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13 de diciembre 2020

Marcelo Ohienart

EL GRAN CÁTULO

Tiempo de lectura: 4 minutos

1.

Cuando ya de muchacho descubrí a Elías Castelnuovo, Roberto Mariani y Nicolás Olivari, los literatos iniciáticos del Grupo Boedo, no comprendía por qué me era familiar ese tipo de literatura y por qué de alguna manera sentía afinidad con sus escritos. Fue entonces que pude unir a ellos una vieja historia que vino a mi memoria. Paso a contarles.

A veces, los sábados a la tarde, después de la siesta, el abuelo Américo me llevaba a visitar a su hermano Jacinto, o sea, mi tío abuelo. De los hermanos del abuelo, Jacinto era el más cariñoso conmigo, me mimaba mucho, y siempre, cada vez que íbamos, me regalaba libros, claro, era obrero gráfico. Hasta acá, nada particular, pero resulta que Jacinto vivía en Maza al 800 en Capital, y claro, cuando se juntaban, él solía recordar anécdotas relacionadas con su quehacer de gráfico y el abuelo de las suyas en el frigorífico. Ese tío abuelo, recordaba que su maestro en el oficio había sido un tal Boy, un tipógrafo que vivía en Boedo al 800, es decir, a la vuelta de su casa.

Escribió “Serenata a la muerte de Eva”, en la que dice: No se olviden que duerme, se han callado los astros, la vida se detiene

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Es entonces que vengo a descubrir que el tal Boy, era nada más ni nada menos que el tipógrafo de la imprenta de Don Manuel Lorenzo Raño, emplazada en el cuarto del fondo del inquilinato de Francisco Munner, titular de la librería homónima de Boedo 833, hacedor de los primeros libros de los literatos creadores del Grupo Boedo.

2.

Si tu viejo fue el fundador de una universidad popular en la que enseñaba ingles apenas farfullándolo, además animó la Peña Pacha Camac, integró el Grupo Boedo, a tu casa iban a cenar Rubén Darío, el mismísimo José Bettinoti y encima era amigo, entre otros, de Evaristo Carriego, no había manera de que no salieras como saliste, querido Cátulo Castillo.

No se llamó Descanso Dominical González Castillo porque el empleado del registro no le permitió a don José Gonzáles Castillo anotar así a su hijo nacido el 6 de agosto de 1906, domiciliado en Castro 947. Don José era un anarquista rosarino y de ahí la explicación del nombre con el que quería registrar a su hijo, pero además era dramaturgo y fundador de periódicos. Esa condición de anarquista obligó a la familia a exiliarse en Valparaíso, Chile. De regreso en la Argentina, Catulo pasó por varios domicilios: San Juan 3957, Quintino Bocayuva 957, Boedo 1060, Loria 1449. A todas luces el barrio de Boedo fue su sino.

Cátulo, casi participa de la Olimpiadas de Paris de 1924 como boxeador. Participación que le fue arrebatada cuando siendo campeón liviano amateur de peso gallo perdió el invicto frente a Luis Rayo, quien más tarde pelearía con el mismísimo Justo Suárez, “el torito de las pampas” en River Plate. Esa derrota lo alejó del boxeo, pero no llevó a París a Rayo, porque quien finalmente participó fue Pedrito Quartucci.

Alejado del box se vuelca a componer música. Gana un tercer premio en un concurso con Organito de la Tarde. Con el dinero cobrado emprende un viaje a Europa con su padre. Arma su propia orquesta con los hermanos Malerba, Miguel Caló, Alberto Flores y la voz de Roberto Maida y gira por distintos países.

De regreso en el país comparte amistad con los jóvenes Manzi, Maffia y Piana. Todos vecinos de Boedo. Cátulo supo contar en sus memorias lo siguiente: Mira Cátulo, yo tengo una letrita, ¿sabés?, se llama “el ciego del violín”, ¿no te gustaría ponerle música? Le dije que sí. Le dedicamos el tango al viejo Carriego y se titula “Viejo ciego”. El de la ‘letrita’ era Homero Manzi, fue en 1926. Cátulo tenía 20 y Homero 19. La pucha, ¡que pedazo de creadores!

Con el arribo del peronismo al poder en la década del cuarenta, es nombrado presidente de Sadaic y del Consejo Panamericano de Sociedades Autorales

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3.

Cátulo Castillo fue profesor de música en el Conservatorio Nacional Manuel de Falla. Fue sin lugar a dudas junto a Manzi, Expósito, Cadícamo, Discépolo y Corsini el mejor sexteto de letristas de nuestro tango. Su sensibilidad nos dejó temas como Caminito del taller, Tinta Roja, María, Caserón de tejas, Café de los angelitos, Arrabalera y El último café. Algunos sostienen que el tema La última curda con música de Troilo, es su tango inmortal.

Sus letras fueron musicalizadas por los maestros Aníbal Troilo, Atilio Stampone, Carlos Vivan y Armando Pontier. Con el arribo del peronismo al poder en la década del cuarenta, es nombrado presidente de Sadaic y del Consejo Panamericano de Sociedades Autorales. Derrocado en 1955 Perón, Cátulo recuperó su cargo en Sadaic con el gobierno de Arturo Frondizi. Reivindicaba del peronismo la redistribución de la renta, el aguinaldo y las vacaciones pagas. Ejerció el periodismo en La Última Hora, El Nacional, Antena y Radiolandia, entre otros.

En 1948, Hugo del Carril canta con la Orquesta del Colón, la marcha de Cátulo y Oscar Ivanissevich, “Canto al Trabajo”. Escribió “Serenata a la muerte de Eva”, en la que dice: No se olviden que duerme, se han callado los astros, la vida se detiene.

Para 1970, encerrado en su casa de Ezeiza, escribe “Amalio Reyes, un hombre”, metáfora de la realidad argentina: torturas y fusilamientos. Fue llevada al cine por Hugo del Carril. Cátulo Castillo se fue joven, con apenas 69 años, el 13 de octubre de 1975, para algunos “murió de tristeza”.

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