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16 de septiembre 2019

Ezequiel Kopel

¿EL FIN O UN NUEVO COMIENZO PARA EL REY MIDAS ISRAELI?

Tiempo de lectura: 10 minutos

Debe haber sido la campaña más tranquila de la historia de Israel o al menos la mas aburrida a pesar del sprint final de la semana pasada. Algo parecido a la segunda parte de una conocida película de acción, pero una que no dejó pasar el tiempo necesario, entre capítulo y capítulo, para sorprendernos con un nuevo guión y personajes.

¿Que pasó para que, en una situación inédita, haya dos elecciones parlamentarias en menos de cinco meses en Israel? En los anteriores comicios del 9 de abril, el primer ministro Benjamín Netanyahu asumió que había ganado al comprobar que, junto a los 35 escaños que había conseguido, el bloque que representa a la derecha israelí tenía mas de los 61 diputados necesarios para formar gobierno (Israel es una democracia parlamentaria en la que si se llega a articular una coalición con por lo menos la mitad mas uno del parlamento – sobre 120 miembros- se logra la mayoría para gobernar y poner al primer ministro). No obstante, en las últimas horas del 29 de mayo, arañando del límite máximo establecido para que el candidato seleccionado por el presidente israelí -que acostumbra ser al candidato de la lista más votada- articulara un gobierno, Netanyahu anunció que le faltaba un solo voto para establecer una coalición gobernante donde él pudiese servir como primer ministro.

 La persona que impidió su reelección, y que en los cálculos iniciales estaba dentro del bloque de derecha antes de  “darse vuelta”, era el político ruso-israelí Avigdor Lieberman (antiguo secretario de Netanyahu e integrante con su partido Ysrael Beitenu de los 4 gobiernos que formó Bibi en el pasado). La excusa que puso Lieberman para rechazar unirse con sus cinco diputados a una nueva alianza con Netanyahu fue que el primer ministro no le dio garantías de que los jóvenes ultra ortodoxos judíos serían reclutados por el ejercito en un próximo gobierno (la amplia mayoría de los ultra religiosos no hace  el servicio militar y logra, en cambio, exenciones para estudiar la Torah). La exigencia del político, nacido en Moldavia y habitante del asentamiento de Nokdim, chocaba con los propios compromisos articulados por Netanyahu con los partidos ultra ortodoxos, otro socio de su frustrada coalición, que habían ganado dieciséis escaños. La obstinación de Lieberman se explicaba tanto en razones de base electoral (los inmigrantes de la antigua Unión Soviética no son particularmente creyentes y no quieren que los religiosos -que los desprecian argumentando que no son judíos- logren mas beneficios en Israel) como la intención de sumar mas apoyo en la población secular israelí (que recela como la religión tiene el monopolio de derechos básicos como el matrimonio, la determinación sobre quién es judío o hasta  los divorcios y entierros).

¿Que pasó para que, en una situación inédita, haya dos elecciones parlamentarias en menos de cinco meses en Israel?

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 Al no tener la mayoría parlamentaria necesaria, Netanyahu podía pasar el mandato presidencial a otra persona (de su partido o rival), pero Bibi no estaba dispuesto a ser segundo de nadie o permitirle a alguno de sus rivales la posibilidad de formar un gobierno. Por lo que diseñó una nueva elección sin importarle que el parlamento del estado judío quedase en estado de coma por 5 meses o que una nación entera deba gastar decenas de millones dólares en una elección de reincidencia. Fue una jugada arriesgada, propia de la desesperación de un político que esta acusado de corrupción – tres cargos por las graves acusaciones de soborno, fraude y abuso de confianza- y que sabe que si no logra que el próximo parlamento le otorgue algún tipo de inmunidad mientras esté al mando del país, se vera presionado a renunciar cuando casi con seguridad sea enjuiciado.

 Una apuesta desesperada, nunca antes usada por un político israelí que trabaja 24 horas, todos los días de la semana, los 365 días del año, y que es capaz de hacer cualquier cosa para llegar o conservar el poder -Una anécdota: durante las primarias de 1993 cuando Netanyahu fue elegido líder del Likud por primera vez, estuvo a punto de separarse de su esposa Sara por una infidelidad, pero como él creía que la acción perjudicaba sus futuras chances electorales hizo un acuerdo con ella – bajo contrato escrito- donde le cedía a la hoy primera dama la potestad de conocer su agenda diaria y la autoridad de vetar cualquier reunión. Un arreglo que se mantiene hasta el día de hoy- Sin embargo, si las encuestas se mantienen y no arrojan una sorpresa en la contienda electoral, incluso si es reelegido, es probable que su caída sea inevitable tarde o temprano.  

Gobernar una década ininterrumpida en la política israelí (2009-2019) no es un trabajo para todos. Precisa de competencia, habilidad y muñeca política mas que de buena suerte. Bibi es arrogante y encantador. Irrespetuoso y calculador. Aunque también puede ser obediente y moderado, si la ocasión lo requiere. Nació en Israel aunque es un producto de fabrica estadounidense (llegó a tener ambas nacionalidades). Allí pasó gran parte de sus años de formación (es hijo de un prominente historiador del revisionismo sionista que se instaló en el poderoso país del norte al no poder conseguir una posición de profesor titular en un Israel dominado en el pasado por el Laborismo socialista), graduándose en el Instituto Tecnológico de Massachussets con un master en administración de empresas y más tarde sirvió exitosamente como vice embajador y representante israelí ante la ONU en New York. Incluso puede decirse que la derecha republicana -y Donald Trump en especial- le copió las chicanas tan propias de la política de ese país hoy en día (y no al revés como mala costumbra repetirse. Netanyahu es el maestro y Trump el aplicado alumno).

Gobernar una década ininterrumpida en la política israelí (2009-2019) no es un trabajo para todos. Precisa de competencia, habilidad y muñeca política mas que de buena suerte. Bibi es arrogante y encantador. Irrespetuoso y calculador.

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Siempre odiado por los presidentes estadounidenses con los que tuvo que interactuar hasta la llegada de Trump, Bill Clinton dijo luego de una primera reunión con Bibi que el líder israelí no distinguía quién de los dos representaba a una superpotencia. Obama no lo toleraba -Netanyahu llegó a humillarlo en el mismísimo Congreso de los Estados Unidos al denunciar el Acuerdo Nuclear con Irán meses antes de que sea firmado- y el antiguo Secretario de Estado de Bush padre, James Baker, contó en 2014 que le prohibió a Netanyahu – por entonces viceministro de Relaciones Exteriores de su mentor Moshe Arens-, la entrada al edificio del Departamento de Estado cuando este dijo que la política exterior estadounidense en Medio Oriente estaba “basada en mentiras y distorsiones”.

Netanyahu es hasta hoy el único primer ministro israelí en enfrentar acusaciones por corrupción mientras sirve en el cargo, y parece decidido a hacer todo lo posible para permanecer en el poder, cueste lo que cueste. Dos semana antes de las elecciones, en una presentación televisiva, anunció que Israel tenía información de una nueva planta nuclear iraní, que según sus propias palabras había dejado de funcionar al ser descubierta. Cómo la reacción internacional y local no fue la esperada, levantó la vara y días después se comprometió a anexar el Valle del Jordán palestino siendo la primera vez que un primer ministro israelí presentó un mapa a su población explicando que Israel planea incorporar dentro de sus fronteras cerca del 30 por ciento de Cisjordania, destruyendo toda posibilidad de una autodeterminación palestina (también fue interesante escuchar de su boca que con la anexión no se le daría ciudadanía a ningún palestino que estuviese dentro, lo constituyó la admisión más clara de que su solución ambicionada para el conflicto israelí palestino es la de crear “bantustanes sudafricanos” en el mismo territorio que las Naciones Unidas establecieron en 1947 como la zona para que exista un Estado árabe palestino al lado de uno israelí). 

La noticia parecía ser un globo de campaña (para anexar territorio se necesita una ley aprobada por la Knesset) pero luego se conoció que Netanyahu pretendía llevarla inmediatamente al parlamento y que el procurador general de la Nación – el mismo que posiblemente lo procese en semanas- le advirtió que para realizar dicha acción antes necesitaba un nuevo mandato electoral.  Además, los propios jefes del ejercito y el Shin Bet (el Mossad Interno) filtraron a la prensa que se oponían a la medida argumentando un “grave peligro” interno y externo para Israel si se materializaba una anexión que va en contra del derecho internacional.

 Lo cierto es que si el anuncio fue solo electoral o no, difiere poco de lo propuesto por el principal partido de oposición israelí, el centrista Azul y Blanco encabezado por el ex jefe del ejercito Benny Gantz. La primera declaración del ex militar luego del anuncio de Bibi fue decir que “Netanyahu nos copió el plan de anexión del Valle del Jordán”. Es decir, lo que pretendía aclarar la supuesta oposición liberal al actual primer ministro era que un plan que consiste en anexar casi un tercio de Cisjordania y rodear a millones de palestinos con asentamientos judíos para que nunca puedan tener una frontera con Jordania, es una idea original de ellos robada por Netanyahu. Lo que deja en evidencia que a pesar de que hay pocas dudas de que existen muchísimos israelíes preocupados por el destino de su democracia, que están cansados de los ataques del primer ministro contra el poder judicial , de sus intentos de controlar a los medios de comunicación, de su incitación racista contra las minorías, de su disposición a condonar acciones de asoldados que violan las normas éticas del ejercito, la mayoría de los israelíes piensan bastante parecido a Netanyahu en cuanto a la necesidad de mantener el statu quo vis a vis con los palestinos. 

Siempre odiado por los presidentes estadounidenses con los que tuvo que interactuar hasta la llegada de Trump, Bill Clinton dijo luego de una primera reunión con Bibi que el líder israelí no distinguía quién de los dos representaba a una superpotencia.

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No se tiene muy en cuenta que la opción preferida para los responsables políticos israelíes es la de mantener la situación actual.  Se repite mucho – y sin sentido practico-  que dicha alternativa es “insostenible” e “inmoral”. Pero, al fin de cuentas, se deja de lado las ventajas del statu quo desde la perspectiva de decisiones israelí. Ahí es donde Israel suma una nueva alternativa a retirarse unilateralmente (como lo hizo con las colonias judías de Gaza en 2005) o llegar a un acuerdo negociado con los palestinos: mantener todo cómo está hoy y prolongar así una ocupación militar bajo la cual una población judía privilegiada vive junto a una mayoría palestina sin derechos civiles desde hace 52 años. Dentro de este marco, sostener el statu quo es probablemente la opción más racional y segura para los israelíes.

 Para la mayoría de la población judía en Israel, la vida no es tan mala según los parámetros occidentales pues son los palestinos los que sufren como resultado de la ocupación (y hasta son los propios palestinos los que realizan la mayor parte del trabajo policial en Cisjordania, al mismo tiempo que la comunidad internacional financia y asume la carga económica de la ocupación). En cuanto a costos y beneficios, es mas que probable que una solución de “dos estados para dos pueblos” traiga algo parecido a una la guerra civil dentro del estado judío si se decide evacuar a mesiánicos y armados colonos judíos de la bíblica “tierra de Israel” (los antiguos territorios judíos mencionados en el Antiguo Testamento están en Cisjordania, no en Tel Aviv o Herzliya), así como posibles riesgos para la seguridad del estado hebreo (no se sabe cuál será el próximo liderazgo palestino, ni si mantendrá los acuerdos). Por lo que no es una locura considerar que la solución de “dos estados para dos pueblos” es una arriesgada jugada en términos políticos y prácticos para Israel. En cambio, la opción de mantener el statu quo actual, claramente intenta minimizar los costos y maximizar los beneficios. Desde una perspectiva racional, esta es la opción óptima para el liderazgo israelí, y, por lo visto, también para la mayoría de su población que vota mayoritariamente a partidos que declaran su intención de mantenerlo.  Vale recordar un dicho popular que reza que “nada es más permanente que lo temporal”.

Es necesario admitir que en muchas áreas Netanyahu ha sido un primer ministro muy efectivo. Ha traído una relativa estabilidad económica y crecimiento, seguridad (es el primer ministro con menos civiles y soldados caídos durante su mandato) y una expansión dramática de la diplomacia israelí durante un momento de tremenda inestabilidad regional e internacional (relaciones con India, China, Rusia, con países de Latinoamérica, África y hasta contactos con las monarquías del Golfo). Ha superado hasta a David Ben Gurion, el padre fundador de Israel, como el primer ministro que más ha durado en el cargo: 13 años y medio. Bibi es una clara manifestación del Israel actual donde, en los últimos 42 años (desde la elección de Menachem Begin en 1977), la derecha sionista ha dominado la política israelí por más de 30. Esa tendencia es una evidencia poderosa de que Israel ha cambiado posiblemente para siempre y que sus lideres no son la excepción: en la campaña electoral israelí, nadie con reales chances de gobernar mencionó la posibilidad de paz con los palestinos y cuando Benny Gantz -el principal opositor- lo hizo, fue para jactarse de cuántos terroristas palestinos había matado.

Netanyahu es hasta hoy el único primer ministro israelí en enfrentar acusaciones por corrupción mientras sirve en el cargo, y parece decidido a hacer todo lo posible para permanecer en el poder, cueste lo que cueste.

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Todas las encuestas marcan un empate entre Gantz y Netanyahu y casi un empate técnico entre las partes leales a Netanyahu y las partes en contra, por lo que la llave de la elección parece estar en los pequeños partidos que pueden inclinar las alianzas electorales hacia uno o otro candidato. Y  dentro de esos partidos políticos, Bibi tiene las mayores chances debido a que si uno notoriamente racista como Otzma Yehudit (que propone  la emigración compulsiva de los no judíos de Israel o que los israelíes árabes que se niegan a declarar lealtad a Israel tengan derechos reducidos) supera el umbral electoral, es casi seguro que Netanyahu tendrá a mano los 61 escaños para salvar su vida. Asimismo, si otros mas de centro izquierda como el Laborista – que en abril pasado realizó su peor elección en la historia- no tienen una buena performance, también aumentaran sus chances. La estrategia de Bibi  tiene tres opciones posibles: crear un bloque de 61-62 asientos en la Knesset y formar gobierno, tener 60 diputados (un número que sería una barrera para la formación de una coalición no dirigida por él); o que Likud saque más 35 escaños, y así anular una posible rebelión dentro su partido que -cuando las acusaciones de corrupción se judicializen- pueda querer voltearlo. Cualquier otro resultado que esté por debajo de estas cifras, donde el Likud no este obteniendo más de 31-32 escaños y todo el bloque de derecha no logre 58 como máximo, será una un certificado de defunción para Bibi, al ser imposible para él formar un gobierno que pasé algún tipo de legislación que lo haga inmune a las acusaciones legales. 

Incluso es posible que Netanyahu forme una coalición estrecha que colapsará en unas pocas semanas como consecuencia de uno o más  factores. Pero lo que viene después no será mejor. El hecho de que los dos partidos israelíes más grandes representan visiones prácticamente idénticas y un partido racista pueda sacar los mismos diputados (o más) que el partido Laborista, fundador de Israel, dice mucho sobre lo que se necesita saber sobre el estado de situación de la sociedad israelí actual.

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