
Se cumplen 40 años de los recitales de Mercedes Sosa en el Teatro Opera. Febrero de 1982. Uno de los años finales de la dictadura y su lento declive. El año de la guerra.
La música popular está llena de buenos cantantes, damas y caballeros con técnica depurada, afinación justa, profesionalismo… pero a los que les falta un don: esa comunicación central, esa contraseña, ese ADN, esa altísima sensibilidad en sangre que les permite descubrir entre centenares de obras aquellas que su voz inmortalizará.
La Historia dice que medio mundo le arrimaba a Mercedes Sosa obras y ella, exquisita, como una princesa, ella misma buscaba hasta encontrar las canciones que por una cosa u otra la emocionaban, le hacían sentir que el mundo debía conocer esas historias y algo más: que en su voz podían ser definitivas. Así fue que como cuenta el guitarrista uruguayo Omar Espinosa, una noche madrileña en que Piero visitó a Mercedes, en sus tiempos de exilio, y les mostró el bosquejo de una canción que recién estaba componiendo… nada menos que “Soy Pan, soy paz, soy más”. Al día siguiente la sacaron, el arreglo de guitarra le pertenece al propio Espinosa, y poco tiempo después, ya en una actuación en Europa, Mercedes le propondría hacerla por fuera del programa. Así fue cómo el tema empezó a instalarse con fuerza arrasadora.
Mercedes sabía hace cuarenta años que en esa Argentina aún vedada había que hacer cantar los silencios acumulados, las penas y la misma alegría
El disco Mercedes Sosa en vivo en el Teatro Opera se grabó a fines de febrero de 1982 y muy poco tiempo después salió el álbum a la venta batiendo varios record. No era para menos, se olfateaba que la dictadura se caía y el regreso de la Negra era un símbolo. José Luis Castiñeira de Dios, el musicazo que había sido conocido por liderar Anacrusa, una de las agrupaciones más soberbias de nuestra música popular, era su director musical, arreglador y bajista. Se completaba con Domingo Cura en los parches y Espinosa en la guitarra. En una larga charla Castiñeira me llegó a contar con lujo de detalles el backstage de esos días en los que no estuvieron un minuto sin custodia. Hasta cuando él mismo fue a visitar a su padre lo esperó un Falcon en la puerta, lo mismo que pasaba cada noche al llegar y salir del teatro hasta la partida en Ezeiza.

Este álbum musicalizó mi llegada a La Plata, en aquel otoño donde me la pasaba devorando hamburguesas -eso en Tres Lomas no existía por entonces- mientras en los cafetines de Avenida 7 ya se podía escuchar a los sabiondos describiendo las características de los Sea Harrier británicos y lanzar supuesta data dura sobre el apoyo soviético a la banda de Galtieri. Mientras tanto yo me internaba en ese departamento de calle 45 entre 5 y 6 donde vivía mi hermano a orejear el álbum doble de la Negra sin parar.
El álbum recoge un puñado sabiamente seleccionado donde no sobra ni falta nada, el segundo tema, “Drume negrita”, que es de Eliseo Grenet, no de Ernesto como figura en el álbum, probablemente haya inspirado a Yupanqui a componer su famosa “Duerme negrito”. Pero “Drume negrita” es tan bella de por sí que en la voz de la negra no termina nunca de mejorar entre otras cosas por esa dulzura que contienen las eses de Mercedes. Cuando dice “se le salen los pies de la cunita y la negra merce” es miel en estado puro y el arreglo de Castiñeira para esta guajira es grandioso. Llega “Sueño con serpientes”, de Silvio Rodríguez, y no es casual que Cuba aparezca con dos canciones. En esa inclusión están muchas cosas dichas. Luego viene “María va”, con Antonio Tarragó Ros de invitado; “Al Jardín de la República”, la zamba inigualable de Virgilio Carmona, que además le sirve a la negra para estrenar su famoso “¡Viva Tucumán…menos uno!”. Un álbum repleto de simbolismos para esa Argentina que goza con ella. Incluye dos himnos infaltables: “Gracias a la vida” de Violeta y “Alfonsina y el mar”, quizá una de las obras más bellas de nuestro cancionero. Llega Raúl Barboza con su acordeón para colorear “El cosechero”, un himno del inmenso Ramón Ayala y luego “Como la cigarra” un tema que se clava en el corazón del contexto de esa Argentina: “Tantas veces me mataron,/ tantas veces me morí,/ sin embargo estoy aquí/
resucitando…”
Seleccionar repertorios implica su propio juego, hallar formas en las que incluso se disimulan flaquezas. Mercedes la tenía clara como pocos
Y pegadito, demostrando una vez más la lucidez con que se armó el orden de las canciones viene León Gieco para acompañarla en “Solo le pido a Dios”. Este disco tiene mucho de misa pagana, misa política y cultural, demuestra cuánto se puede decir a través de canciones sin esa verba inflamada que generalmente pasan al olvido con el tiempo. Llega el set folklórico con “La flor azul”, de Mario Arnedo Gallo, “Los hermanos”, de Yupanqui y “La arenosa “del Cuchi. Santiago del Estero, la provincia de Buenos Aires y la chaya riojana, nada ha sido puesto al azar, absolutamente nada. Se va acercando el final pero aún falta esa delicia que es “Años”, de Pablo Milanés, el tango “Los mareados” junto a Rodolfo Mederos, y Charly (un aliado decisivo en la vida de Mercedes) que se suma para cantar “Cuando ya me empiece a quedar solo” y pegadito para subir el ritmo, de vuelta a Violeta con “Volver a los 17”, y pega “Fuego en Animaná” de Tejada e Isella, el muy bailable “Polleritas” y el final cargado de “Canción con Todos”.

Saber seleccionar el repertorio es prácticamente la labor compositiva de un cantor popular. Seleccionar repertorios implica su propio juego, hallar formas en las que incluso se disimulan flaquezas. Mercedes la tenía clara como pocos. Dijo alguna vez el Chivo Valladares que “si la letra o el poema no sacuden el interior del intérprete, no se produce el reventón de la belleza”. En Mercedes sobraban esos reventones. Se trata de la selección y la transfusión para que la historia de cada canción circule antes por sus venas, dé varias vueltas por el corazón, y recién llegar a las cuerdas vocales. La canción rasquetea por dentro, buscando las nutrientes que considere adecuadas. Irá tomando todo lo que el cuerpo pueda darle y recién cuando se sienta lo suficientemente fértil se colocará en la garganta para salir.
Mercedes sabía hace cuarenta años que en esa Argentina aún vedada había que hacer cantar los silencios acumulados, las penas y la misma alegría. Todo eso junto. Ella también traía la democracia bajo el poncho. Y esa intuición la hizo tan inmortal.