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15 de noviembre 2023

Ernesto Seman

EL FIN DEL MUNDO (Parte 3): CIUDADANOS

Tiempo de lectura: 7 minutos

Los bolsillos temblando y el alma en cuero,
rotos y desarraigados

Joan Manuel Serrat, “Ciudadanos”

Miguel Ángel Rohrig Cristaldo era un paraguayo que se murió de calor. Con temperaturas que pasan los 45 grados en pleno noviembre, el trabajador manejaba un tractor la semana pasada, cerca de la frontera con Bolivia, hasta que no pudo más. En la foto se ve que se sacó la camisa. Se ve, sobre todo, que hace calor, y que ya no está vivo. No es el único, ni el primero, ni el último. Pero como Miguel Ángel Rohrig Cristaldo era trabajador, pobre y paraguayo y todo ocurrió afuera de nuestras fronteras, podemos pasar rápidamente a palpitar la elección del domingo.

Cualquiera sea el que gane el ballotage, en los tres meses siguientes a la asunción del futuro Presidente de la Nación, miles de personas van a morir en la Argentina. Como consecuencia directa del cambio climático y, específicamente, del calentamiento global, una lista enorme de sectores enfrentarán un final seguro. Si nos atenemos a los registros de años anteriores sobre muertes debidas a temperaturas extremas en Argentina, al creciente calentamiento de los veranos en el hemisferio norte, a la muerte de paraguayos, y a las prevenciones que ya están tomando países como Chile, desde diciembre y hasta marzo, las temperaturas en distintos lugares del país alcanzarán registros imposibles de sostener para el cuerpo humano sin consecuencias graves o mortales. Votantes de Milei, estudiantes, desempleadas, fanáticas de Taylor Swift, ateos, hinchas de Platense, adictos, campesinos. Indiscriminada en su extensión, la matanza será socioeconómicamente selectiva, aplastando a quienes se encuentran siempre en posiciones más vulnerables: Los pobres, sí, pero en general los que vivan precariamente o en la calle, los que no tengan servicios sanitarios o acceso a agua corriente, o a espacios verdes, o a sombra o a electricidad, o estén forzados a trabajar bajo el sol, o tengan condiciones preexistentes derivadas de hábitos dietarios o laborales desafortunados.

“¡No se desespere, Aurelia, cómo van a votar a un videlista, la van a cagar! Espere. Apúrese y deje hecha la comida para los chicos, pero para el resto espere.”

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Que se jodan. Como el país va a entrar en simultáneo en un espiral de desintegración económico y social pronunciado, cuyos costos recaerán sobre estas mismas víctimas, las demandas de una justicia climática para los que menos tienen van a quedar como ese humito que sale del asfalto cuando la temperatura orilla los mil grados. Visible, pero desechable hasta por los mismos acalorados. Ahí hay, al menos, una certeza.

Y sin embargo. Si de algo podría servirnos el marasmo apoteótico que estamos orillando y que posiblemente se evite, es para aprender que las reacciones alteradas se alimentan de demandas postergadas, se cocinan a fuego lento, al calor del olvido, y explotan cuando ya es tan tarde que solo queda por delante el lamento narcisista de creerlas demenciales. Una parte, alguna parte, de quienes apoyan a Milei, ha pensado en otro momento que estaba mejor representados por Néstor Kirchner, o por Raúl Alfonsín. ¿Habrá algún votante de Oscar Alende? ¡Seguro! Suponer que el apoyo a Milei es más “verdadero” que los anteriores, que siempre fue así, que esa es la realidad genuina del votante, que es lo que siempre pensaron, es la otra cara de la moneda decadentista argentina. Supone caminos predeterminados, inscriptos, auténticos.

Es también una forma conveniente de dejar en un segundo plano los errores, olvidos, traiciones, agachadas y falencias de los proyectos que fueron quedando en el camino, los nuestros, de no imaginar cuáles fueron las fuerzas centrífugas que tiraron gente afuera de todas las formas imaginables. Los millones de pobres que se cagan de hambre, obviamente, pero también los comerciantes, empresarios, empleados jerárquicos y vendedores varios que no encuentran incentivos para moverse hacia el centro, hacia los procesos lentos, hacia la espera.

Las reacciones alteradas se alimentan de demandas postergadas, se cocinan a fuego lento, al calor del olvido, y explotan cuando ya es tan tarde que solo queda por delante el lamento narcisista de creerlas demenciales

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Cada tanto sucede, cada tanto hay un Cafiero que ayuda a creer que es cierto, pero fuera de sus contextos históricos, transformado en un juicio prescriptivo, el gradualismo una forma del olvido, el sueño de los Vidas Resueltas frente a sus empleadas domésticas. “¡No se desespere, Aurelia, cómo van a votar a un videlista, la van a cagar! Espere. Apúrese y deje hecha la comida para los chicos, pero para el resto espere.” Lo que tiene que hacer la gente es esperar, no dejarse llevar por las reacciones. Esperar a que Massa por fin ponga fin a la inflación, a que la izquierda haga su ingreso triunfal. A que reviertan la económica y ambientalmente tóxica matriz energética. Esperar, ser gradual, paloma. “Si quieren venir, se forman y piden permiso, si quieren ir al médico, se firman y piden permiso, si quieren dirigirme la puta palabra, se forman y piden permiso. Se forman y piden permiso. ¡Así hacemos las cosas aquí, la gente civilizada!”, decía un personaje de Yuri Herrera. Javier Auyero retomaba las ideas de Bourdieu sobre la espera como disciplinador social para estudiar la relación del Estado con los sectores más postergados de la sociedad argentina. Los que no esperan, des-esperan. La naturalización de la espera lleva con el tiempo a suponer que las postergaciones son infinitas, que no hay que entregar nada a cambio, que la opresión es gratis. ¡Hasta en las dictaduras hay que crear consensos muchachos! Eso es lo que pensaba al menos Bertie Benegas Lynch cuando hablaba del populismo de Martínez de Hoz.

Los que dicen “NO” se sienten al menos desatados y libres. Literalmente, a cualquier costo. Son más o menos la mitad de la población. En el 2001, cuando los votantes en Italia querían castigar a la izquierda votando a Berlusconi, Umberto Eco bien decía que era como castrarse para contrariar a la mujer. Y tenía toda la razón. Pero cuando ya nadie escucha, ¿qué forma más categórica que esa puede haber para expresar que algo se acabó? Juego mil a uno que Eco había visto “La última mujer”, la película de Marco Ferreri que termina con Gerard Depardieu cortándose la pija con un cuchillo eléctrico después de la muerte de su objeto de deseo. Y sin embargo, se le sigue pidiendo a la gente que salga con el pito al aire como si no hubiera pasado nada, como si todo lo que desearon siguiera vivo, el Estado, la escuela pública, la asistencia. Como si la esperanza estuviera a la vuelta de la esquina y su representación electoral fuera evidente. Sergio Tomás, di cualqosa.

Junto a los cuarenta años de democracia, Argentina celebra en el mismo modo tanático la primera década de Vaca Muerta, el emprendimiento gasífero y petrolífero en el que Massa y tantos otros depositan la esperanza de equilibrar la balanza comercial, lograr superávit energético, subir el PBI, eliminar la pobreza y ganar la cuarta copa en el 2026. En Vaca Muerta y en todas las áreas involucradas ganó Milei. ¡Total normalidad!

La naturalización de la espera lleva con el tiempo a suponer que las postergaciones son infinitas, que no hay que entregar nada a cambio, que la opresión es gratis

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Es muy probable que cualquier proyecto de país tenga que contemplar la explotación de Vaca Muerte en el corto plazo. De hecho, los proyectos más radicalizados para detener la suba global de emisiones sugieren que países como Argentina, cuya contribución a las emisiones globales de CO2 es mínima, deberían incluso incrementar en el corto plazo algunas explotaciones de petróleo y gas, como parte de un acuerdo global en la que los mayores emisores (China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón) reduzcan su generación de CO2, dando espacio a que los que menos emiten puedan acomodar sus transiciones sin un cataclismo social.

Pero Vaca Muerta no es parte de ningún canje global orientado a frenar el calentamiento global. Ni es la respuesta a los desafíos que presenta el futuro para la Argentina. Ni orienta a la Argentina hacia algún futuro energética, ambiental y socialmente menos precario. Es una apuesta a una industria que enfrenta una cuesta empinada para quienes buscan arrancar ahora como otros lo hicieron hace medio siglo. Es algo así como apostar a las videocaseteras. Una vez más, Argentina tiene todo el pasado por delante.

Es, además, una máquina de recibir subsidios: sólo en gas, equivalen a 12 veces lo erogado en energía renovables. La soberanía nacional representada en YPF es un front para que un conjunto de empresas privadas y extranjeras (Tecpetro, Total y PAE en gas; y Shell y Vista Oil en petróleo) que lograron el milagro de un saldo negativo entre lo que ingresa y egresa al país por Vaca Muerta por 13.489 millones de dólares, de los cuales la mitad son fuga de divisas. El enorme aumento en la producción y exportación de petróleo (y gas) marcado en 2022 no compensó el aumento de las importaciones, que pasaron de 2.000 millones de dólares en 2020 a 11.000 millones el año pasado. El gobierno apunta a balancear parte del déficit energético con el gasoducto Néstor Kirchner, pero el sector externo argentino está tan expuesto, que las prioridades de las compañía cambian de acuerdo al precio internacional del gas y del petróleo, cubriendo un déficit con la parte de arriba de la sábana para destapar el otro en la parte de abajo.

El fracking también ha traído la gran noticia del aumento de la actividad sísmica en la zona, además de las toneladas de gas metano que esta técnica libera aún en su mejor performance. La demanda de arena silícea tiene efectos devastadores en ecosistemas lejanos a Neuquén, desde los humedales de Entre Ríos hasta el norte argentino. Nada de esto se justificaría en nombre de la soberanía energética, pero en este caso, además, los costos tampoco ofrecen los beneficios con los que al menos extorsionar a los de abajo con la promesa de un futuro desastroso, pero futuro al fin. La apuesta, aunque fuera inicialmente retórica, a una Argentina que lidere una forma justa e inclusiva de bienestar social posado sobre una relación distinta con la naturaleza está fuera de cualquier agenda electoral, mientras el calor crece, los campos se queman, golpe a golpe, muerto a muerto.

Veremos poco y nada de todo esto hasta el domingo. Pero en todo caso, lo volveremos a recordar dentro de un tiempo (¿diez días?, ¿diez años?), en algún verano inhumano. Cuando emerja alguien proponiendo detener el calentamiento global canjeando órganos por cuota de emisión de CO2, lloverá la estigmatización sobre sus votantes y nos cubrirá la sorpresa ante tanto delirio. Y volveremos a comprobar que los consensos más iracundos crecen a espaldas de nuestro desdén, a la sombra del desaire y la estigmatización, debajo de las preguntas ignoradas y las demandas suprimidas en el éxtasis de la autosatisfacción. Y ahí, una vez más, estaremos al borde del abismo pidiendo que no se desesperen, preguntándonos si es demasiado tarde.

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