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11 de octubre 2016

Marina Mariasch

ES MÁS FÁCIL PENSAR EN EL FIN DE LAS MUJERES QUE EN EL FIN DEL FEMINISMO

Tiempo de lectura: 4 minutos

La fuerza de las ideas no se dispersa con balas de goma. Las ideologías no se extinguen fácilmente, tienen la capacidad de sobrevivir las civilizaciones como documentos que iluminan el presente. En cambio, las mujeres, las niñas, las trans, mueren por un sistema de ideologías y procesadas por las instituciones. En los últimos días tuvo lugar el 31° Encuentro Nacional de Mujeres, un evento que crece cada año y se multiplica en concurrencia desde el primer #NiUnaMenos. Con sus internas y las eventuales diferencias que puedan existir entre las organizaciones y cada una de las mujeres que participan, el Encuentro que se sostiene firme sólo llegó a los grandes medios nacionales gracias a la represión policial por gritar y pintar paredes. Nos desayunamos con el femicidio nuestro de cada día. Hoy también. Todos los días, entre el clima y los goles, salen noticias de mujeres asesinadas. Y hay otras que no salen. La mañana de lluvia torrencial de la semana pasada apareció tirada en el asfalto una nena de 8 en Villa Insuperable. Otra nena apareció muerta cerca de Villa Diamante. Los nombres de las villas son hermosos como si la fuerza de un nombre pudiera soslayar el crecimiento exponencial de la asimetría en la distribución de los ingresos. Esas nenas, esas mujeres asesinadas cada 30 horas, las que se mueren en abortos clandestinos, fueron hermosas para alguien. También las trans que mueren a golpes, violadas, por la policía, sin acceso a la salud ni al trabajo digno.

el Encuentro que se sostiene firme sólo llegó a los grandes medios nacionales gracias a la represión policial por gritar y pintar paredes

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El enemigo no está fuera, en un horizonte lejano e imperceptible, está acá cerca, todos los días. Para la desigualdad en general, es el capitalismo patriarcal. Para las víctimas de femicidio, el hijo sano de ese sistema. Según estadísticas de la OVD, en un 90 % de las veces el agresor parte de su círculo íntimo: un padre, un novio, un ex, un jefe. Hay un 50% de posibilidades de que se trate de una persona con la que vive; hay más de un 70% de chances de que en una situación de violencia, la mujer esté embarazada o haya niños presentes. Son datos, son números, pasan y se gastan, como nosotras, como los días y la espuma que nos sube cuando la lengua de fuego de los titulares dice que la chica era una puta, que iba a bailar, que en la política las mujeres se pelean por ataques de nervios y no por diferencias ideológicas. Son datos que se acumulan en la vida cotidiana de las mujeres, que significan una mujer menos, que ser mujer es menos.

Desde que se instaló la figura del femicidio y la cuestión de género se plantó en la agenda política y social, a partir de programas diseñados la década pasada, del #NiUnaMenos, y, a nivel mundial, de una ola que lleva el poder femenino al pop y a las remeras, parece haber cambiado la percepción del tema. En palabras más precisas, ¿las cifras que dan cuenta de los femicidios, la violencia y las desigualdades aumentaron porque aumentó la violencia, o porque ahora el tema cobró en los últimos años mayor visibilidad? La respuesta es esto último. Puede que exista un efecto de reacción, pero también hubo un proceso de empoderamiento de las mujeres en la construcción de contrahegomonía frente al patriarcado. Aumentaron los instrumentos de reconocimiento y visibilización de la violencia de género, su puesta en día frente a la opinión pública como una problemática a transformar. No hay hechos sin su construcción, no hay teoría sin dato.

Son datos, son números, pasan y se gastan, como nosotras, como los días y la espuma

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Hoy, la legimitación de la violencia verbal y física está en la voz presidencial, en los teatros de revistas de la calle Corrientes, en los programas de televisión, y también en las casas, en las escuelas, el trabajo, los hospitales, las producciones culturales. Existe un sistema de representación institucionalizado que canaliza y disemina la violencia masculina en los cuerpos femeninos. La exclusión y la discriminación son maneras de la violencia. El diario pasará, como las muertes y los datos, las protestas de las chicas en las redes cuando nos dejan afuera de las bancadas, de los puestos altos, las columnas de opinión, las antologías literarias. La exclusión es un fantasma muy común, y recorre el universo de los géneros y las diferencias hace unos cuantos años. Cansa.

Cansa que en cada capacitación, en cada charla, nos pregunten qué pasa cuando una mujer le pega a un varón. Qué les pasa a aquellas personas que parecen no ver el sol, que lo tapan con un dedo, ¿es más fácil llegar al sol que a su corazón? Cansa que sigan haciendo notas sobre mujeres que escriben, que aclaren que también hay mujeres capaces, también hay mujeres inteligentes, como una novedad o una excepción. Cansa que sigan existiendo estos debates. Pero si no los damos, nos extinguimos. Antes que los pandas, antes que los tigres blancos, antes que el feminismo. Porque ser feminista no es el capricho de tener el pedazo más grande de la torta. Ni apropiarse de manera frívola de los principios básicos de un movimiento complejo que camina la historia hace rato, con logros y pérdidas, para montarse al ímpetu punitivista para justificar la violencia policial, como lo hizo la gobernadora Vidal con el caso Lucas Cabello, ni la penalización a mansalva, como con el incidente Cordera. Es necesario discutir y desmontar la cultura misógina, pero no habilitar la criminalización del discurso. Las feministas populares tenemos un enorme desafío en desarmar estas estrategias de sometimiento, violencia y exclusión. Está claro para el feminismo que militamos, un feminismo de las redes, de prevención y educación sexual, que ese no es el camino, sino el cambio cultural.

ser feminista no es el capricho de tener el pedazo más grande de la torta

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La función del prejuicio es preservar a quien juzga de exponerse abiertamente a lo real y de tener que afrontarlo pensando, explicó bien Hannah Arendt. Lo real es que estamos aquí, sumando un buen porcentaje al PBI de los países en tareas silenciosas y no remuneradas muchas veces, en la base de la pirámide y sin ningún enigma. Y puede ser que nos sigan matando. Pero el feminismo va a sobrevivir porque se hace cuerpo en mujeres y hombres que entienden que las diferencias sexuales implican diferencias sociales. El feminismo encarnado en una fuerza social hace de los conceptos y consignas ideas con el poder capaz de transformar la realidad.

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