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19 de diciembre 2015

Sebastián Provvidente

GIDGET: PRINCESA DEL SURF

Tiempo de lectura: 10 minutos

De Berlín a Malibu

Los veranos de 1956, 1957 y 1958 cambiaron la historia de la familia Kohner. Friedrich llevaba ya varios años trabajando en la industria cinematográfica de Hollywood como guionista y todo parecía marchar muy bien para la familia. Al igual que muchos alemanes y austríacos de origen judío los Kohner, Freidrich, su mujer Fritzi y su hija Ruth de cuatro años, habían abandonado la Alemania nazi en 1936 con el objeto de instalarse en Los Angeles. Luego de sus estudios universitarios en Viena y Paris, Frederich se había embarcado en su carrera cinematográfica en Berlín dentro de ese gran laboratorio artístico que había sido la República de Weimar durante el período de entre guerras. Difícil no pensar en el similar itinerario seguido por Fritz Lang durante estos mismos años. Frente al ascenso del Partido Nacional Socialista en 1936 Friedrich había decidido marcharse. Tras un fugaz paso por Londres, Friedrich y su joven esposa Fritzi habían decidido aceptar la oferta de Paul, el hermano de Friedrich quien en 1921 se había instalado en California y había comenzado a trabajar en la industria cinematográfica de Hollywood. La propuesta no podía ser más tentadora: un trabajo como guionista en los estudios Columbia.

Durante los primeros años trabajó como ghost writer en varias producciones y en 1938 le llegaría el reconocimiento merecido con su nominación al oscar en la comedia Mad About Music protagonizada por Deanna Durbin. Más allá de este éxito, su trabajo continuó siendo el de escribir guiones e historias para las películas de otros directores. El trabajo no era malo y le permitiría a la familia instalarse en Berntwood (LA). En 1941 nacía Kathy, su segunda hija. El áspero fonema gutural germano había dado lugar al más suave fonema anglosajón: Friedrich se había convertido en Frederick.

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En 1956 los Kohner comenzaron a ir a la playa a Malibu que nada tenía que ver con lo que es hoy en día este poblado costero. Solamente unas pocas celebrities de Hollywood vivían en sus casas sobre la playa e imagino que lo que atraía a los Kohner era que las playas solían ser más tranquilas y con menos gente que las de Santa Mónica. Además, Malibu sólo quedaba a unos 30 minutos de auto hacia el norte por la famosa Highway 1. El Pier (muelle) de Malibu todavía no había sido inmortalizado por los Beach Boys en su Surfin’ safari (“at Hungtinton and Malibu they’re shooting the Pier’”) en alusión a la maniobra que algunos surfistas en los 60 practicaban y que consistía en pasar surfeando entre las columnas del muelle cuando entraba algún swell grande. El nombre que los indios Chumash le habían puesto a esta playa humal-iwu tenía algo de profético ya que significaba “que hace ruido todo el tiempo”. Indudablemente hacía referencia al sonido de las olas rompiendo permanentemente a lo largo de la costa.

La felicidad por 30 dólares

Lo cierto es que Kathy que tenía 15 años por entonces, al igual que cualquier adolescente, se aburría yendo a la playa con su familia. Sin embargo, uno de estos fines de semana divisó en el agua a un grupo de muchachos, todos ellos varones y un poco más grandes, que se deslizaban con sus enormes longboards por las olas practicando ese deporte ritual hawaiano que Duke Kahanamoku -junto a muchos otros surferos- había contribuido a popularizar cuando trabajaba como guardavidas en las costas californianas. Desde el momento en que Kathy vio a esos jóvenes supo que lo que quería hacer era surfear. La fascinación fue inmediata. Tenía que conseguir una de esas tablas. Con sus ahorros -30 dólares- le compró a Mike Doyle -quien luego sería un famoso shaper- su primera tabla. Había concretado el primer paso, pero ahora restaba el más difícil de todos: ser aceptada en el grupo de varones surferos que literalmente vivían allí y a los que los visitantes domingueros llamaban despectivamente beach bums, es  decir, vagabundos de playa. Varios miembros del grupo vivían en la playa en un refugio hecho con madera y hojas de palmera, el Malibu shack. No sé si el enorme y costoso surf shop que hoy en día se encuentra frente al muelle es un homenaje a la cabaña original de la playa o no; de todos modos, no puedo dejar de pensar en lo irónico del caso. Como suele ocurrir en los grupos humanos en los que abunda la testosterona, todos los miembros tenían sus apodos: the Beetle, the Bucker, the Jaw, Quick, Golden Boy, Turtle, Moondoggie, Mysto, Steak, Scooter, Fencer, the Cat. El que a todas luces era el líder de la manada era el great Kahoona. Su liderazgo tenía que ver con el hecho de que era unos años más grande, había viajado más que todos y surfeaba incomparablemente mejor. El silencio con respecto a su pasado, hacía sospechar una infancia/adolescencia cuanto menos difícil. El resto de los miembros de la manada conformaban un grupo social variopinto: hijos rebeldes de millonarios, estudiantes universitarios e hijos de clase trabajadora. La playa era por entonces y sigue siendo hoy en día un gran ámbito de igualación social en donde las jerarquías pasan por las habilidades físicas y las destrezas deportivas. El liderazgo tribal renacía en el medio de la civilización occidental.

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Si bien hoy en día casi 60 años después de estos veranos a los cuales estamos aludiendo, la igualdad entre hombres y mujeres es reconocida y proclamada – al menos formalmente-, en la década del 50 en los Estados Unidos los roles que debían jugar las mujeres en la sociedad eran muy estereotipados y claramente surfear no estaba en lista de las actividades “socialmente” permitidas para el sexo femenino. Poco le importó a Kathy, ella quería surfear. Tras ciertas reticencias de parte del grupo y luego de demostrar su voluntad inquebrantable, los beach bums la incorporaron como un miembro más. Solo le faltaba una cosa que operaba como rito iniciático: un apodo. Su corta estatura le valdría el apodo de Gidget, Girl Midget. En inglés el término Midget se utiliza despectivamente para referirse a las personas que sufren de enanismo. Si iba a ser un miembro más del grupo, debía adaptarse a las reglas. De hecho, su entusiasmo por el surf y perseverancia rápidamente le ganaron el respeto de los varones. Intuyo que el hecho de que Kathy les llevara frecuentemente la comida que a hurtadillas lograba sacar de la alacena de su casa, debe haber contribuido también a su aceptación como miembro plenario del grupo de surferos hambrientos. Durante tres veranos seguidos Kathy reaparecería con su tabla retomando su lugar en la pandilla. Esos tres veranos fueron una verdadera experiencia formativa en la vida de Kathy. No faltaban las fiestas a la noche, los clichés del género veraniego como los besos furtivos viendo la luna reflejarse en el mar, las escapadas a espaldas de los padres en auto para ir a surfear y los tan temidos incendios de verano en Malibu.

Ícono pop por accidente

Un día, al pasar, Kathy le comentó a su padre Frederick que le gustaría poner por escrito algunas de las historias que había vivido durante esos veranos de 1956 1957. Lo interesante que su padre en lugar de fomentar la vena literaria en su hija alentando el desarrollo de sus capacidades, como cualquier padre habría hecho hoy en día, -al fin y al cabo la manera de vivir la paternidad es también algo histórico-, le sugirió que si le contaba sus experiencias de esos veranos, él mismo las podía transformar en un libro. En efecto, eso fue lo que sucedió. En 1957 Frederick Khoner publicaba una novela con el título Gidget basada en las experiencias de su hija, la verdadera Gidget. El libro fue un éxito de ventas absoluto y rotundo. Dos años después de su publicación en 1959 se filmaba la película basada en el libro que tenía a Sandra Dee en el papel estelar. En 1961, se filmaba una nueva película Gidget Goes Hawaiian y en 1963 Gidget Goes to Rome. En 1965 una jovencísima Sally Field interpretaba a la protagonista de la sitecom Gidget en la que desafortunadamente el surf estaba prácticamente ausente. El rutilante éxito del libro cambió la historia familiar. El oscuro ghost writer de Hollywood se convirtió en una celebridad.

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Recién en 2001 el libro fue reeditado con el copyright perteneciente a Kathy Kohner Zuckermann, la verdadera Gidget. Un acto legal por un lado, pero una cierta reparación histórica por otro. En esta ocasión como era de esperar abundaron las reseñas positivas del libro que había dado lugar a la creación de un ícono pop de los años 50. En una de estas reseñas Gidget era descripta como mitad Holden Caufield y mitad Lolita en alusión a los dos grades libros de J.D. Salinger The Catcher in the Rye y el homónimo de Nabokok respectivamente. Si bien es un tanto exagerado afirmar, como lo hace la prologuista de la última edición, que Gidget es un Catcher in the Rye para chicas, la popularidad del personaje había tocado un punto sensible en la sociedad americana de los 50 que tenía que ver con el nuevo rol de la mujer y de los jóvenes. El inmigrante judío austríaco que había vivido en la República de Weimar y en Paris en los años 20 y 30 se encontraba en una posición privilegiada para contarles a los norteamericanos acerca del nuevo papal de la mujer en la sociedad. Al hacerlo también les ofrecía un mensaje tranquilizador, al fin y al cabo era el padre quien contaba la historia de la “rebeldía” de su hija con respecto de los mandatos sociales. Las fotos de Frederick Kohler sentado en su estudio con su pipa y su hija Gidget sentada en su falda hablaban por sí solas. Cambio y transformación del rol de la mujer dentro del marco de las convenciones familiares de su tiempo. Nada revolucionario pero nada despreciable.

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Al fin y al cabo Kathy se transformó en símbolo femenino de liberación. La chica que surfeaba rompía los estereotipos del momento al menos durante el verano. De todos modos, no puedo de dejar de imaginarme que aproximadamente a 400 kilómetros al norte de Malibu los jóvenes de la Beat generation en Frisco (San Francisco) expresaban una rebeldía cultural un poco menos sana y un poco más radical. ¿Dean Moriarity podría haber sido el Great Kahoona? Sinceramente no lo creo. Así y todo, los méritos literarios de Gidget no eran pocos. El padre de Kathy había logrado capturar el lenguaje de la contracultura surfera de los 50 a través de las historias que su hija le había contado. Los personajes hablaban como hablaban esos surferos en los veranos del 56 y 57 utilizando expresiones como “bitchen surf” hang ten” “shoot the curl”. Es probable que al verano siguiente las expresiones hubieran cambiado, pero Mr. Kohler había logrado dejarnos un instantánea de cómo se hablaba en la rompiente de Malibu en 1956 y 1957. El verano pasado en Malibu la palabra cool para describir un día de buenas olas evidentemente no era más el anticuado “bitchen” sino “sicky”. De todos modos, creo que ya habrá cambiado tal como ocurre con la lengua popular constantemente. Ahora bien, tal como lo sospechaba Wilde, al mismo tiempo la vida imita al arte y la lengua popular recoge a los personajes literarios. Hoy en día cuando algún surfero monopoliza la rompiente sin darle lugar a los demás a menudo se escucha la pregunta retórica cargada de ironía: “Who the fuck do you think you are, the Great Kahoona?”

Happy ending

La historia de la novela se cierra con un final digno de Lost in translation. Gidget tras un desencuentro amoroso, puro y casto (vale la pena aclarar) con Moondoggie, busca refugio en el Great Kahoona, el líder del grupo de los beach bums. Gidget se queda dormida en el refugio con tanta mala suerte que por la mañana Moondoggie entra al Malibu shack y súbitamente sospecha una escena de amor consumado. Inmediatamente corre a buscar Kahoona que en ese momento sale del agua de una sesión mañanera de surf. Mientras los dos jóvenes tratan de salvar el malentendido a las trompadas, Gidget toma su tabla y se va a surfear las olas de un swell monumental.

Intuyo en este final la mano de papá Kohner. Un psicólogo se haría un verdadero pic nic con la historia y con las condiciones narrativas de la misma. Al mismo tiempo me permito sospechar que Gidget difícilmente hubiera podido separar tan tajantemente su amor por el surf y por un surfista. Papa Kohner y todos los papas americanos de la década del 50 podían estar tranquilos: sus hijas estaban dispuestas a ejercer nuevos roles en la sociedad, pero siempre dentro de los límites de la decencia. Tal vez aquí resida la clave del éxito de la novela y sus secuelas cinematográficas y televisivas.

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De acuerdo a los parámetros de una historia de celebrity de Hollywood ésta tendría que terminar con la internación de la otrora joven estrella en una clínica de desintoxicación por las adicciones causadas a raíz de su fama precoz. Este no será el caso de Gidget quien luego de aquellos tres veranos célebres continuará surfeando al menos dos más hasta su partida a la universidad en Oregon State. Después vinieron el matrimonio, los hijos y el trabajo, pero el legado de Gidget permanece vivo en las miles de mujeres surfistas que siguen animándose a correr olas en un contexto monopolizado por el sexo masculino. En 1995 la revista Surf Magazine invitó a Kathy a una sesión fotográfica en Malibu y ella tuvo la oportunidad de surfear de nuevo. De acuerdo a las fotos Kahty-Gidget seguía siendo una “linda señora” con todo lo que el término implica. Cuando llegó a la playa ahí estaba Mike Doyle a quién en 1957 le había comprado su primera tabla. No se había perdido un buen día de surf desde entonces. Por aquella época Kathy Kohner Zuckerman trabajaba como hostess en el restaurant Duke sobre la costa. Tal vez fuera un guiño del destino ya que Duke es una pequeña cadena de restaurantes cuyo nombre es un tributo al Duke Kahanamoku abanderado del aloha y una de las personalidades más influyentes en el mundo del surf junto a Kathy-Gidget. Por lo menos Gidget trabajaba a la vera de las aguas verdes del Pacífico que tantas alegrías le habían dado en su primera juventud y que la habían transformado casi sin quererlo en un ícono pop.

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Las fotos de Gidget joven pertenecen a Life Magazine.

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