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LA DEMOCRACIA EN DISPUTA, OTRA VEZ

Tiempo de lectura: 8 minutos

En el libro The Socio-Political Dynamics within the Crisis of the Left Turn: Argentina and Brazil nos propusimos estudiar las dinámicas sociopolíticas creadas y transformadas durante la emergencia, consolidación y crisis del giro a la izquierda en América Latina. Pese al declive general de las coaliciones progresistas, la naturaleza del cambio aún se está desarrollando presentando un grado de complejidad debido a la yuxtaposición de elementos de continuidad y cambio. El estudio de la construcción de una nueva dinámica socio-política implica comprender los múltiples procesos que apoyan la construcción, consolidación y desestabilización de cierto consenso político.En el marco de este objetivo, nos dedicamos al análisis de las relaciones entre los procesos de movilización social y el cambio politico en Argentina y Brasil en una perspectiva comparada.

Desde nuestra perspectiva, el giro a la izquierda implicó una respuesta a las crisis neoliberales de fines del siglo XX y principios del siglo XXI. Como es sabido, el neoliberalismo  había transformado las formas societales; donde la exclusión social fue un mecanismo disciplinador y reorganizador que afectó seriamente la integración de amplios sectores sociales. En la crisis neoliberal se discutió la democracia que este suponía y había moldeado. Por mucho tiempo, la discusión en torno a la democracia se había concentrado  en la transición democrática y su consolidación. Esta orientación tendió a centrarse en las actividades de las élites políticas y en el contexto que rodea al cambio de régimen. Estas preocupaciones llevaron a menudo a sobreestimar la importancia de las elecciones estratégicas de las elites y los marcos institucionales a expensas de dinámicas igualmente importantes de movilización, representación y producción de imaginarios sociales y sus efectos en la política.

El giro a la izquierda en América Latina capturó la imaginación de las fuerzas progresistas de todo el mundo, percibida como una expresión de cómo la gente se movilizó y desafió un paradigma global. En este sentido, representó un momento de democratización en la medida en que desestabilizó el discurso único neoliberal. Esa desestabilización contribuyó a la activación de una proyecto político alternativo, que contó con el apoyo popular en la calle y en las urnas y, al hacerlo, instituyó un discurso alternativo que pluralizó la política. Esta alternativa, también llamada posneoliberal, combinó una estrategia económica neodesarrollista (subsidios y estímulo al consumo) con estrategias neoliberales como la disciplina fiscal; liberalismo político (competencia electoral y movilización social) y una fuerte innovación discursiva manifestada en el latinoamericanismo y el antineoliberalismo. Es decir, el efecto democratizador del giro a la izquierda se refiere a la transición de un discurso alternativo desde los márgenes hacia el centro del espacio político.

En la crisis neoliberal se discutió la democracia que este suponía y había moldeado. Por mucho tiempo, la discusión en torno a la democracia se había concentrado en la transición democrática y su consolidación.

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El giro a la izquierda consolidó un principio de comunidad alternativo e inclusivo que generó un complejo sistema de significación política que desestabilizó la hegemonía del discurso único. Reivindicó a la política como un conjunto de reglas de interacción entre diferentes actores, desplazando la influencia desproporcionada de las corporaciones del centro de la toma de decisiones. Si bien esto no implicó la “derrota” del neoliberalismo, sí logró su desestabilización en tanto discurso que ordenada las reglas de la gobernanza.

Las dinámicas sociopolíticas democratizadoras durante el giro a la izquierda fueron el resultado de tres procesos superpuestos aunque diferenciables entre si. Uno de ellos fue la articulación de una pluralidad de movimientos sociales, organizaciones sindicales y partidos políticos en coaliciones con amplia capacidad de movilización y representación de los grupos que habían luchado contra el neoliberalismo. Esta articulación estuvo mediada por intereses económicos pero también por símbolos con valor para las fuerzas progresistas como la asunción del primer presidente obrero en Brasil. Además, iniciativas como el Foro Social Mundial y la Cumbre del ALCA en Mar del Plata en 2005 impulsaron articulaciones que resonaron más allá de las fronteras nacionales. Cabe destacar que hubo diferencias significativas respecto de este proceso de articulación. Mientas en Argentina la movilización callejera fue parte de la estrategia del Kirchnerismo, en Brasil el PT bajo el el liderazgo de Lula promovió la desmovilización e impulsó un espíritu participativo dentro de las instituciones estatales. Sin embargo, en ambos países los procesos de articulación, en lugar de tener un carácter antipolítico, recrearon nuevas formas de representación política que facilitaron la intervención de las instituciones estatales, disputando sus roles y funciones.

El segundo proceso fue de innovación en el campo de las políticas públicas. Los gobiernos progresistas generaron iniciativas sociales, culturales, civiles y económicas. Estas restauraron un sentido de legitimidad del gobierno, y más ampliamente, en la política a partir de la restitución de los derechos económicos perdidos (como el salario mínimo) y la expansión de los derechos sociales y civiles (matrimonio igualitario e identidad de género en Argentina, expansión del acceso a la universidad y cuotas raciales en Brasil). En ambos países, aunque los destinatarios principales de estas políticas fueron los sectores populares, sus efectos también beneficiaron a sectores medios. Estas políticas gubernamentales favorecieron a los que habian perdido, restituyendo derechos básico a través, en gran medida, de su reinserción en el consumo. Mientras que estas acciones no tenían por objetivo el cambio de la cultura del consumo, el proceso de innovación de políticas públicas abrió una nueva racionalidad de la acción colectiva donde la relación entre movilización y la acción gubernamental se convirtió en parte de la definición de la situación problemática. En otras palabras,  el cambio de la movilización “contra el estado” a la movilización “con el estado” expresaba, aún con contradicciones, un cambio significativo en la dinámica sociopolítica de la democracia dentro del giro a la izquierda. Esto fue acompañado por una dimensión simbólica que se asoció a “gobiernos en disputa”. De esta manera, las organizaciones sociales se integraron al estado, reforzaron su capacidad de movilización y al hacerlo expandieron el horizonte de posibilidades que les atribuía el discurso neoliberal.

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El último proceso involucrado en el giro a la izquierda fue el proceso de incorporación. Este implicó un doble movimiento de recuperación de las capacidades estatales incluyendo desde la garantía mínima del marco legal hasta la inclusión social y política. El proceso económico de crecimiento se complementó con intervenciones estatales directas dirigidas a abordar las desigualdades intersectoriales de raza, género y de ingreso. Mientras el Kirchnerismo recreó una gramática movimentista como soporte de sus políticas, Lula en Brasil favoreció la movilización a través de mecanismos institucionales y, a menudo, la delegación sobre la burocracia del PT y su liderazgo. En cualquier caso, a pesar de las diferentes estrategias de movilización, el proceso de incorporación tuvo efectos sobre las representaciones políticas y la producción de imaginarios sociales, dos mecanismos importantes para entender la consolidación del consenso alternativo al neoliberalismo. En términos de representación política, para muchos el estado se preocupaba por los sectores populares por primera vez. Implicó el reconocimiento de los sectores populares y de sus organizaciones como interlocutores válidos, participantes legítimos de la dinámica política y con capacidad de representación. Las organizaciones sociales devinieron en socio-políticas debido que no sólo podían representar a un colectivo en términos corporativos de sus demandas, sino también en términos de su implementación. Resumiendo, el proceso de incorporación implicó el reconocimiento y la concesión de derechos a nuevos actores.

Desde esta perspectiva, es posible entender la consolidación del giro a la izquierda como un proyecto alternativo, popular y contradictorio que democratizó la política. Esta nueva dinámica política fue el resultado de estrategias, prácticas y procesos específicos conformados por la capacidad de articulación política, la innovación en las políticas públicas y las nuevas incorporaciones. Aunque las elites económicas se beneficiaron, también lo hicieron los sectores populares y las clases medias. Esta ganancia transversal a todos los sectores encontró en el consenso sobre los commodities una de sus condiciones de posibilidad. Es decir, hubo una voluntad política por parte de los gobiernos para profundizar la redistribución de la riqueza, pero también condiciones estructurales que facilitaron su ejecución. De esta manera, la crisis del giro a la izquierda tuvo entre sus causas la crisis internacional de 2008 y 2009 que modificó esas condiciones de posibilidad. De modos diferentes, ambos gobiernos decidieron gestionar la crisis, incluso retomando recetas ortodoxas; lo que trajo problemas en sus sistemas de alianzas y puso un freno a la estrategia de incorporación. Como se explicó en el Capítulo 1, la desestabilización del consenso post-neoliberal y los gobiernos del giro a la izquierda no sucedieron en la misma dirección. En el caso de Argentina, la movilización fue más sectorial y sistémica, principalmente por demandas de derechos laborales y de administración de justicia; mientras que en Brasil la movilización cuestionó directamente el deterioro de las condiciones de vida, la corrupción junto con demandas sobre nuevas formas de participación con un fuerte sentido de impugnación al sistema político. Aunque las trayectorias de movilización fueron diferentes, en ambos países se activó una polarización entre dos términos claves del clima de época: Populismo y República. En cualquier caso, las características que asumió la movilización en cada país permiten entender porqué en Argentina el cambio presidencial siguió las reglas institucionales mientras en Brasil se produjo un golpe institucional.

Esta ganancia transversal a todos los sectores encontró en el consenso sobre los commodities una de sus condiciones de posibilidad. Es decir, hubo una voluntad política por parte de los gobiernos para profundizar la redistribución de la riqueza, pero también condiciones estructurales que facilitaron su ejecución.

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Tal vez la diferencia entre ambos procesos deba buscarse en los siguientes aspectos. Por un lado, la corrupción como problema se configuró de diferentes maneras, en Argentina se concentró en ciertos sectores medios y altos y en los medios de comunicación, mientras en Brasil se expandió transversalmente a todos los sectores sociales con un fuerte cuestionamiento a la clase política. En cualquier caso, lo que se cuestionó fue la habilidad de los gobiernos para resolver las crisis, pero también abrió un interrogante sobre si la restitución de las capacidades estatales había sido una buena idea. Por otro lado, la estrategia de movilización y articulación, aunque en el caso argentino fue progresivamente desmantelada, tuvo una trama más densa sostenida además por el reconocimiento de sus líderes. En el caso de Brasil, la desmovilización callejera promovida por los gobiernos de Lula y Dilma dejaron al gobierno con pocos aliados con capacidad de reaccion. Ambos aspectos, además del deterioro de las condiciones estructurales, debilitaron a los gobiernos de izquierda.

El panorama no estaría completo sino observamos, en el caso argentino, la emergencia de una retórica “antipopulista” junto con un conjunto de actores sociales y políticos, que aunque en un momento estaban dispersos encontraron puntos de acuerdos y articulación política en la coalición de derecha Cambiemos. En Brasil, la crisis afectó al PT como a otros dos partidos principales, el PSDB y el MDB, limitando así las posibilidades de nuevos acuerdos políticos y allanando el camino para el golpe institucional que eliminó al PT del gobierno, sin resolver el problema de la crisis de legitimidad del sistema político. De esta manera, ese giro a la izquierda que tuvo lugar a principios del siglo XXI entró en crisis. Actualmente, y aún con el ascenso de las fuerzas políticas de derecha, no está tan claro que este consenso posneoliberal esté totalmente resquebrajado, dado que los niveles de movilización y cuestionamiento de las políticas gubernamentales son altos. Aunque los gobiernos de Macri y de Temer han infringido significativamente las instituciones republicanas, y sobre todo, las garantías de acceso a la justicia debido a la creciente represión, también se han encontrado con fuertes reacciones sociales a sus intenciones políticas. Se trata más bien un escenario incierto donde la posible aparición de un nuevo frente antineoliberal convive con la emergencia de expresiones políticas autoritarias. Un problema del discurso anti-populista es que reduce la política a una cuestión administrativa, donde la participación tiene un sesgo sumamente individualizante dejando de lado la deliberación democrática y las formas colectivas que ciertos actores ponen en juego.

En el caso de Argentina, la movilización fue más sectorial y sistémica, principalmente por demandas de derechos laborales y de administración de justicia; mientras que en Brasil la movilización cuestionó directamente el deterioro de las condiciones de vida, la corrupción junto con demandas sobre nuevas formas de participación con un fuerte sentido de impugnación al sistema político.

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Desde la perspectiva de la interpelación política, en relación a nuestros casos empíricos, durante la crisis del consenso post-neoliberal y el intento de girar a la derecha, se ha hecho un esfuerzo por construir un discurso impugnador de los derechos universales que restringe los espacios de deliberación y decisión político a los expertos. De modo sucinto, “el neoliberalismo intentó establecer una democracia sin demos”, un régimen “autónomo de la gente” y esto fue lo que, de diferentes maneras y no siempre con éxito, los gobiernos de izquierda intentaron revertir conjuntamente con los sectores antineoliberales organizados. La pregunta abierta es cuál es el saldo que dejó ese ciclo y en qué condiciones los actores enfrentan hoy el escenario de regresión neoliberal con la consecuente pérdida de derechos. En resumen, lo que implica esta pregunta es pensar qué aspectos de los procesos sociales adquieren un cierto estado de irreversibilidad o si su regresión está siempre latente como parte de la dinámica sociopolítica.

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