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EL MAL AJUSTADO A DERECHO

Tiempo de lectura: 5 minutos

La lucha es de igual a igual contra uno mismo

y eso es ganarla

Adrián Abonizio. El tempano

 

Siempre asocié a mi amigo “R” con la idea de bien. Desde hace muchos años, oficia como una mano cariñosa ante la adversidad y la melancolía. “R” es un espíritu dispuesto al afecto y la ternura. Durante los almuerzos, parece una madre judía: ¿No comés más?– lanza, preocupado. Por las noches, en las opíparas cenas que organiza para conjurar la amistad, aviva el fuego con la palabra justa: –¿Tomás más vino? Aunque nos separa la edad, nos une la sensibilidad. Juntos compartimos mesas y vinos, lágrimas y dolores, bailes enloquecidos en boliches horrendos. Charlas imposibles sobre amores imposibles. Con nuestro secreto culto por la buena poesía, convivimos en la inconfundible vocación por reconciliar verdad y belleza. “R” es lo más parecido que conozco a un santo laico. Sus gestos de generosidad tienen una palabra definitoria. Justicia.

Hace algunas semanas, “R” me facilitó una de sus clásicas terapias. Yo acababa de vivir una frustración amorosa y él, con su peculiar estilo, creyó que lo mejor era almorzar unos buenos canelones, hablar de poesía y, finalmente, rematar la faena con un buen partido de fútbol. Jugaban el Barcelona y el Real y ambos convinimos en que un arte tan bello como ese ayuda a superar más fácilmente cualquier desgracia. El fútbol es poético y terapéutico.

En el entretiempo del partido, “R” se arremangó la remera en su brazo izquierdo. Se había hecho un tatuaje imponente. La imagen lo decía todo: era San Jorge luchando contra el Dragón. – San Jorge lucha contra el mal que está afuera de él y que también está en él. El dragón, a veces, es el maldito ego. Miralo bien: el bicho se le resiste. Tenemos que poner más potencia nosotros para resistir el mal externo y el que traemos.

Confieso que me sentí algo extraño. “R” me había sorprendido ¿Contra qué mal podía luchar alguien a quien solo le conocía y le conozco gestos generosos? Eso, en definitiva, daba igual. Su pretensión – y la de toda persona digna – era ubicarse en el lado del bien. Reconocer ese maniqueísmo básico – que es lo que los seculares llamamos ética – es la base para vivir. Y para mejorar.

Mi amigo “R” toma decisiones en base a la ética y a la pasión. No necesita un codigo escrito. Simplemente, cree en el bien. Mi amigo “R” es exactamente el opuesto a los jueces de la Corte Suprema. Ellos no entienden la leyenda de San Jorge y el Dragón.

Hay quienes quieren marearnos: pretenden confundir prosa con poesía. Es decir, pretenden confundir Derecho con Justicia.

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Sabemos que asesinar, reprimir, torturar y picanear está mal. Condenamos a quienes lo han hecho y lo han propiciado. Nos oponemos a quienes lo hacen hoy en cualquier rincón del mundo. Para juzgarlo precisamos el Derecho. Pero con el Derecho solo no basta. Es necesario que el Derecho exprese la justicia.

La decisión de tres jueces de la Suprema Corte de Justicia (Highton de Nolasco, Rosenkratz y Rosatti) de beneficiar a represores y genocidas computándoles como doble el tiempo pasado en la cárcel con prisión preventiva, puede ajustarse a la Ley. La mayoría de los juristas afirman que no lo hace. Pero ¿y si lo hiciera? ¿Qué pasaría si la medida tuviese fundamentos jurídicos para aplicarse? Sucedería que seguiría siendo injusta.

Hay quienes quieren marearnos: pretenden confundir prosa con poesía. Es decir, pretenden confundir Derecho con Justicia. El Derecho es solo una forma de organizar la necesidad de justicia pero el juez que lo aplica – y el político que lo avala o lo niega – es quien demuestra su aplicación ética. El 2×1 a los represores y genocidas de la última dictadura militar no solo no se ajusta a Derecho. Aún si lo hiciera seguiría siendo una medida injusta.

Somos, como decía el historiador inglés Tony Judt, “aristotélicos por naturaleza”. Distinguimos el bien y el mal de manera casi instintiva. Es cierto: para vivir en sociedad debemos definir exactamente en qué consisten. Existen, sin embargo, criterios básicos. No son muy diferentes de aquellos que Moisés levantó en sus tablas.

Luis Muiña, represor beneficiado por la polémica medida de la Corte, no fue capaz de mirar a los ojos a Gadis Cuervo, a quien vejó y torturó. No hacerlo es reconocer su propio mal. Quienes lideraron y ejecutaron el proceso pretendieron justificarlo: afirmaron que luchaban contra la subversión. Pero aún cuando algunos se enorgullecieran de sus actos, sabían que se trataba de vejaciones que debían reafirmar con un subterfugio. El mal era exactamente eso.

El cura von Wernnich se paseó alegremente por los centros clandestinos de detención y ayudó a ejecutar crímenes y torturas. Miguel Etchecolatz, ex ccomisario general de Policía de la provincia de Buenos Aires, aplicó la picana eléctrica con saña. Antes de ser enviado a prisión, escribió en un papel el nombre “Jorge Julio López”. Se trataba de un sobreviviente. El 18 de septiembre de 2006, exactamente el día en que se exponían los alegatos para condenar al represor, Jorge Julio López no apareció en la sala. Nunca más fue visto. Desapareció, engrosando una lista cuyo número ahora algunos quieren discutir. Von Wernich y Etchecolatz pidieron el beneficio del 2×1. Incluso si se ajustase a Derecho ¿Sería justo otorgárselos?

Beneficiar a quienes cometieron crímenes atroces desde el Estado es injusto. Lo sabían los jueces que aprobaron el fallo y quienes lo avalaron desde el poder político. El mal puede ajustarse a Derecho. Pero no a la justicia.

Von Wernich y Etchecolatz pidieron el beneficio del 2x1. Incluso si se ajustase a Derecho ¿Sería justo otorgárselos?

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Vivimos tiempos de “incorrección política”. Quienes la predican difícilmente sufrirán alguna vez las consecuencias de la misma. La incorrección política – que bien puede funcionar en una clave de humor – es venal cuando se traslada a la vida cotidiana: nace de la oposición a la ética y a la idea de bien. Implica la justificación final de crímenes y violencias. Muchos estaban molestos por no poder burlarse del débil. Ahora pueden hacerlo con tranquilidad (como lo hicieron siempre). Las consecuencias políticas están a la vista.

El Derecho pertenece a la prosa. La justicia a la poesía. Un “Derecho poético” no sería nada más que un “Derecho justo”. Los jueces – que utilizan los códigos del primero – deberían acercarse a lo segundo. Si hablamos de una justicia poética es porque desconfiamos de la justicia del Derecho. Si quienes aspiramos al bien hablamos en prosa, seguiremos perdiendo.

En los últimos dos días, los jugadores de Atlanta y Defensores de Belgrano emocionaron. En sus respectivos partidos, desplegaron banderas contra el 2×1. Pidieron lo lógico: prisión perpetua a los genocidas. ¿Por qué emociona? Porque el fútbol, un arte bello, como dice mi amigo “R” es capaz de expresar esas cosas. Hoy, en las plazas y en paz, habrá justicia poética. San Jorge le ganará al Dragón.

Imagen central

 

 

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