y se te sumaban cien tipos en veinte minutos. Pero mientras en la superficie todo era caucho prendido fuego, adrenalina y agitación, la política tejía en silencio, subterránea, la recomposición.
Duhalde y Alfonsín. La ilusión del orden. Los episodios del Puente Pueyrredón y el llamado a elecciones, el triunfo de Menem y su declinación al ballotage. El aparato peronista bonaerense copando lo que quedaba en pie, la CGT, la Iglesia, la UIA, los planes sociales, la devaluación, la asunción de Néstor y la lenta y progresiva reconstrucción de la autoridad presidencial. La vuelta al país normal. Los pueblos anhelan la rutina, no las rupturas aunque, eventualmente y en circunstancias precisas, estén dispuestos a participar en ellas.
El santiagueñazo, entonces, vino a inaugurar algo que, sin embargo, no era novedad. Entre mayo y julio de 1989 durante la hiperinflación de Alfonsín se habían producido cerca de setecientos saqueos en Buenos Aires, Rosario y Mendoza, entre otros puntos del país. Puebladas o no, los límites entre los tipos de manifestación son imprecisos, pero sabemos que los saqueos a supermercados como consecuencia del hambre, la desesperación, la incertidumbre y la anomia social suelen funcionar como antesala del estallido. Si tiramos del hilo un poco, podemos enhebrar en el tiempo una larga serie de insurrecciones: el rodrigazo (1974), el viborazo (1971), el tucumanazo (69; 70; 72), el cordobazo (1969). Podemos incluir al 17 de octubre de 1945. Si forzamos un poco, podemos meter en la serie a las revoluciones radicales como la de 1905, o la célebre “Del Parque”,de 1890. Si forzamos mucho podemos incluso estirar la línea hasta la reacción popular frente a las invasiones inglesas en los años 1806 y 1807.
Qué febril la mirada
Cada veinte años algo parece moverse por abajo, en las placas tectónicas del sistema: el 2001 iba a llegar veinte años después de los saqueos a Alfonsín, que a su vez llegaronveinte años después del Cordobazo, que llegó después de (casi) veinte años del 17 de octubre. A veinte años de la salida de De la Rúa, parece válido preguntarse por la numerología del catastrofismo social argentino. Además de seductora, parece pertinente. Tiene algo de esa inoxidable metáfora sobre el trotskismo como reloj detenido que, aunque no funciona, da bien la hora dos veces al día.
Los que vivimos como jóvenes militantes entre la noche del 19 de diciembre de 2001 y la mañana del 25 de mayo del 2003, sabemos que durante ese lapsus del país todo parecía posible. Todo lo bueno, aunque sospechábamos que también todo lo malo
Los números de los índices sociales del gobierno de Alberto Fernández son muy parecidos a los que había cuando se dieron los saqueos de 1989 y de 2001. En muchos casos son incluso peores, porque el tipo de pobreza actual es más profunda. En los turnos anteriores, con una racha más o menos buena de políticas económicas adecuadas se podía levantar por sobre la línea de la pobreza a mucha gente. Hoy esos argentinos están tan abajo que se necesitaría de un ciclo más extenso para lograr lo mismo.
Desde el punto de vista de la capacidad de representación política, el sistema post 83 quizás no haya estado peor. Hoy, diez años después del refresh de la década ganada, con la irrupción militante de una buena cantidad de jóvenes detrás de rumores moderados y recoletos de viejase incólumes banderas de liberación nacional, el discurso de la anti política, el alto ausentismo electoral, la cantidad de votos anulados, en blanco y a la izquierda, la fuga hacia personajes como Milei o Espert, el estrepitoso fracaso del gobierno de Macri y la falta de liderazgo y un proyecto único en Juntos por el Cambio, sumados a la fragilidad expuesta post PASO en la coalición oficialista parecen pintar un panorama como mínimo más complejo de lo que la festividad frívola de buena parte de la periferia sobrepolitizada y la dirigencia suele exhibir en redes sociales.

Calculados los porcentajes de las PASO sobre el padrón, y no sobre el 66% que fue a votar (el más bajo desde la vuelta de la democracia), el peronismo unido de todo el país sacó tan solo el 19% de los votos disponibles. El no voto fue del 34%, que salió primero. JxC sacó el 25%. El 9% entre la izquierda y los liberales puros. Y el 10% entre votos en blanco y otras fuerzas minoritarias. Quizás haya que empezar a pensar que los proyectos de país que tienen para ofrecer hoy las dos grandes coaliciones mayoritarias no tienen la capacidad de interpelar con éxito a las mayorías por razones que hunden sus orígenes en cuestiones más profundas y complejas que las del marketing o la comunicación política.
La situación, parece habilitar a cuestionarnos si la actual encarnación política de la disputa histórica entre los dos bloques sociales en tensión (puerto-interior; causa-régimen; peronismo-antiperonismo), está expresada en la pelea que libran entre sí el Frente de Todos y el macrismo. O si estamos, más bien, cercanos a un escenario donde el macrismo y el FdT expresan, con sus matices, los intereses de un mismo gran bloque, por decirlo un poco brutal pero gráficamente: el bloque de arriba. Ese desplazamiento es lo que se juega cuando se habla de elitización de la política.
Lo que se pone gravemente en cuestión es la lectura que asume, en un traslado mecánico del 2015 a la fecha, que el FdT y el macrismo son la continuidad natural de la pelea que se dio hace diez años entre el kirchnerismo y su antagonista. Podríamos incluso, con argumentos, debatir si el kirchnerismo y el anti kirchnerismo encarnaron esa tensión. Tiendo a creer que sí lo fueron en algún momento. Pero, aunque sea por una cuestión procedimental, aceptemos que en el resultado del ballotage Scioli vs. Macri se jugaban las chances entre el bloque de la posibilidad nacional y el de su contrario. La pregunta por ese desplazamiento al día de hoy es atendible y, diría, pertinente. Y habilita otras. Por ejemplo, si lo que expresan hoy el Frente de Todos y el macrismo es, o tiende a ser, aristas diferentes de un mismo gran y heterogéneo bloque, ¿cuál sería entonces la encarnadura política del otro bloque, del bloque de abajo? ¿O estamos ya, o al menos entrando, en uno de esos períodos de reflujo y repliegue, donde la identidad nacional se fragmenta en cientos y miles de pequeños dirigentes y espacios dispersos que luchan por su propia subsistencia, atados a una identidad antigua, flotando en la vida institucional argentina mientras enarbolan estandartes con pedazos de memoria política hasta la irrupción de un nuevo momento histórico que les vuelva a dar vida y sentido?
Quizás haya que empezar a pensar que los proyectos de país que tienen para ofrecer hoy las dos grandes coaliciones mayoritarias no tienen la capacidad de interpelar con éxito a las mayorías por razones que hunden sus orígenes en cuestiones más profundas y complejas que las del marketing o la comunicación política.
Pienso en el alsinismo como el refugio concreto en que se cobijó buena parte de la vieja estructura rosista para capear el temporal durante el largo desierto que se produjo entre el 3 de febrero de 1852 y la llegada del yrigoyenismo. Pienso también en el forjismo y en el período que va del golpe del 30 a la revolución del 43.
¿Hasta cuándo tiene sentido seguir apostando(y fracasando) a la parte menos destructiva de un modelo que no da respuestas concretas y que no cuestiona la naturaleza de dependencia del país? ¿Cuál es la distancia entre apoyar lo que entendemos como menos malo y ser parte de un sistema que se alimenta de una dicotomía superficial para mantener inalterable la situación de fondo? ¿Cuál es el límite entre la participación bien intencionada de una opción política y la legitimación de un modelo que consolida lo que, en teoría, se pretende modificar?
Otras voces, más pesimistas, se preguntan en cambio si este proceso no llegó para quedarse, y si quizás no debamos acostumbrarnos a escenarios como los de algunos países de Latinoamérica en donde se acepta mansamente y se convive con el hecho de que la dirigencia política sea parte de la elite social del país y que el pueblo, dócil, esté condenado a ser pobre.
Son todas preguntas válidas que buena parte de la militancia se viene haciendo hace tiempo. Práctico e intuitivo, nuestro pueblo parece haber resuelto estos interrogantes sin mayor complejo con su comportamiento en estas PASO. De alguna u otra manera, el recordatorio de que el poder viene desde abajo todavía irrumpe. Naturalmente, es mucho mejor para todos que llegue en forma de advertencia electoral a que lo haga en forma de intifada.
La taba está en el aire. Veremos cómo sigue la historia.
