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Unos pocos años le bastaron a Eva Perón para convertir lo particular, que era ella misma, en un ser universal. Desde Madona hasta Natalia Oreiro a todos nos atraen las historias de aquellos que se hicieron desde abajo. Pero no solo eso, la muerte prematura y un legado perenne hace que Eva Perón vuelva cada vez, en diferentes contextos, como un signo que siempre está dispuesto a irrumpir en la historia.

En algún punto Evita tuvo que quebrar una dinámica del mundo y el peronismo le ofreció el contexto ideal para hacerse. Porque Evita se hizo en el sentido existencial del término. Juan José Sebreli en su libro Eva Perón, ¿aventurera o militante? fue uno de los primeros en rescatarla imitando la forma en que Sartre lo había hecho con el poeta Jean Genet. Para Sartre -y así lo “aplican” a Eva Duarte- el hombre es un bastardo, es decir, es un ser que no es nada y debe hacerse a sí mismo. En el caso de Evita, ésta bastardía debe verse en el momento histórico: llega al poder alguien que no tiene apellido, no es de “familia de bien”, no tiene antepasados ilustres y tiene la dudosa profesión de actriz. Decía Sartre: “Niño sin madre, efecto sin causa, Genet realiza en la rebelión, en el orgullo, en la desdicha, el soberbio proyecto de ser la causa de sí mismo”.

“Darse el Ser” o inventarse. Si no te podés recostar en tus antepasados hay trabajo que hacer. A propósito, Piglia decía que Borges se había “inventado” una genealogía y lo unía a Evita en este destino. Borges estaba un poco obsesionado con el tema de los antepasados de su madre y él mismo escribe el camino de sus antepasados. En este punto del camino Borges y Evita se encuentran porque, en sus inicios, no tienen apellido. No son nadie. Luego, esos caminos se bifurcan. Pero no hay que olvidar que, tanto como Evita, Borges es un trabajador, un tipo que se gana el mango dando conferencias.  

Volvamos. Más que nunca con Evita se aplica aquella máxima sartreana: la libertad es eso que hacemos con lo que han hecho de nosotros. Pero más allá de la lucha ontológica, por ser lo que somos, hay algo que desborda lo individual. Porque Eva Duarte para hacerse Evita se tiene que hacer peronista. Se pone la Historia sobre sus hombros. Logra sincronizar lo particular y lo universal en su persona. A través de ella es el pueblo el que llega. Sebreli escribe en su viejo texto: “Por medio de Eva Perón, los trabajadores exiliados en su propio país hasta entonces comenzaron a sentirse como en su casa, en las fábricas donde debían ser respetados por el patrón, en la calle y hasta en la administración pública, la solidaridad de la acción política los liberaba de la soledad y la tristeza que es la característica de la condición obrera”.

Para usar la fatigada metáfora de Borges: en la década del cuarenta hay un Aleph (¿una sobredeterminación?) donde confluyen Perón, Evita, los trabajadores movilizados que han invadido el centro de Argentina. Vemos a los protagonistas haciendo materialmente la historia: luchan, mueren, son amados y odiados en igual medida. Pero el espíritu de una época, se sabe, porque es su astucia, hace “actuar en lugar suyo a las pasiones… Lo particular es, casi siempre, demasiado pequeño frente a lo universal; es así como los individuos quedan sacrificados y abandonados. La Idea paga el tributo de la existencia y de la caducidad no por sí misma, sino mediante las pasiones de los sujetos”, como dice Hegel. Evita se ha entregado en vida a su causa y ahora vive en el pueblo peronista. Por eso Evita, que no era nada, ahora es una Santa del peronismo.