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26 de noviembre 2016

Esteban De Gori

FIDEL

Tiempo de lectura: 2 minutos

En 1960, el sociólogo norteamericano Wright Mills escribe “Listen, Yankee ” (Escucha, Yankee) interesado por el cambio político en Cuba y por los debates que había suscitado entre los intelectuales norteamericanos. Allí observaba el surgimiento de una Nueva Izquierda. No le parecía una continuidad de las políticas, ni de los imaginarios del Kremlin. Había algo novedoso. Inquietante. Fidel era un dirigente y una estética en construcción, como el mismísimo laboratorio cubano. Nada hacía suponer lo que fue después.

A los ojos de Mills esa experiencia sorteaba la ortodoxia soviética y el liberalismo de izquierda. Había algo de los modelos de interpretación impuestos en la posguerra que no funcionaban para explicar ese liderazgo y ese proceso. Cuba hacía ruido como una especie de anomalía analítica que los conservadores norteamericanos buscaban fijar en el orbe soviético. Fidel y su estética caribeña y discursiva se distanciaban de los jerarcas rusos y yugoslavos.

Esa novedad de origen de la revolución cubana le permitiría a Fidel entrar y salir de la Guerra Fría, ser parte de un gran y heterogéneo bloque de fuerzas internacionales y -a su vez- mantenerse ajena a éstas. Todas las habilidades del boxeador profesional estaban en marcha. Ese rasgo de nueva izquierda protegió -décadas mas tarde- a los cubanos del colapso del 89 y los mantuvo en la tarima hasta hoy. Una isla se volvió un pedazo de mundo.

Esa novedad de origen de la revolución cubana le permitiría a Fidel entrar y salir de la Guerra Fría, ser parte de un gran y heterogéneo bloque de fuerzas internacionales y –a su vez- mantenerse ajena a éstas.

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Su biografía política emerge en su lucha contra Batista y con la afirmación de un mundo nuclear y se termina con el triunfo de Trump, con una Cuba decidida y empujada por el cambio y con un Vaticano dispuesto a contener las fuerzas globales. Deja otro laboratorio en marcha. Pero su obra política sigue ahí. Fidel fue un gran constructor de órdenes y escenarios. Cuba se mantuvo en la región y en su propia nación. Soportó inclemencias locales e internacionales. Se hizo amiga del PRI mexicano, de muchos gobiernos de izquierda, de la Argentina cuando guerreó en Malvinas, de dirigentes como Manuel Fraga y, por último, coqueteó con los demócratas norteamericanos para evitar un colapso que todavía puede ser. Jugó en las grandes ligas. Reordenó su patio interno con rigor y dulzura. Se revitalizó con los progresismos del siglo XXI. Y, al final, salió ilesa. Fidel salvó la revolución y su condición singular de izquierda.

Su muerte cierra el siglo XX latinoamericano y un lenguaje de grandes relatos e imaginaciones. Ese GPS que Cuba puso a finales de los 50 se ha recalibrado tantas veces como la cintura del beisbolista Fidel lo permitió. De ahora en más se abre otro escenario. El constructor de ese mundo ya no está.

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