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19 de agosto 2016

Mariano Schuster

Jefe de redacción de La Vanguardia. Editor en Nueva Sociedad.

EL ÚLTIMO PUÑETAZO DE LA REVOLUCIÓN

Tiempo de lectura: 5 minutos

Me  gustaría que Don King estuviese aquí. Me gustaría que parquease su Mercedes en la puerta y que entrase con miedo a este barrio tan bello como maldito. Me gustaría que conociese esta tierra: la de El Náutico de mi querida Habana. Me gustaría que como tantas otras veces lloriquease frente al cubano pobre, frente al cubano amateur, frente al cubano invencible. – Hey men, súbete al cuadrilátero y tumba a los míos. Rogando… como siempre. Don King estaría aquí, rogando…

¿Cuántas veces lo rechacé? ¿Fueron dos, tres? Podrían haber sido cientos. Hoy, debo reconocerlo,  sus dólares, los U$S, los de la cara de ese tal George Washington, me servirían. ¿Saben ustedes cuánto vale un millón de american dollars en peso cubano? Yo tampoco…solo sé que es mucho. Si los tuviera los convertiría en vodka y cigarrillos.

Fui el mejor del mundo. Pero soy modesto

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La que están viendo no es mi mejor imagen. ¿Pero es que un hombre no puede sentarse tranquilo en una butaca de madera a fumar y beber, con la puerta entreabierta, a ver como el sol golpea las casas vecinas? Para algo hicimos la revolución. Para que los niños estudien, para que las familias coman, para que todos vivamos. Yo elegí golpear y beber. Júzguenme si quieren

Fui el mejor del mundo. Y soy modesto. Tengo en mi memoria las 301 victorias de mis 321 combates. Las derrotas, claro, están más que grabadas. Gané el Oro en tres Olimpíadas consecutivas y nunca dejé de ser amateur. Pude haber optado por el profesionalismo y el dinero. No lo hice. ¿Arrepentimientos? Ninguno.

HAVANA, CUBA - JANUARY 20: Boxing legend Muhamad Ali (L) and Cuba?s boxing legend Teofilo Stevenson (R) spar jokingly at the El Morro lighthouse, on January 20, 1996, in Havana, Cuba. Stevenson, who won 3 Olympic Gold medals, died of heart attack at the age of 60 on June 11, 2012, in Havana, Cuba. (Photo by Sven Creutzmann/Mambo photo/Getty Images)

De mí se ha dicho de todo. En Inglaterra aseguraron que era el hombre más importante de Cuba después de Fidel. En Estados Unidos me acusaron de violento y criminal. Emmanuel Steward, otro grande del boxeo, dijo, casi entre lágrimas, que yo era el peleador más perfectamente balanceado que él hubiera visto jamás. Mi amigo Muhammad Ali, me calificó de “gran boxeador de tres asaltos”. Díganme ustedes si no tengo derecho a morir tranquilo. Bebiendo y fumando. Fumando y bebiendo.

Viví como un luchador porque nací como tal. Aprendí a golpear y a morder el polvo en Las Tunas. Soy hijo de gente pobre e inmigrante, hijo de un boxeador aficionado y de una época de cambios y revoluciones. Y soy, créanme, un hombre honesto. Mi memoria está intacta: me llevaré a la tumba el recuerdo de mis primeros combates en el Estadio Julio Antonio Mella. Me llevaré a la tumba las imágenes de aquel primer campeonato en Playa Girón.

Doy otra calada a mi cigarrillo y lo tiro al suelo. Hace un calor infernal. Me levanto y agarro una cerveza. Una Cristal, hecha en Cuba. Vodka y cerveza en la mano… ¿Tenemos tiempo? No lo sé.

Entonces, sí que lo tenía. Tenía 20 años y un sueño. Era 1972. Estaba en Munich, las luces me encandilaban y los alemanes me hacían pensar en una raza pretérita. Todos con su tono imperativo y grotesco. Todos con sus cervezas cayendo como baba por los labios. Yo había ido a pelear. Y peleé. Agarré a Duane Bobick, “la esperanza blanca del boxeo” y lo dejé como tal: siguió siendo siempre la esperanza blanca. Sus 62 victorias consecutivas se quedaron en eso: en 62. Le partí la cara y seguí mi camino.  Fue mi primer oro olímpico. En 1976 también tenía tiempo pero no me lo hicieron perder. Puse un par de puñetazos sobre la cara de John Tate y lo dejé knock out. El oro en Montreal también era mio. En 1980, ahora lo recuerdo bien, las cosas fueron mejores. Estaba en Moscú, una ciudad hermana y me costó golpear. La camaradería me partía el corazón. El húngaro Levai fue un rival duro. Consiguió aguantar más de tres asaltos, algo que nunca más consiguió nadie en ninguna otra Olimpíada. Pero la final contra Pyotr Záyev fue más fácil de lo que esperaba. Tercer oro olímpico.

Hasta Alí me reconoció como campeón, mis respetos a él

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El cubanito amateur les ganaba a todos. Sí, yo, Teófilo Stevenson, el chico de los puños de oro, el del metro noventa, el negro imposible, estaba hecho para matar.  Bob Arum y Don King deben haber hablado muchas veces sobre mi. Los imagino rodeados de mujeres guapas y ardientes, tirados en Miami con ron y mojitos, mirando la Ocean Beach con sus malditos dólares. ¿Cómo podrían entenderme ellos?

Don King, se los confieso, llegó a cansarme. La primera vez que me habló puso la mano en mi hombro con un gesto inequívoco de lastima. No conseguía comprender como un cubano pobre despreciaba sus propuestas.

Tengo un millón de dólares para que pelees con Ali. – soltó el mastodonte

¿Un millón de dólares? No cambiaría un pedazo de la tierra de Cuba por todo el dinero que puedan darme. Prefiero el cariño de ocho millones de cubanos. – le dije

Fidel defendió mi gesto hasta la emoción. Debe haberle gustado el título que puso en aquellos días la Sports Illustrated tituló bien: “Teofilo Stevenson: antes rojo que rico”.

Teofilo final

Ya no sé cuantas ofertas me hicieron. Solo que las rechacé todas y que aquí me tienen, fumando como un condenado en La Habana. Le dije que no a Joe Frazier. Le dije que no a Ali. Sin embargo, los admiré. Mucho, como cualquier hombre que se precie de amar el arte.

Muhhamed fue un buen hombre. Cuando estuvo aquí, en Cuba, hizo lo que un muchacho de su talla teniá que hacer. Apoyó la revolución y trajo medicinas. Nos estrechamos la mano, nos dimos unos cuantos golpes para la afición y nos abrazamos.

No quisiera dejarles esta última imagen ni irme sin decirles que todo lo que dijo la prensa yankee fue mentira. Esta casa desde la que fumo y bebo, desde la que bebo y fumo, desde la que vivo y muero, desde la que muero y vivo, me la regaló Fidel. Es cierto. ¿Ven ustedes aquí una mansión? ¿Ven los lujos y placeres de los que habla la gusanería de Miami? Observen bien… No conozco millonario alguno que viva como yo.

Prefiero el amor de 8 millones de cubanos que 1 millón de dólares

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La sonrisa se borra con los años. Soy un eterno boxeador amateur que lo tuvo todo. Menos el dinero que rechacé para defender lo que es mio. Soy propietario del pedazo de revolución que me corresponde. Porque si la revolución fuese totalmente justa – como quería el Che – todos mereceríamos la misma porción de ella.

Tengo sesenta años y estoy viejo. Aquí, como me ven hoy, 11 de junio de 2012, con esta botella de vodka en la mano – ¡salud camaradas! – y este popular colgando de mi boca, voy a morir.

¿Cómo mueren, les pregunto, los campeones olímpicos? ¿Cómo mueren los campeones cuando pierden? No me hablen de heroicidad. Yo solo soy un cubano amado por otros cubanos.

Si Don King estuviese aquí, rechazaría una vez más sus dolares. Miro el retrato de Fidel,  doy otra calada al Popular y tomo otro sorbo de vodka. Pasa una guagua y los niños me saludan. Los rayos del sol pegan fuerte sobre el Malecón que está a lo lejos. Ya no lo veré. Me duele el corazón. Cuando me encuentre con San Pedro le ofreceré batalla. No me gustan los intermediarios. Si me ofrece dinero para pelear con Dios y el Diablo,  no le aceptaré los dólares.

DELICIAS, CUBA - JULY 30: Cuba’s boxing legend Teofilo Stevenson sits next to a photo of Cuba’s Revolution leader Fidel Castro in his home in Delicias on July 30, 2000, in the eastern province Las Tunas, Cuba. Stevenson, who won 3 Olympic Gold medals and was 3 times World Champion, died of heart attack at the age of 60 on June 11, 2012, in Havana, Cuba. (Photo by Sven Creutzmann/Mambo photo/Getty Images)

 

 

 

 

 

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