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08 de julio 2021

Lucas Nine

EL HOMBRE BECA

Tiempo de lectura: 3 minutos

Entró sin hacer ruido ni pegar portazos. Sus credenciales eran tan notables como su discreción: venía en nombre del Arte, de la Ciencia o de la Ética, con la misión de cubrir el inevitable desgaste del periodismo, compañero de la publicidad desde el tiempo en que los “publicistas” vendían jabón o legisladores por el mismo precio. Es que las viejas empresas filantrópicas habían perdido la credibilidad funcional a toda propaganda. Se necesitaba un recambio; y para eso, nada mejor que el Hombre Beca.

Que quede claro que si lo llamamos así es sólo a título antropológico, porque viene de todos los sabores y tamaños. El talento del Hombre Beca no conoce límites. Puede componer una ópera, escribir obras teatrales, dar conferencias sobre la condición de la mujer en el Tercer Mundo o borronear una Novela Gráfica con la misma facilidad con la que llena planillas y formularios para cobrar sus servicios. Sabe que la “doxa” en la que su obra se mueva deberá coincidir escrupulosamente con la de las instituciones pagadoras, pero ese no es un problema para él desde que se descubrió que no hay grandes verdades universales y que todo es cuestión de buena voluntad.

El Hombre Beca parece haber invertido los términos, y escamotea la iglesia por detrás del Arte, en una pirueta extraordinaria que honra su nombre

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Sabe, por ejemplo, que la obstinación bélica de las castas militares es un tema apto, salvo que se trate de la armada británica (si el cheque viene firmado por el British Council), o que el imperialismo está mal, siempre que sea ruso (caso Goethe-Institut): los mecanismos adaptativos del Hombre Beca han transformado el viejo “pinta tu aldea” en un sistema de denuncia rentada. Por supuesto, gran parte de su mérito se cifra en elegir a sus adversarios de entre los muertos, y no hay otro como él a la hora de condenar los crímenes de la Inquisición Española o enunciar los peligros del comunismo.

Por otro lado, el Hombre Beca domina a la perfección los resortes capaces de convertir una masacre en franquicia, respetando para ello el manual de uso y la correspondiente identidad corporativa. Es cierto que este duelo permanente con villanos que ya abandonaron la pantalla a veces resulta un poco perturbador y que la banda de sonido puede no corresponder del todo a las imágenes, pero con un poco de esfuerzo la ilusión es casi perfecta.

No debería asombrarnos el que una mutación similar a la que desarrolló la trompa del elefante o el cuello de la jirafa le permita sobrevivir tras la extinción de los públicos masivos. El Hombre Beca ya no necesita vender su mercancía; no a la audiencia, al menos. Sus esfuerzos se encaminan más bien hacia el otro extremo de la cadena de producción. Después de todo, se supone que si alguien declama en el escenario habrá gente sentada en las butaca, y la ilusión puede prolongarse en la medida en la que sala se mantenga a oscuras.

También hay premios, laureles y coronas reservadas para el final; pero el Hombre Beca (en su versión más práctica) no hace mucho caso de ellos. Sabe que es triste el premiarse a uno mismo; y los ejemplares más sensibles sospechan que los aplausos en un cuarto vacío tienen algo del sonido trágico de la lluvia golpeando sobre el pavimento.

los mecanismos adaptativos del Hombre Beca han transformado el viejo “pinta tu aldea” en un sistema de denuncia rentada

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Lejos de mí la idea de que cualquiera que reciba unos mangos para completar una sinfonía, terminar una novela o dedicarse a espiar la vida de las bacterias califique como Hombre Beca. Todos necesitamos unos pesos y me apuro a aclarar que si algún council, alianza o instituto llegase a sentirse interesado por mis humildes manualidades, aquí lo espero, con los brazos abiertos y una piedra en cada mano. Pero eso no alcanza para hacerme pasar por uno de estos profesionales. Me falta la plasticidad que viene al caso.

Tampoco seamos demasiado duros con el Hombre Beca. De algo hay que vivir; y sabemos que siempre el arte (y en otra medida, la ciencia) dependió de algún mecenas. Sin embargo, existe una diferencia esencial entre el Hombre Beca y sus antecesores: cuando uno entraba a una iglesia para contemplar un mural, tenía claro que estaba entrando a una Iglesia. El atractivo era ver cómo Caravaggio escamoteaba su arte por detrás de la Crucifixión de San Pedro, o el motivo que al Maestro le hubiese tocado en suerte pintar en la pared. El Hombre Beca parece haber invertido los términos, y escamotea la iglesia por detrás del Arte, en una pirueta extraordinaria que honra su nombre.

Y sin embargo, hasta ahora le habían sido negadas las mieles del reconocimiento. Sirva esta pequeña nota para anunciar debidamente su llegada y pagar tributo al auténtico esteta de la modernidad. ¡Larga vida al Hombre Beca!