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04 de octubre 2018

Jimena Valdez

EL PACTO SECRETO MÁS PÚBLICO DEL MUNDO

Tiempo de lectura: 6 minutos

Brett Kavanaugh quiere ser juez de la Corte Suprema de Estados Unidos. Lleva toda su vida preparándose para este puesto y lo dice. Es de buena familia, su padre es abogado y empresario, su madre es jueza. Hizo el secundario en un colegio privado católico solo de hombres de una zona rica de Washington DC. Estudió historia en la Universidad de Yale, donde perteneció a la fraternidad Delta Kappa Epsilon. Fue en Yale donde siguió estudiando para convertirse en abogado. Trabajó toda su vida en la función pública y es juez desde 2006. El 9 de julio de 2018, Donald Trump lo nominó para la Corte Suprema de Estados Unidos, en reemplazo del Juez Anthony Kennedy que está retirándose. Kavanaugh es un hombre abiertamente asociado al Partido Republicano y conservador y se esperaba que sentencie en ese sentido. Incluso, se temía que al llegar él a la Corte y generar una mayoría conservadora allí, se deshiciera el histórico fallo Roe vs. Wade del año 1973 que permite a las mujeres abortar en Estados Unidos. Con mayoría de los Republicanos en el Congreso se suponía que su nombramiento era un hecho, hasta que trascendió una denuncia en su contra por intento de violación.

Kavanaugh era un adolescente de 17 años cuando una tarde cualquiera del verano de 1982 estaba borracho en el living de la casa de un amigo. También estaba allí una chica de 15 años, tomando una cerveza. En algún momento ella subió al segundo piso de la casa para ir al baño, y fue entonces cuando Brett y su amigo Marc Judge la empujaron a un cuarto, donde intentaron violarla. Brett se acostó sobre ella, la manoseó y forcejeó para sacarle la ropa. Como ella gritaba, Brett le tapó la boca con la mano impidiéndole gritar—y respirar. Los dos adolescentes varones se alentaban, se reían y la pasaban bien hasta que Marc también quiso subirse arriba de ella, hubo algún movimiento y ella se escapó al baño y se encerró. Los dos chicos bajaron las escaleras, un rato después ella bajó también y se fue. Veinte años más tarde ella se embarcó en un proceso de reforma de la casa que comparte con su marido y sus hijos en la zona de Palo Alto, California. Quería poner dos puertas de entrada en el frente de la casa, lo que la llevó a discutir con su marido y los arquitectos que cuestionaban la lógica de esa decisión. Nadie la entendía. Christine Blaisey Ford, ahora una mujer adulta, seguía asustada.

El uso de una mujer como interlocutora fue para evitar mostrar a un grupo de hombres blancos y mayores interrogando a una mujer víctima de abuso sexual

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El jueves 27 de septiembre Blasey Ford apareció ante el Comité Judicial del Senado—el encargado de elevar la nominación de Kavanaugh al pleno del Senado—para contar este episodio ante un grupo de 21 senadores, 17 hombres y 4 mujeres, 11 Republicanos (todos hombres) y 10 Demócratas (6 hombres, 4 mujeres). Hay dos partes de su historia, una privada y otra pública. La privada es que ella habló con muy poca gente de lo que le pasó ese verano de 1982. No le dijo a sus amigos ni a sus padres (“por supuesto que no”), le comentó algo al marido antes de casarse, y a algunos amigos luego. A partir del episodio de remodelación de su casa habló del tema con su marido, en el contexto de una terapia de pareja. Es decir, se trataba de un tormento personal. Sin embargo, cuando supo que Brett Kavanaugh estaba en la lista de posibles candidatos a la Corte Suprema, empezó a pensar en contar esto como “tarea cívica”—quería informar a la población de Estados Unidos de lo que el Juez Kavanaugh había hecho. Contactó a su Senadora (Demócrata) y al Washington Post. Todo se movía lentamente, hasta que todo explotó. Y allí comenzó la parte pública. Su nombre trascendió—y por lo tanto su profesión y lugar de trabajo, su dirección personal y varios detalles más, tanto que tuvo que dejar su casa y esconderse—y comenzó una negociación política para que contara su historia frente al Comité. Finalmente, el jueves pasado se presentó.

Blasey Ford leyó primero un testimonio y luego se sometió a preguntas por parte de los senadores. Cada senador tenía cinco minutos para hacerle preguntas. Todos los Republicanos cedieron su tiempo a una “asistente mujer”, de acuerdo a uno de los senadores, o a una fiscal especialista en crímenes sexuales, de acuerdo a su CV. El uso de una mujer como interlocutora fue para evitar mostrar a un grupo de hombres blancos y mayores interrogando a una mujer víctima de abuso sexual, tal como sucedió en 1991 cuando el mismo Comité (con tres de los mismos integrantes) interrogó a Anita Hill en un caso muy parecido a este—que terminó con el nombramiento del acusado, Clarence Thomas, que aún disfruta de su puesto. Esta vez, la fiscal pidió detalles del abuso sexual, además de consultar a Blasey Ford sobre temas como su miedo a volar en avión—testeando si es una mujer nerviosa y/o creíble—y el pago de abogados—intentando dar a entender que todo está financiado y orquestado por los Demócratas. Los senadores Demócratas, por su lado, hicieron sus propias preguntas, que eran una combinación de frases de apoyo y búsqueda de confirmación. Fueron cuatro horas de un relato muy duro (“pensé que iba a matarme sin querer” y “nunca me voy a olvidar de cómo se reían”), entrecortado por frases serviciales (“me gustaría poder dar más detalles” y “me gustaría tomar un receso ahora, si ustedes están de acuerdo”) y comentarios simpáticos (“necesito cafeína”). Cuando le preguntaron si podía estar confundida sobre la persona que la atacó (la estrategia Republicana es decir que este es un caso de “identidad equivocada”) dijo estar 100% segura de que el adolescente que intentó violarla era Brett Kavanaugh.

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Después de un receso de menos de una hora, fue el turno del candidato a juez de la Corte Suprema. Dos días antes había dado una entrevista en la cadena de derecha Fox News, la favorita de Donald Trump. Allí, junto a su esposa (una más de las tantas cara de piedra que se mantienen firmes al lado de maridos de dudosa moral) había negado las acusaciones de manera desapasionada, casi como un robot, repitiendo tres o cuatro frases hechas y sin conectar con las preguntas de la entrevistadora. Era virgen en la escuela y primeros años de la universidad, tomaba muy poco alcohol, y había pasado su vida preparándose para ser parte de la Corte Suprema. Esta vez, ante el comité de Senadores, se alejó de ese guión y fue a por la pasión que más a la mano está en el repertorio emocional de los hombres: la furia. Kavanaugh combinó una emoción puritana (lloró al mencionar a sus hijas, su padre y Dios), con un enojo atemorizador. Acusó a los Demócratas—en particular a los Clinton—y a una nebulosa “izquierda” de orquestar todo esto para vengarse de él y destruirlo. Atacó a dos senadoras que le preguntaron por su abuso de alcohol, amedrentándolas. Estaba visiblemente exasperado. Si el martes en Fox News había dicho que quería un proceso justo, esta vez decidió hacer justicia por mano propia. Gritó una y otra vez este puesto es mío, me pertenece, nací para esto. Sobre Christine Blasey Ford dijo poco y nada: no la conozco, nunca estuve en esa casa, eso nunca pasó. Es decir, ella no importa.

Desde que la denuncia de Blasey Ford se hizo pública, surgieron más acusaciones contra Kavanaugh. Una mujer contó que en una fiesta en la universidad él se bajó los pantalones y se acercó a su cara. Otra mujer que dice que había fiestas donde el grupo de amigos del ahora juez drogaba a las chicas y las violaban. Y algún testimonio más. El único caso que fue debatido en el Comité fue el de Ford. Si bien todo parecía indicar que el viernes, apenas un día después del testimonio de Blasey Ford, Kavanaugh sería nominado, un senador republicano cambió el resultado. Jeff Flake, un enemigo declarado de Trump, dijo que lo aprobaría solo luego de una investigación del FBI—algo que hasta entonces Blasey Ford y los Demócratas pedían, y Kavanaugh y los Republicanos negaban. El plazo para la investigación es una semana, de modo que la nominación se decidirá el próximo viernes con la información que el FBI recolecte en este breve plazo.

hay una cosa que este caso expone, de modo quizás más flagrante que nunca: el acuerdo tácito firmado por todos los integrantes de esta sociedad para impedir que las agresiones a mujeres importen

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Este es tan solo el caso más reciente de acoso sexual por parte de un hombre relevante en la vida pública de Estados Unidos, luego de una larga lista que incluye actores y productores de cine, directores de cadenas de televisión y al propio presidente. Otra vez, varios temas importantes se discuten: cómo reaccionar ante un caso de ella dijo/él dijo y cómo lidiar con supuestos crímenes de hace mucho tiempo, entre varios otros. Sin embargo, hay una cosa que este caso expone, de modo quizás más flagrante que nunca: el acuerdo tácito firmado por todos los integrantes de esta sociedad para impedir que las agresiones a mujeres importen. Lo que se discute aquí es si haber atacado a una mujer debe tener alguna consecuencia sobre la vida de un hombre. Incluso más, se debate si haber atacado a una mujer dice algo sobre el carácter de un hombre—¿cómo se explica si no que el abogado de los cinco hombres que probadamente violaron a una mujer en manada en los sanfermines españoles, dijera de ellos que “son buenos hijos y quieren a su familia”? Estoy segura de que con un poco más de tiempo y presión, Brett Kavanaugh, fuera de sí como estaba, hubiera terminado diciendo lo que piensa: “Sí, intenté violarla, ¿y qué?”.

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