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07 de diciembre 2018

Ezequiel Kopel

GEORGE H. W. BUSH, EL ÚLTIMO REPUBLICANO

Tiempo de lectura: 10 minutos

La anécdota pinta de cuerpo entero al reciente fallecido George H.W. Bush en tiempos en los que fue vicepresidente, respecto de cómo se ganó la confianza de Ronald Reagan pocos días después del atentado sufrido en 1981. Bush y Reagan se habían enfrentado en las internas republicanas de 1980, donde el más joven piloto de combate de la armada estadounidense durante la segunda Guerra Mundial había declinado atacar personalmente al gobernador de California, a pesar del consejo de sus asesores (Reagan derrotaría consecutivamente a Bush y al demócrata Jimmy Carter, encantando a los votantes con su capacidad para hablar acerca de “todos los temas” con la sinceridad de un abuelo). Aún persistía cierta desconfianza entre ambos ya que Reagan, en primera instancia, le había ofrecido al antiguo presidente Gerald Ford ser su compañero de fórmula y había aceptado a regañadientes a Bush como su vicepresidente luego de que Ford declinara el convite y el Partido Republicano presionara en favor del ex militar. Cuando aconteció el atentado, Bush -que estaba arriba del Air Force Two después de haber viajado a Forth Worth para inaugurar una plaqueta en el último hotel en el que se había alojado JFK antes de ser asesinado- preguntó quién estaba acompañando a Nancy Reagan en tan fatídica hora: “¿Alguien le está sosteniendo su mano a Nancy?”. En ese mismo momento, el Servicio Secreto le recomendó a Bush que, después de aterrizar en la Base Andrews de la Fuerza Aérea, volara en helicóptero directamente a la Casa Blanca en una clara muestra de liderazgo. Allí aterrizaría en South Lawn, donde lo hacen comúnmente los presidentes estadounidenses, y de esta manera, contribuiría a dejar en claro que estaba listo para tomar el mando si Reagan no llegaba a recuperarse. A pesar de las recomendaciones, Bush descartó la idea. El vicepresidente, en cambio, insistió en que el helicóptero volara a su residencia oficial en el Observatorio Naval, donde viajaría en una caravana a la Casa Blanca. El viaje sería más largo, pero Bush les explicó a sus asesores que sólo los presidentes aterrizan en South Lawn: él no era el presidente elegido.

Fundó un exitoso negocio petrolero luego de graduarse en Yale, al que le puso el particular nombre de 'Zapata Oil', por la película 'Viva Zapata' (protagonizada por Marlon Brando y basada en la vida del rebelde mexicano que luchó para proteger las tierras de los campesinos)

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Es posible que Bush nunca haya alcanzado la grandeza o popularidad de presidentes como Ronald Reagan, John Kennedy o Barack Obama, pero su vida ha cubierto como pocas casi todos los acontecimientos notables al fin del siglo XX. Luchó en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de venir de una familia acomodada, y su avión fue derribado dos veces. Fundó un exitoso negocio petrolero luego de graduarse en Yale, al que le puso el particular nombre de “Zapata Oil”, por la película “Viva Zapata” (protagonizada por Marlon Brando y basada en la vida del rebelde mexicano que luchó para proteger las tierras de los campesinos). Pronto llevó sus operaciones al Golfo Pérsico donde construyó el primer pozo de petróleo en alta mar de Kuwait con la aprobación de la familia gobernante Al-Sabah, a quienes luego restituiría en el poder ante la invasión iraquí de 1990. Pasó dos mandatos en la Cámara de Representantes, se desempeñó como embajador ante las Naciones Unidas y, más tarde, como un influyente enlace estadounidense en China, cuando aún no existía una embajada. Dirigió el Comité Nacional Republicano y, mucho más importante, la CIA. Esa posición fue más un premio consuelo que una promoción cuando Gerald Ford lo descartó como candidato a vicepresidente al suceder al Richard Nixon, pero siempre le confesó a sus allegados que aceptó el cargo por su sentido de servicio hacia los Estados Unidos luego del escándalo del Watergate. En un principio, fue muy criticado por provenir del establishment político y no del riñón de la comunidad de inteligencia en un álgido momento en el que el país y la CIA apoyaban a las dictaduras latinoamericanas y estimulaban el Plan Cóndor. No obstante, hoy se lo conoce en Washington como uno de sus mejores directores, a tal punto que en 1999 la Agencia cambió el nombre de su sede a “Centro George Bush de Inteligencia” a pesar de haber ejercido el cargo solo 11 meses. A partir de 1980 fue vicepresidente por ocho años (donde tuvo una importante y controvertida injerencia en el escándalo Irán-Contras) y luego presidente por otros cuatro (un logro al que nadie había accedido desde la vicepresidencia de Martin Van Buren en 1833 y su posterior presidencia en 1837). Permaneció en el cargo un solo periodo – igual que Van Buren- al ser derrotado por un combo huracanado que mezcló el carisma mediático de un joven Bill Clinton junto con un controvertido aumento de los impuestos que contradecía una promesa electoral. En el ocaso de su vida no se detuvo y cuando cumplió 90 años, lo festejó saltando con un paracaídas desde un avión.

Cuando llegó al más importante cargo de los Estados Unidos, se cumplió la máxima que reza que a un líder político debe medírselo según los retos que enfrenta; los de George H. W. Bush fueron variados y multidimensionales. Primero, por su intransigencia para pedir perdón cuando el 3 de julio de 1988, los Estados Unidos derribaron accidentalmente un avión civil iraní que transportaba 290 pasajeros y sentenció: “Nunca me disculparé en nombre de los Estados Unidos. No me importan los hechos”.

Bill Clinton Pays a Visit to George HW Bush While Giving Him a Pair of Clinton Socks https://twitter.com/GeorgeHWBush/status/1011352833176850437 Credit: George H.W. Bush/Twitter

Luego llegó la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del comunismo, que había empezado durante la presidencia de Reagan, pero que Bush tuvo que afrontar en su hora más delicada. Su manejo discreto, carente de la retórica triunfalista de los vencedores, evitando humillar a los rusos y sus aliados, fue uno de sus mayores logros. Es cierto que contó con la inestimable ayuda de Mijail Gorbachov para que el final de la Guerra Fría no desembocara en una espiral de violencia. En la histórica mañana del 10 de noviembre de 1989, luego de que el Muro cayera la noche anterior sin costos de vida humana, Bush se comunicó con el canciller alemán Helmut Kohl y le deseó “mucha suerte”. No faltaron las críticas que vieron un signo de debilidad en la moderación del presidente estadounidense, pero su responsabilidad reconoció desde un primer momento el riesgo de despertar al genio dormido del nacionalismo, por lo que fue presuroso en tomar él mismo una peligrosa iniciativa cuando fomentó como nadie – con la oposición de Francois Miterrand, Margaret Thatcher e incluso la del propio Gorbachov- la conveniencia de la unificación de Alemania. La actual canciller Angela Merkel, que se crió en Alemania del Este, parece no haber olvidado este momento ya que viajó especialmente a su funeral en Washington para presentarle sus respetos en nombre de la nación germana.

En la histórica mañana del 10 de noviembre de 1989, luego de que el Muro cayera la noche anterior sin costos de vida humana, Bush se comunicó con el canciller alemán Helmut Kohl y le deseó 'mucha suerte'. No faltaron las críticas que vieron un signo de debilidad en la moderación del presidente estadounidense

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Claramente, los eventos más significativos de su único mandato fueron en la esfera internacional aunque no se puede dejar de recordar que dentro de su país aprobó la legislación ambiental, aumentó el salario mínimo, consolidó el control del arsenal nuclear estadounidense -antes había armas nucleares en manos del Ejército y la Armada-, promulgó la Ley de Estadounidenses con Discapacidades y tuvo, al final de su gestión, la oposición de la famosa Asociación Nacional del Rifle (la cual se negó a respaldarlo durante su campaña de reelección en 1992 por no oponerse vigorosamente al proyecto de ley federal Brady, lo que habría requerido un período de espera de cinco días para comprar armas de fuego y permitir la verificación de antecedentes). Pero fue durante el mandato de Bush padre, junto a la acción de su injustamente olvidado secretario de Estado, James Baker, que los Estados Unidos tuvieron su última política exterior seria y efectiva. Nunca más Estados Unidos volvió a ser lo suficientemente respetado, temido o considerado como entonces: su hijo George W. Bush y su séquito de neoconservadores terminaron por contradecir todas las políticas de su padre, descalificando sus consejos. Se tiende a olvidar que, en la Primera Guerra del Golfo, Bush comandó una coalición internacional de 32 países (donde estaban Turquía, Siria, y Egipto entre otros) que cumplió dos resoluciones de las Naciones Unidas que le daban a Saddam Hussein cinco meses para retirarse de Kuwait. Saddam había tomado la iniciativa unilateral de ocupar Kuwait – y su petróleo- en 1990 mientras se había comprometido a una mediación de Egipto por el dominio de unas islas que los kuwaitíes habían cedido durante la Guerra Irak -Irán junto a la negación de condonarle una deuda económica también contraída durante ese conflicto. A la vez, es imposible negar que Bush padre cometió algunos errores graves en Irak: alentó a los iraquíes a levantarse contra Saddam, y cuando lo hicieron, al final de la guerra, fueron abandonados por los estadounidenses. También es cierto que puso algún tipo de limitación a las fuerzas iraquíes al crear una zona de exclusión aérea sobre el Kurdistán iraquí, pero la misma no incluía el uso de helicópteros que fue el medio que terminó usando el sádico líder iraquí para asesinar a miles de kurdos (más tarde, esa categoría de aeroplano entró en la prohibición y dicha protección estadounidense terminó creando la hoy única autonomía que gozan los kurdos en Medio Oriente). Asimismo, se rehusó a conquistar Bagdad bajo el argumento de que “ocupar Irak pondría a todo el mundo árabe contra nosotros y convertiría a un tirano en un héroe árabe”. Su inteligente secretario de Estado lo explicó mejor en 1996: “A diferencia de Panamá, donde había un gobierno democráticamente electo, no existía una oposición organizada a Saddam; que nosotros lo sacáramos del poder llevaría a una guerra civil convirtiendo a nuestras fuerzas en una ocupación militar de indefinida duración para pacificar el país y mantener el orden.”

Nunca más Estados Unidos volvió a ser lo suficientemente respetado, temido o considerado como entonces: su hijo George W. Bush y su séquito de neoconservadores terminaron por contradecir todas las políticas de su padre, descalificando sus consejos

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A la vez, fue el único presidente estadounidense que se enfrentó a Israel desde 1967 y le aplicó sanciones, tratando de limitar la expansión de los asentamientos ilegales judíos en los territorios ocupados y, de esta manera, lograr la negociación con los palestinos. Todo empezó en junio de 1990, cuando James Baker, compareciendo ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, pidió un poco de “buena fe” al por entonces primer ministro israelí, Yitzhak Shamir. “Cuando sea serio acerca de la paz, llámenos”, dijo Baker, dirigiéndose a un Shamir virtual, y repitiendo en voz alta el número de teléfono de la Casa Blanca. Israel necesitaba el dinero estadounidense para absorber a un millón de refugiados judíos que pretendían abandonar la Unión Soviética en su hora final, por lo que el presidente Bush y su secretario de Estado condicionaron la entrega monetaria a que los israelíes se sentaran en las Conversaciones de Paz de Madrid por primera vez frente a frente con los palestinos (junto a los jordanos) desde la creación de Israel en 1948. Vale recordar que todo este proceso terminó desembocando en los Acuerdos de Oslo de 1993 (como también destacar que el mayor opositor dentro del gobierno de Shamir a hablar con los palestinos era el hoy primer ministro Benjamín Nethanyahu). Por supuesto, los activistas y lobbistas proisraelíes nunca le perdonaron a Bush que expresara que era “un hombre solitario” que se enfrentaba a “miles de lobistas en la Colina (Washington)”. Se refería claramente a los lobbistas del Comité de Asuntos Públicos Americano Israelí (AIPAC) que rechazaban su promesa de suspender las garantías de préstamos a Israel a menos que congelara la construcción de sus asentamientos. El final de esa historia es harto conocido: mientras Bush obtuvo sólo el 11 por ciento del voto judío en la elección de 1992 -un tercio de lo que consiguió cuatro años antes y el menor porcentaje que recibió un candidato republicano desde la fecha- AIPAC, quien evita llamar a Cisjordania “territorio ocupado” y prefiere “territorio en disputa”, hoy es tan poderosa que no hay candidato a presidente estadounidense que no visite su convención antes de una elección presidencial.

fue el único presidente estadounidense que se enfrentó a Israel desde 1967 y le aplicó sanciones, tratando de limitar la expansión de los asentamientos ilegales judíos en los territorios ocupados y, de esta manera, lograr la negociación con los palestinos

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Cuando perdió la presidencia con Clinton (a quien le dejo una histórica carta de bienvenida en la Oficina Oval que decía entre otras cosas: “Serás nuestro presidente cuando leas esta nota. Te deseo lo mejor para vos y tu familia. Tu éxito ahora es el éxito de nuestro país. Estoy hinchando fuerte por tu éxito”), se retiró de las miradas de la prensa y sólo apareció cuando fue convocado por algún presidente para una misión humanitaria o recordatorio oficial. En 2015, apareció su monumental biografía escrita por el premio Pullitzer John Meachan llamada “Destino y Poder, la odisea americana de George Herbert Walker Bush”, donde criticó la administración de su hijo -sin nombrarlo personalmente- al sentenciar que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld “sirvió al presidente muy mal” y que el vicepresidente Dick Cheney, mancilló la administración con una retórica belicista desarrollando una base propia de poder dentro del gobierno “como una especie de Departamento de Estado propio”. También se preocupó en situar su propio legado y lo colocó “perdido entre la gloria de Reagan -con los monumentos en todas partes, las trompetas, el gran héroe- y los juicios y tribulaciones de mis hijos”. Hoy está más que claro que su comprensión de una región como Medio Oriente tenía un nivel de sofisticación totalmente desconocido para los cuatro titulares de la presidencia que lo sucedieron. Fue un presidente que presidió el final de la Guerra Fría con planificación, experiencia, y una dedicación que ahora es casi inimaginable. Claramente, hoy sería una verdadera rareza que Bush fuera elegido presidente por el Partido Republicano en primer lugar. Como hace días lo recordó el gran escritor Stephen King en su cuenta de Twitter: “¿Recuerdan cuando George Bush perdió un debate presidencial con Clinton (y quizás la presidencia) por sólo estar mirando su reloj? Hoy tenemos un mentiroso en serie, un mujeriego, un tipo que se escapó del ejército y está rodeado por un grupo de cocodrilos corruptos como presidente. Los tiempos cambian, ¿eh?”

31 Jul 1991, Moscow, Russia --- Presidents Bush and Gorbachev shake hands at the end of a press conference about the peace summit in Moscow. --- Image by © Peter Turnley/Corbis

Su último mensaje fue oponerse a que Donald Trump – que había criticado fuertemente a su familia- concurriera al funeral de su esposa Bárbara, en abril de este año. En cambio, sus hijos no pudieron hacer lo mismo con el actual presidente al verse obligados a invitarlo a la ceremonia de despedida de su padre, siguiendo el protocolo de estado que obliga a invitar a todos los presidentes vivos o en función. Sin embargo, se rehusaron a que Trump brindara un discurso de ocasión. En los tiempos actuales, Bush padre parece una especie casi extinguida: un republicano orientado a la diplomacia, que buscó consensos, mientras su partido fluye hacia una derecha sin horizontes. Tal como el fallecido presidente lo había relatado en su diario en 1988: “No les importa el Partido. No les importa nada y lo destruirán si se les permite dominarlo”. Claramente, la historia no es impredecible ni inevitable, basada en un cúmulo de decisiones medidas entre un balance de desafíos y oportunidades. Ante esto, sólo cabe preguntarse ¿cuántos “liberales” quisieran tener un presidente “conservador” como Bush hoy en día?

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Comentarios

  1. Andrés MC

    el 17/12/2018

    Muy buena nota.

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