
Por lo menos desde 2004, ubicando el indie 1.0 en la salida del disco “navidad de reserva” de el mató, la generación laptra y bandas más o menos circundantes y emergentes empezaron a romper la idea del frontman, el rocker reventado, la estrella sexualizada, etc. Iniciáticamente Santiago Motorizado, el buda que elegimos amar, cantaba “hoy miro el piso asustado”. Y los Valentín y los volcanes entonaban “yo juego al perdedor, porque sé que al fin se que ganaremos los dos”. Y las Ligas Menores “prefiero el silencio de la montaña a escucharte hablar de como nunca perdés”. El indie no necesitaba de un tipo haciéndose el loco en el escenario, arengando, bajando línea de cuarta (a Rolo no le gusta esto). La revancha de los que no bailaban en fiestas de 15. Los impopulares al poder con el indie norteamericano como referencia ineludible: Dinosaur Jr, Sonic Youth, Guided by Voices y así.
En fin. Un modo distinto de posicionarse frente al mercado, las prácticas de gestión, los públicos, que a su vez son un modo distinto de pensar el mundo, desde ya. Pero en ese ciclo ascendente del indie el “mainstream” tenía (y seguirá de algún modo teniendo) sus bandas y estrellas y cantantes que también hacían sus carreras en los rieles, más o menos doblados, de lo instituido.
Tan biónica, una banda de rock pop, con un primer disco aceptable (¿“Mi novia biónica” no es un hit?), en 2011 saltó a la masividad con “Obsesionario”, se consagró con “Destinología”, se desarmó en pleno auge y su frontman, Chano Moreno Carpentier, empezó su carrera solista.
Chano se droga, choca, se brota, le pegan un tiro, porque -como a cualquiera- este tiempo le es demasiado? “Volvería con cualquiera de mis ex”, dijo en una entrevista y se hizo meme, más vale. Chano es el rockstar roto. El que arrastra en su cuerpo la historia larga de los últimos diez años
Las canciones de Tan Biónica giran mas, menos, en torno al amor perdido y la melancolía de viejas relaciones, pibas en el combo de belleza y destrucción (“loca vos no entendés nada de vivir”, la cocaína como combustible ciudadano, las consecuencias emocionales de las resacas (“dominguicidio”), los espectros que habitan la ruptura amorosa y las ganas de estar en un locus amenus mental que no existe en el presente. Chano, el hauntológico porteño un poco pretencioso, “y escucho voces dentro de mi casa, a veces creo que es tu fantasma”. A Tan Biónica, y sobre todo a su líder el mundo lo pasó por encima, arrasando y transformando todo.
Chano quedó en el medio de los movimientos tectónicos de la época cuyas réplicas pegaron en su fama, sus nuevos amigos, su vertiginosa movilidad ascendente (fue mozo en Puerto Madero), los feminismos que reordenaron con justicia la escena musical completa, la renovación generacional, incluso la promesa trunca de Cambiemos de hacernos parte del mundo (el partido tomó “Mágica ciudad de Buenos Aires” como himno).
El video “Qué lindo arruinarse con vos” está protagonizado por hombres en situaciones cotidianas llorando desconsolados por alguna ruptura amorosa. ¿Chano está solo? ¿Chano llora por amor? ¿Chano se droga, choca, se brota, le pegan un tiro, porque -como a cualquiera- este tiempo le es demasiado? “Volvería con cualquiera de mis ex”, dijo en una entrevista y se hizo meme, más vale. Chano es el rockstar roto. El que arrastra en su cuerpo la historia larga de los últimos diez años; pero que, al menos para mí, por suerte, igual la excede un poco: en su rotura también se arma de nuevo y nos representa. Va con Tinelli y llora y lo abrazan. Y va con Jay Mammon, pasa lo mismo, y al final del programa entona “La melodía de Dios” forzando su cuerpo, sus cuerdas vocales y mira a la cámara y mira para abajo. Y ahí está el Chano nuevo. Porque al final de todo cuando todo cruje, lo único que buscamos es que nos quieran un poco. El trayecto sensible hasta esa verdad estallada de lugar común es su canción. Y por acá seguirá sonando.
