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17 de agosto 2019

Florencia Angilletta

LA HERIDA SANGRA DOS VECES

Tiempo de lectura: 5 minutos

El viernes de la semana anterior, cuando el dólar estaba a 45, en un cumpleaños escucho esta historia: la de una abuela que había ido ese día a su parroquia a confesarse porque tenía malos pensamientoshacia Alberto. No sé los detalles porque parte del efecto es que nadie lo sabe, sólo ella. Un pequeño acto de pudor, un lugar donde la vida privada se ensancha. Eso también es un pueblo. 

La jornada de votación empieza en la consciencia de esa abuela  y continúa en la escuela en la que fui fiscal el domingo. Hay una verdad sociológica que dice: para conocer una sociedad hay que prestar atención a sus escuelas y a sus supermercados. Ese colegio, con sus azulejos antiguos y su patio colonial, sus carteles sobre la ESI, su dispenser de agua, es también la antesala de lo que va a pasar esa noche. Otra abuela le cuenta al presidente de mesa que hace 70 años era alumna de ese colegio. Jóvenes aplaudidos por votar por primera vez, una chica transicionando su identidad de género con su DNI cortado en V, las fiscales de los partidos sentadas una al lado de la otra charlando sobre lo común, un militante que se disculpa con un chofer de Uber porque otro militante le había dicho “¿cómo podés ser negro y votar a Macri?”. Todo abigarrado, ahí, concentrando lo que iba a pasar después. La fuerza de una época.

Cambiemos vino a marcar el fin de la Argentina peronista, pero termina vuelto contra su propio truco electoral: oficiar de médium  para la mayor unidad de eso que querían combatir

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Cambiemos vino a marcar el fin de la Argentina peronista, pero termina vuelto contra su propio truco electoral: oficiar de médium  para la mayor unidad de eso que querían combatir. Actuaron un como si  al cambio. Fueron “graduales” y después “reales”, aunque ¿alguna vez fueron Cambiemos? Al cambiar  políticas perjudicaron a la mayoría de la sociedad, aunque nunca lograron cambiar  la estructura de sentimientos, incluso –y los resultados de las PASO así lo prueban– en alguna medida compartida por sus propios votantes. No pierden sólo por el pueblo, pierden por su pueblo: acorralados por parte de los productores, los empresarios, los trabajadores que pagan ganancias, los periodistas, hasta “los mercados” o “el círculo rojo”. (Los últimos dos, ¿acaso han sido auténticamente cambiemistas? ¿O cómo evaluarían las “modernas” soluciones –como la Ley de abastecimiento de 1974–, improvisadas por el macrismo en estos días, y más cercanas a la “radicalización” que decían enfrentar que al “programa” que nunca lograron aplicar?).

El macrismo además de todo ha sido también, para su pueblo, la promesa de que el kirchnerismo se podía hacer mejor. “No te van a sacar nada de lo que tenés” y “pobreza cero” es la forma gramatical de la traducción de esa promesa. El macrismo será recordado como la versión agrietada, ajena y caníbal del ciclo iniciado en 2003 más que como la instauración de un ciclo nuevo, porque ni siquiera se van a coronar con esa impronta política argentina que es la reelección presidencial. Y porque la cancha siempre estuvo marcada por el otro. ¿Llegaron a hacer eso  que aprendieron a prometer? Terminan condenados por quienes nunca los votaron aunque, más aún, desencantando a muchos de quienes sí lo hicieron. Si gobernás en función de un enemigo, ¿qué sos más? ¿Ese enemigo o el cambio?

No pierden sólo por el pueblo, pierden por su pueblo: acorralados por parte de los productores, los empresarios, los trabajadores que pagan ganancias, los periodistas, hasta “los mercados” o “el círculo rojo”

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Lo que termina en 2015 es un gobierno, el de CFK, pero algo del peronismo como época  nunca termina de morir. O como ya se ha dicho: de la argentinidad del peronismo. La arquitectura del país es el museo de esta historia radioactiva: en los cultivos de soja, en la asignación universal por hijo, en las universidades nacionales, en los rostros de Evita en la 9 de Julio, en la institucionalización del lenguaje inclusivo, en el CONICET emplazado en el medio de la ciudad de Buenos Aires, en los feminismos y la lucha por la IVE, en la sindicalización ad hoc  de cada nueva fuente de trabajo. Como prueba el rotundo triunfo electoral del Frente de Todos y en especial el 52 por ciento que obtuvo Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, “peronismo” es la forma que post 2001 se procesan las dinámicas sociales de la Argentina –derechos, conflictos, aspiraciones, deseos, autopercepción de clase media–, y no sólo la de los  kirchneristas. El kirchnerismo gana cuando es más que las teorías de sus militancias.

“Desengrietar” cura esa herida: quizá ese pueblo electoralmente era más grietista que macrista o, lo que es lo mismo, sólo fue macrista porque de esa forma resolvía su grietismo, y no al revés. La temporalidad es la prueba: Alberto aún no es presidente electo y el primer efecto de “desengrietar” es la pérdida del macrismo como experiencia presidencial. El gobierno debe cumplir su mandato –y cuanto mejor, mejor– pero su opción electoral nacional está concluida; porque una oferta electoral culmina cuando culmina su zona de promesas

El “neoliberalismo” no existe: porque es una formulación que sólo sirve para no pensar más los problemas económicos del país. El próximo plan económico debería empezar donde termina la palabra

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Creo que en la palabra política hay dos formas de palabras: las palabras llave y las palabras tapón. Las palabras llaves son las que amplían, las que a veces ni siquiera importan en sí mismas sino en sus efectos, en lo que provocan, en lo que pasa con ellas. Las palabras tapón  son las que cierran, las que decimos para dejar de pensar, las que tienen tanto acuerdo o desacuerdo encima que terminan anulando las disputas que supondrían. Más aún: a priori no hay palabras  llave  y palabras  tapón  sino que operan como modalidades situacionales y relativas. Las luchas por la identidad y la nominación se organizan así, crujientes, encabalgadas entre ambas.

Para el Albertismo, “desengrietar” ha funcionado como una palabra llave. Desde la época, contra ella, para ella, el Albertismo –organizado en la unidad del peronismo, con una CFK igual aunque distinta y sumando al pueblo massista y la campaña desde abajo  de Kicillof– cumple lo que el macrismo finalmente nunca pudo: la novedad. Una novedad tan fuerte como moderada. Una transformación. Frente al monstruo de dos cabezas (“k” y “anti k”) una coalición electoral que funciona también como el modo de producción de una subjetividad: “albertista”.

Para el Albertismo, “desengrietar” ha funcionado como una palabra llave. Desde la época, contra ella, para ella, el Albertismo –organizado en la unidad del peronismo, con una CFK igual aunque distinta y sumando al pueblo massista y la campaña desde abajo  de Kicillof– cumple lo que el macrismo finalmente nunca pudo: la novedad

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Reparada la herida política con la construcción de un nuevo sujeto ciudadano, ¿qué hacer ante la herida económica? El “voto con el bolsillo” es la contracara de que “el neoliberalismo vive”. Ninguna de las dos formulaciones resultan del todo efectivas para leer la época. El “neoliberalismo” no existe: porque es una formulación que sólo sirve para no pensar más los problemas económicos del país. El próximo plan económico debería empezar donde termina la palabra neoliberalismo, que en algún momento ha sido llave  pero que ahora es un tapón: no dice nada de las nuevas economías mundiales, de la dinámica de creación de trabajo, de la economía popular, del feminismo, de los desafíos de industrias y empresas, de la necesidad de renegociación con el FMI (por la asimetría entre la cantidad del monto prestado y la cercanía de los vencimientos en el cronograma de pagos). “Desengrietar” también vale para la economía.

Convicción y consternación, sí. Aunque antes, lo definitivo: al final sí cambiamos, pero nosotros.

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Dos imágenes superpuestas. Domingo a la noche: llegan por los grupos de Whatsappla confirmación del 47-32, estoy parada junto a un policía, la maestra responsable de esa escuela, el trabajador del correo y el joven que escanea los telegramas con los resultados. La argentinidad me corre en la sangre. Lunes por la mañana: estoy en un banco, junto a otro policía, trabajadoras ansiosas, señores nerviosos, familias que, se nota, sacaron a los chicos del colegio para ir a la sucursal antes de las 15. Tengo que pagar la deuda en dólares de la tarjeta por un viaje que hice al exterior: la argentinidad también me corre en la sangre. Ciudadanía y cajas de seguridad. Nuestro inconsciente argentino y comprometido, estructurado en dólares. Como sintetizó un gran amigo e intelectual sobre esta semana: “estamos tan contentos como preocupados”. 

Convicción y consternación, sí. Aunque antes, lo definitivo: al final sí cambiamos, pero nosotros.

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Comentarios

  1. Pablo

    el 19/08/2019

    Muy linda nota, tiene mucho para abrir debates: la grieta, aún cuando se la repara, sus marcas quedan visibles, los efectos de “Cambiemos” son de una “transferencia” sobre las espaldas de las poblaciones, el “pueblo” massita?de la ancha avenida, solo existía, cuando se ve ésta, sin su continuidad en las supuestas calles que separa. Esa abuela aún le resta ver lo que viene y el “albertismo” no se convierta en otra frustración. Buena pluma

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